DOMINGO DE PASCUA – VIGILIA PASCUAL
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
4-5 de abril de 2014
En la alegría de esta noche santa, en la que por Jesucristo la luz y la vida vencen las
tinieblas y la muerte, la Iglesia, hermanos y hermanas, recorre los pasos más
importantes de la relación de Dios con su pueblo hasta enviarnos a su Hijo hecho
hombre. Y empieza por el relato bíblico de la creación. No es una crónica científica del
origen del universo sino la revelación del porqué existe y del sentido que tiene el
mundo y sobre todo el ser humano. Es una revelación de la relación que Dios quiere
establecer con el ser humano y del papel central que la humanidad tiene en el mundo.
En este relato, se nos dice que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y
semejanza . Esto nos sugiere enseguida una pregunta. Si Dios es invisible, todo
espíritu, y ninguna imagen lo puede representar, ¿de acuerdo con qué imagen Dios los
pudo crear? ¿De quién son imagen y semejanza el hombre y la mujer? Esta noche
santa nos da la respuesta. Sólo hay una imagen llena de Dios invisible: Jesucristo (cf.
Col 1, 15). En Nazaret, predicando el Evangelio, sufriendo la pasión, en la cruz, en la
resurrección, Jesucristo es imagen del Dios invisible. Dios, pues, creó al hombre y a la
mujer a imagen de Jesucristo. Nos creó por amor para que fuéramos santos y
llegáramos así a ser sus hijos por Jesucristo (Ef 1, 4-5). Él es la medida del ser
humano; él nos hace conocer quién es el hombre.
Pero este plan de Dios, lo rompió la libertad humana. Preferimos dejarnos llevar por
nuestro albedrío y no por la Palabra de Dios que nos guiaba por caminos de libertad y
de vida. Quisimos ser autónomos, fiándonos de nuestro criterio y desconfiando de la
sabiduría y del amor de Dios. El resultado fue tener el alma herida sin bálsamo para
curarla plenamente, perder el sentido último de la existencia, vivir sin una esperanza
sólida y perdernos por los caminos de la vida buscando el amor. El resultado fue,
también, el egoísmo con las divisiones y las agresividades que conlleva. El fiarse de
falsas divinidades como el dinero y el poder; el fiarse del movimiento de los astros o de
las energías naturales que no pueden salvar. Y el pecado... Y la muerte como último
horizonte, a pesar del anhelo de trascendencia y de inmortalidad. La imagen de Dios
según la cual habíamos sido creados se había dañado gravemente, y la semejanza de
Dios nos quedaba muy lejos.
Vivíamos descarriados, perdidos en nuestros sentimientos y en nuestras ideas,
hombres y mujeres de deseo pero siempre insatisfechos y sin encontrar la salida.
Dios, sin embargo, no había dejado de amar a la humanidad que había creado con
tanto amor. Y nos envió a Jesucristo, como uno más de nosotros para que restaurara
nuestra dignidad de ser creados a imagen y semejanza de Dios. Ha sido un proceso
trabajoso porque no ha sido suficiente con la predicación del Evangelio, Jesucristo ha
tenido que sufrir la pasión asumiendo nuestras heridas y nuestras infidelidades como
suyas. Efectivamente, es en su sangre que nos es ofrecido el perdón y nos es
restituida la herencia a la que estábamos destinados (Ef 1, 7.11) y que habíamos
perdido a causa del pecado, del prescindir del camino evangélico. Hoy que lo
contemplamos glorioso como vencedor del mal y de la muerte, le damos gracias.
Para restaurar en nosotros la imagen de hijos y hacernos semejantes a él, nos ha
incorporado a su muerte y a su resurrección por medio del bautismo. Así podemos
morir, sacramentalmente pero realmente, a todo aquello que nos aleja del plan que
Dios quería al crearnos y podemos nacer a una vida nueva, podemos ser una nueva
creación (cf. 2Cor 5, 17). Con el bautismo somos perdonados, hechos hijos y, por
tanto, amigos de Dios, y con la vida nueva que nos infunde podemos pensar como
Jesucristo, amar como él, servir como él, llegar con él a la gloria pascual después de
la muerte. Desde él, todo tiene un sentido nuevo. No es un proceso automático. Hay
un proceso creciente de interiorización. Así como una criatura se va formando en el
seno de la madre, el creyente va creciendo y experimentando un nuevo nacimiento (cf.
Jn 3, 3-8) que le forma "un corazón nuevo y un espíritu nuevo" (Ez 11, 19), que lo sella
con el don del Espíritu Santo y le da una nueva luz para analizar la realidad, que lo
hace partícipe de la vida divina. El bautismo es un inicio que luego hay que ir
desplegando con la colaboración personal con la gracia, lo que pide cada día un
trabajo espiritual, una lucha ascética.
En esta noche santa será incorporada a Jesucristo por medio de los sacramentos de la
iniciación cristiana Mª. Eugenia Espinosa, que, después de todo un tiempo de busca,
ha descubierto la persona de Jesucristo y la luz que aporta su Evangelio como centro
de la su vida. Hoy, pues, además de ser incorporada a Jesucristo como hija amada de
Dios, recibirá, con el sacramento de la confirmación, el don del Espíritu Santo y
participará por primera vez de la mesa eucarística. El don del bautismo será recibido,
también, por los escolanes Oriol Setó y Bru Solà que luego recibirán también la
eucaristía por primera vez.
M. Eugenia, Oriol, Bru: Dios os llamó a la vida porque os quería, pero os quería unidos
a Jesucristo para que cada vez seáis más semejantes a él y se abre ante vosotros un
camino de libertad interior y de esperanza. Hoy Jesucristo resucitado hará de vosotros
una nueva creación. Con la ayuda de él no dejéis nunca de crecer en la vida nueva
que os da y sed testigos de la alegría de dejarse coger por Cristo.
Todos los demás que ya recibimos el bautismo en el pasado, hoy renovaremos,
también, nuestro compromiso bautismal de ser incorporados a Jesucristo resucitado,
de vivir como hijos de Dios, de dejarnos llevar por el Espíritu, de revitalizar nuestra
vivencia del Evangelio y nuestra conciencia eclesial.
Ser incorporados a Jesucristo significa entrar en la fraternidad de todos los cristianos.
No sólo de los que tenemos cerca, sino también de los que están lejos. Con todos los
hermanos en la fe compartimos la alegría de la resurrección del Señor y queremos ser
solidarios de los que pasan necesidades. Concretamente tenemos presentes los
cristianos de Oriente Medio que desde hace dos mil años testimonian en aquellas
tierras el nombre de Jesús. El Papa Francisco pide que, en estos días santos, seamos
particularmente solidarios con ellos mediante la oración y la ayuda material, debido a
las dificultades, de la marginación y de la persecución que sufren. Os proponemos
participar en una colecta a favor de ellos, que haremos al final de la celebración, para
contribuir a la acogida de los refugiados, el desarrollo social, a las actividades
pastorales, culturales, científicas y ecuménicas de la Iglesia de Tierra Santa y de todo
el Oriente Medio.
Hermanos y hermanas: la gracia de esta noche es abundante, el amor de Dios actúa
vigorosamente como actuó en la resurrección de Jesús. Acojámosle con un corazón
bien abierto y alegre.