DOMINGO DE PASCUA - MISA DEL DÍA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
5 de abril de 2015
Jn 20, 1-9
Queridos hermanos y hermanas en Cristo resucitado:
El sepulcro donde fue puesto Jesús se convirtió, desde la primera mañana radiante de
Pascua, en fuente de vida. Hoy damos gloria a Dios misericordioso que nos ha
llamado a compartir, ante el sepulcro vacío, la fe de Pedro y la del discípulo que Jesús
amaba; la de María Magdalena después de encontrarse con el Señor que vive. De
este sepulcro que ha acogido al Crucificado ha brotado la salvación del mundo.
Este sepulcro vacío, gracias a Jesucristo que fue puesto en él a causa de la realidad
cruel de su muerte y del que salió victorioso, nos ofrece un mensaje que atraviesa los
siglos. Y que es muy necesario en nuestro tiempo. Este mensaje es que la historia no
puede ser programada por nadie porque la última palabra sobre la historia no
pertenece al ser humano sino a Dios. La muerte y la sepultura de Jesús parecían el
fracaso final de una predicación maravillosa. Y no fue así, aunque había quien lo
deseaba. En vano pusieron una piedra muy grande y difícil de hacer rodar para cerrar
la entrada de la sepultura y en vano la sellaron (cf. Mt 27, 60.66). En vano los soldados
vigilaron la tumba (cf. Mt 27, 66). Todas las estrategias de los poderes mundanos se
estrellan contra la realidad de Jesucristo resucitado, aunque aparentemente por un
cierto tiempo pueda parecer que triunfan, también en nuestros días. Por eso cualquier
esfuerzo de la humanidad contemporánea de querer modelar el futuro sin Dios es una
vana presunción (cfr Bartolomé I, Homilía en la Basílica del Santo Sepulcro de
Jerusalén, 25 de mayo 2014).
El sepulcro vacío nos invita, además, a no dejarnos vencer por otro temor que quizás
es el más difundido en nuestros tiempos, el temor del otro, de aquel que es diferente,
el miedo a quien pertenece a otra raza, otra religión, a otra cultura. Esta tumba
destruye las discriminaciones de todo tipo y nos invita a amar al otro, con todas sus
diferencias, a quererlo como hermano o hermana. Aunque el otro no nos ame. Porque
el odio lleva a la muerte, mientras que el amor echa fuera al temor y lleva a la vida (cf.
1Jn 4, 18).
El sepulcro vacío donde fue puesto el Señor continúa repitiendo año tras año: no
tengáis miedo (Mc 16, 6). Nos llama, pues, a sacar de nuestro corazón toda clase de
miedo , todo tipo de desesperación. De este sepulcro salen mensajes de aliento, de
esperanza, de vida, desde el momento que no ha podido retener muerto el Señor de la
vida. Por eso el primero de los grandes mensajes de esta tumba vacía es que nuestro
último enemigo , la muerte (cf. 1Cor 15,26), que es fuente de todo tipo de miedo, ha
sido vencida. La muerte no es la última palabra de nuestra vida. Por eso no
deberíamos tener miedo . La muerte ha sido vencida por el amor de aquel que
voluntariamente aceptó morir por amor a los demás. Desde entonces toda muerte por
amor al otro es transformada en vida; tanto la muerte de quien da literalmente la vida
por los demás como la muerte de quien la gasta cada día amando.
El sepulcro vacío nos dice que no deberíamos tener miedo tampoco del mal, sea cual
sea su forma concreta. Jesucristo en la cruz cargó sobre sí todas las formas del mal: el
odio, la violencia, la injusticia, el sufrimiento, la humillación. Jesucristo se ha cargado
todo el dolor de los pobres, de las personas frágiles, de los oprimidos, de los
explotados, de los marginados, de los afligidos, de las víctimas del terrorismo, ... Todo
el que, como Jesucristo, sea crucificado -literalmente, como todavía ocurre hoy, o en la
forma que sea- verá cómo la resurrección sigue a la cruz. El odio, la violencia y la
inequidad, aunque parezca que dominen buena parte del mundo, no tienen futuro.
Desde la cruz gloriosa de Jesucristo, el futuro es de la justicia, del amor, de la vida.
Por ello, con la luz y la fuerza que nos vienen de Cristo resucitado tenemos que
trabajar con todas las energías para que vayan extendiéndose cada vez más.
Como signo de nuestra voluntad de amar y ser solidarios de los demás y como
concreción de nuestra ayuda fraterna, os proponemos colaborar, al igual que hemos
hecho en la noche santa, en una colecta a favor de los cristianos de Tierra Santa y de
Oriente Medio de los que el Papa pide que recordamos especialmente estos días
santos.
El sepulcro vacío nos habla de la vida más allá de la muerte que Jesucristo nos ha
ganado con su entrega en la cruz. Pero no debemos esperar al más allá para recibir la
vida eterna que nos viene de la Pascua. Ahora ya podemos tenerla como primicia de
la realidad futura cuando nos alimentamos de Jesucristo en la Eucaristía. Él, el
Resucitado, nos comunica la vida futura; dice que el que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna (Jn 6, 54). Y, además, nos ofrece la garantía de la
resurrección más allá de la muerte: y yo le resucitaré en el último día , concluye. Por
ello, en el s. I, san Ignacio de Antioquía decía que el Pan eucarístico que recibimos es
"fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte" eterna (Ef, 20).
Hoy, en esta celebración pascual, recibirán por primera vez este alimento de vida
eterna los escolanes, Roger Alsina, Xavier Canadell, Bernat Capdevila, Arnau Hortal y
Miquel Leiva. Jesucristo se les da como alimento para poder entrar dentro de ellos y
tener una relación de amigo a amigo con cada uno. Ellos y nosotros, pues, ya en la
tierra, tenemos la primicia de la plenitud futura inaugurada por el sepulcro vacío. Y
podemos disfrutar de la amistad íntima con Jesucristo y de una relación confiada con
el Padre, siempre gracias a la acción del Espíritu Santo que, por la oración de la
Iglesia, hace presente el Resucitado en el pan y el vino de la Eucaristía.