DOMINGO DE RAMOS (B)
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
29 de marzo de 2015
Mc 14, 1-15, 47
Hemos escuchado con respeto la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, narrada por el
evangelista san Marcos. En esta unidad dramática, podemos distinguir, hermanos y
hermanas, una pasión en tres niveles. En primer lugar, la pasión sacramental. La
narración comenzaba con la última cena. Jesús dejó a su Iglesia el sacramento de la
Eucaristía que actualiza el don de su vida voluntariamente ofrecida al Padre y a la
humanidad en la pasión. Todo por amor y para liberar de su finitud radical del al ser
humano.
Luego viene la pasión interna de Jesús en el huerto de los Olivos; su agonía en medio
de la soledad que le lleva a una tristeza de muerte . Desde esta situación, dirige su
oración íntima al Padre pidiendo que si es posible aleje de él aquella hora . Hay una
palabra que enlaza la pasión sacramental con esta pasión interior, íntima, vivida con
pavor y angustia. Es la palabra cáliz . En Getsemaní pide que le sea alejado el cáliz , es
decir, el martirio que tiene que sufrir hasta la efusión total de su sangre en la pena
cruel de la crucifixión. Antes, en la cena había tomado un cáliz lleno de vino, diciendo
que contenía su sangre derramada por toda la humanidad. La referencia al cáliz, pues,
subraya que el fruto salvador del martirio de Jesús nos es dado en la Eucaristía.
La pasión interna de Getsemaní continuará a lo largo de toda la noche del jueves al
viernes; y, según el evangelista Marcos, sin consuelo ni divino ni humano. Los amigos
que había tomado con él para que le dieran confort, dormían. Es arrestado con el
consiguiente sacrificio de la libertad. Y entonces se inicia un proceso ante las
autoridades judías de aquel tiempo. En este proceso Jesús, que primero calla,
después habla, pero no para defenderse. Hasta ese momento, a lo largo de toda la
narración evangélica de San Marcos, cada vez que alguien quería hacer notar que
Jesús era el Mesías, Jesús lo hacía callar. No había llegado la hora de hacerlo público;
era necesario primero vislumbrar la pasión, pues para el evangelista San Marcos no se
puede entender correctamente la mesianidad de Jesús y su ser Hijo de Dios
prescindiendo de la cruz y de la fe pascual. Ahora sí, pues, que lo puede decir ya
abiertamente. Ante el Sanedrín , que era la máxima autoridad religiosa del pueblo de
Israel, Jesús se declara Mesías e Hijo de Dios . Esta confesión es la cima del
Evangelio según San Marcos, que comienza y termina precisamente con la afirmación:
Jesús es el Mesías Hijo de Dios (Mc 1, 1; cf. 15, 39). Una afirmación considerada
blasfema por el Sanedrín y por la que es declarado reo de muerte. No es, sin
embargo, que esto lo hubieran decidido ahora, después de escuchar a Jesús. El
evangelista dice que ya antes habían decidido condenarlo a muerte y buscaban una
declaración que lo justificara. Ahora la tienen de labios de Jesús mismo. Pero como no
tenían la facultad de aplicar la sentencia de muerte, acuden a la autoridad que lo podía
hacer, el Prefecto romano Poncio Pilato. Y para que se interese por el caso, cambian
la acusación de tipo religioso, la de haber dicho que era Hijo de Dios y de querer
destruir el templo , por una de política: se proclama Rey de los judíos . Y Pilato, aunque
se da cuenta del juego, cede; ante los gritos de la gente excitada por los acusadores,
prefiere condenar al inocente y liberar al asesino.
A partir de la sesión en el Sanedrín la pasión interna, vivida espiritualmente empieza a
ser, también pasión corporal, con el menosprecio de los escupitajos y el dolor físico de
los puñetazos y de las bofetadas . Este dolor continuará con los azotes mandados por
Pilato y con la corona de espinas , como preludio del dolor de la crucifixión. Dolor por la
forma en que es vilipendiado. Dolor por verse despojado de su dignidad humana.
Dolor terrible por los tormentos de la crucifixión. Si os habéis fijado, a lo largo de toda
la pasión, San Marcos ha ido repitiendo una y otra vez las palabras cruz y crucificar .
Así insistía sobre el martirio que sufrió Jesús.
Esta cruz sigue siendo un escándalo; lo era para los discípulos de Jesús, que no
entendían el porqué cada vez que Jesús se lo anunciaba. Y lo es, un escándalo, para
nuestro tiempo. El hecho horroroso de la cruz sólo encuentra sentido desde la
experiencia de la resurrección. Es más. La resurrección ilumina el drama de la cruz y
lo transforma en un don de amor que es salvador para la humanidad. Por eso la cruz
es fundamental en el mensaje del Evangelio. Para ser verdaderamente discípulos de
Jesús, no basta con una fidelidad a la profesión de fe cristiana sino que es necesria
sobre todo la autenticidad de una vida dada a otros con toda la abnegación, como lo
hizo Jesús en la pasión. En él, en el Crucificado, encontramos un modelo de
abnegación para nuestra vida. Y encontramos, también, confort en las tribulaciones
que nos toque vivir, en los momentos oscuros que experimentamos, en la enfermedad
y ante la muerte. En Jesús, el Cristo, Hijo de Dios crucificado, encontramos sentido
para nuestros dolores; encontramos, además, la puerta abierta a una vida plena más
allá de la muerte. Y, por tanto, encontramos razones firmes para la esperanza.
Después de haber escuchado con respeto y con emoción el relato de la pasión de
Jesús, expresémosle nuestro afecto y nuestro agradecimiento por estos sufrimientos
soportados pacientemente para que, muertos a los pecados, viviéramos para la justicia
y así seamos curados con sus heridas . Hoy somos invitados a hacer como el centurión
que estaba de guardia en el Calvario: reafirmar nuestra fe en Jesucristo, Hijo de Dios .
Somos invitados a hacer como Simón de Cirene que le ayudó a llevar la cruz, y como
las mujeres que lo habían seguido de lejos , sirviéndole con nuestra existencia, a él que
nos ha servido primero abnegadamente con el don martirial de su vida. Con fe y con
espíritu de servicio sigamos cada día su camino de Evangelio, hacia el más allá.
Nos disponemos a entrar en la celebración de la Eucaristía. La pasión sacramental de
Jesucristo contiene la donación por amor que Jesús hizo de sí mismo en la pasión
interior, íntima, y en la pasión cruenta sufrida en su cuerpo. En la Eucaristía, Jesús, el
Hijo de Dios, renueva su entrega para salvarnos, para darnos vida en el Espíritu, ahora
en este mundo, y para ofrecernos la vida para siempre después de nuestra muerte. La
memoria de lo que hemos leído en la Pasión se convierte en presencia y don renovado
en la Eucaristía. Por eso el cáliz que pondremos sobre el altar será la presencia
sacramental de la pasión íntima y de la pasión cruenta del Señor; contendrá la sangre
de la alianza nueva y eterna que será derramada por nosotros y por toda la
humanidad.