II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
La gran alegría de Cristo Resucitado
En estas fiestas de Pascua la Iglesia celebra la gran alegría de la resurrección
de Jesucristo . El evangelio de Juan en la liturgia dominical anuncia la presencia
de Cristo Resucitado en la vida humana y el mensaje se centra en la doble
aparición del resucitado a los discípulos y a Tomás y su repercusión en la vida
de los cristianos de todas las épocas (Jn 20,14-31). A ello contribuye la segunda
parte del relato que muestra la incredulidad de Tomás y exalta la fe de los
creyentes a lo largo de toda la historia. El relato se sitúa en el atardecer del mismo
día de la resurrección, el primer día de la semana, el "día del Señor". En este texto
se pueden destacar tres elementos teológicos fundamentales: la presencia de Jesús
que muestra la identidad del crucificado y resucitado, la donación del
Espíritu del Resucitado a los discípulos para hacerlos partícipes de la misma
misión de Jesús, comunicando paz, alegría y perdón, y la gran dicha de la nueva
vida por la fe en el Resucitado comunicada por la Iglesia mediante el testimonio y
la palabra.
Jesús comunica la paz al mundo como primera palabra de su mensaje pascual.
Una paz que nace del Espíritu de amor que le llevó hasta el sacrificio de la cruz y
ahora puede cambiar el rumbo de la historia humana. En nuestro mundo hoy la paz
está muy amenazada y violentada, desde la violencia imperante en la vida familiar
y en la inseguridad ciudadana, particularmente en las periferias de marginación de
nuestras sociedades, hasta la violencia estructural y silenciosa, pero
verdaderamente mortífera, que genera, desde la desigualdad y la injusticia,
carestías, hambrunas y todas las consecuencias de la gran crisis económica. En
medio de estos miedos del mundo y de la Iglesia Jesús resucitado se hace presente
en medio de nosotros para reiterarnos su mensaje de paz, que nace del Espíritu
que él tiene y que comunica. La paz se construye con Su Espíritu, de
sacrificio, de perdón, de entrega , de fidelidad a la verdad, de solidaridad con los
últimos, de servicio a todos y de liberación de los pobres y marginados. Ese Espíritu
es el que Jesús comunica.
La resurrección de Cristo es el acontecimiento decisivo de transformación del ser
humano en su proceso evolutivo filogenético, pues el Espíritu de Cristo da un nuevo
vigor al ser humano que quiera recibirlo. La victoria sobre la muerte y sobre el mal
es el comienzo de la nueva creación. Jesús, Señor de la muerte y la vida, sigue
dando su aliento de vida, soplando su fuerza de amor e infundiendo su Espíritu
divino a la humanidad entera. Juan cuenta la comunicación del Espíritu Santo por
parte de Jesús de manera mucho más personal que Lucas en pentecostés, pues
Jesús transmite como un nuevo aliento y un nuevo brío: "Reciban Espíritu
Santo". La ausencia del artículo determinado ante la palabra "Espíritu" acentúa el
carácter cristocéntrico. Lo que reciben los discípulos es el mismo Espíritu de
Cristo .
En el segundo relato de la creación del libro del Génesis (Gn 2, 4-25) se cuenta que
el hombre recibió el aliento de Dios y se convirtió en ser vivo. De modo semejante,
en la nueva creación el ser humano recibe el aliento de Jesús y se convierte en
Hombre Nuevo. Este cambio cualitativo en el hombre es un fenómeno del Espíritu
que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que ha convulsionado la tierra entera
difundiendo por doquier la potencia de su amor. Este Espíritu se hace presente
en la historia de modo singular como palabra generadora de vida nueva . La
palabra es soplo, aliento, aire y espíritu articulado, cuya potencia es vital. Pero
Jesús lo sigue haciendo desde dentro de la historia, en medio del sufrimiento y de
la injusticia de la vida humana, a través de la palabra y del testimonio de los
creyentes.
El primer fruto del Espíritu Santo es la capacidad para perdonar y para hacerlo
en nombre de Dios. El perdón de Dios es el gran don del Resucitado a su Iglesia
para que ésta lleve a cabo la evangelización en el mundo y para ser en el mundo
instrumento de la paz. Al conferir a sus apóstoles el poder de remitir los pecados, el
Señor no instituye tan solo el sacramento de penitencia sino que comparte su
triunfo sobre el mal y su autoridad sobre el pecado. Actualizando el mensaje
podríamos decir que generar una cultura de Perdón, donde se sepa pedir
perdón y perdonar , es una gran tarea de la nueva evangelización, especialmente
en nuestro contexto de Bolivia, donde la palabra "perdón" apenas forma parte de
nuestro lenguaje habitual y cotidiano.
La falta de fe de Tomás revela dos aspectos que pueden servirnos a nosotros para
revisar nuestra propia fe. Tomás no cree en la comunidad de la Iglesia que
transmite claramente la fe: "Hemos visto al Señor". Tampoco cree en Jesús hasta
que lo ve físicamente con las marcas indiscutibles de su identidad como crucificado.
El evangelista repite todos los datos de la primera aparición y reorienta la atención
hacia la grandeza de la fe, que consiste en la acogida del mensaje de los apóstoles
y en la superación de la percepción de los meros sentidos para experimentar la
presencia del Resucitado en la Iglesia. Con la fórmula de un macarismo de estilo
sapiencial concluye Jesús sus palabras a Tomás: "Dichosos los que creen sin
haber visto" y felicita así a los creyentes de toda la historia. Creer en Jesús
requiere la mediación de la palabra y el testimonio de la Iglesia y reconocer en el
Crucificado la Vida Nueva comunicada por Dios al mundo, mediante la resurrección
de su Hijo, el Mesías.
Las señales corporales de Jesús, las huellas de su crucifixión en las manos y el
costado muestran la continuidad entre el Jesús de la historia y el resucitado .
Sin embargo el resucitado marca una ruptura con la historia ya que la novedad de
vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está sometida a la muerte y
es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de entrega que vivió
Jesús en su vida mortal, su mensaje de verdad y de justicia, de perdón y de
paz no podía quedar retenido en la tumba de la muerte. Por eso Dios Padre lo
resucitó de entre los muertos y a través de él sigue generando y comunicando vida,
alegría, paz y fraternidad entre los hombres. Son grandes dones del resucitado a
través de su Espíritu que desde el principio de la iglesia va suscitando comunidades
cristianas vivas caracterizadas por la comunión fraterna, la escucha del mensaje
apostólico, la celebración eucarística, la oración y la solidaridad en el compartir los
bienes (Hech 2,42-47; 4,32-35). Con el Espíritu del Crucificado y Resucitado los
Apóstoles y los hermanos daban testimonio de la alegría del Señor Jesús,
realizando signos y prodigios y generando ese nuevo estilo de vida que sirve como
patrón de referencia de la Iglesia de todos los tiempos: la comunión de bienes,
las relaciones de gratuidad y de servicio, la vida agradecida, el espíritu
permanente de perdón, la atención solícita a las necesidades de los otros,
especialmente de los pobres, la acción de gracias a Dios y la Eucaristía .
Este estilo de vida es eminentemente misionero y comunica tanta vida y alegría que
muchos otros se adherían a la fe y se incorporaban a la Iglesia.
Creer que Jesús es el Mesías e Hijo de Dios es el objetivo principal de los
Evangelios. Lo dice explícitamente al final el Evangelio de Juan y Marcos lo afirmaba
en la fe del centurión al pie de la cruz (Mc 15,39), tal como leíamos el domingo de
Ramos. Para tener vida eterna, vida nueva y vida de Dios en nosotros es necesario
concentrar nuestra fe en el crucificado y resucitado y orientar nuestra existencia
según el espíritu que él nos comunica y nos debe llevar a hacer del perdón, de la
alegría, de la paz, de la solidaridad en el compartir los bienes especialmente con los
más pobres, el nuevo estilo de vida creyente y convincente de los miembros de la
comunidad eclesial.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura