CUARTO DOMINGO DE PASCUA, CICLO B
(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)
Es gran cosa dar a luz a una familia. La pareja que lo hace imita la obra creadora
de Dios. Ven a sus criaturas con gran satisfacción porque son imágenes de sí
mismos. Dicen como Dios en Génesis: “Vio a todo lo que ha creado, y fue muy
bueno”.
Sin embargo, necesitamos hacer algo más que tener a hijos para llegar a Dios.
Pues, si solamente engendráramos prole, en tiempo nos haríamos tan contentos
con nuestros productos que nos olvidemos de Dios. Dios se nos haría como un
manual que acompaña el nuevo televisor. Una vez que dominemos el manejo del
aparato, escondemos el manual de modo que se nos olvide de sus paraderos.
Tenemos que recorrer a Dios todos los días para que lo retengamos como nuestra
meta. Con los tantos quehaceres que abruman la vida, ¿cómo vamos a guardar a
Dios en vista siempre? El evangelio ahora nos presenta a Jesús, el Buen Pastor,
como el que viene para ayudarnos. Como el pastor lleva a sus ovejas a las
praderas diariamente, Jesús nos guiará al lugar de Dios Padre. Y como el pastor
protege a su rebaño de lobos, Jesús nos salvará de los malhechores.
El evangelio recalca dos cualidades del Buen Pastor que le hace posible a cumplir su
menester. En primer lugar es dispuesto a dar su vida por el bien de las ovejas.
Jesús manifestará esta disposición supremamente en la cruz. Como un entruchón
divierte la atención del enemigo para que el pueblo pueda pasarlo por alto, la
muerte de Jesús ha permitido nuestro escape de la muerte eterna.
La segunda cualidad capacitadora del Buen Pastor es el conocimiento de su rebaño.
A nosotros todas las ovejas parecen iguales. Diríamos que todos tienen la misma
piel blanca, la misma pezuña, la misma manera de masticar césped. Pero para el
pastor, cada oveja tiene características distintivas. Un investigador científico
examinaban las moscas de fruto bajo del microscopio. Apuntó las diferentes
características de cada uno – el modo de volar, el tamaño, la forma de su cuerpo,
etcétera. Es así con el Buen Pastor. Conoce a cada uno de nosotros no sólo por
nuestros talentos y faltas sino también por nombre. Nos llama a cada uno por
nombre.
Jesús vive entre nosotros ahora en la comunidad de fe. Lo percibimos
particularmente en los hombres y mujeres que se dedican a sí mismos a él como su
amor único. No buscan a una pareja porque quieren conformarse totalmente a
Cristo. No desean prole porque quieren ser listos en todo momento a dar sus vidas
por Dios. El año pasado el padre Frans van der Lugt, de la Compañía de Jesús,
decidió a quedarse con el último grupo de cristianos en Homs, Siria, cuando podía
haber escapado el asedio de la ciudad. Entonces vinieron los extremistas para
martirizarlo por ser cristiano. A lo mejor sabían, y por eso tenían que matarlo, que
el padre van der Lugt dedicó su vida al mejoramiento de todos sirianos, los
musulmanes tanto como los cristianos.
Los célibes como el padre van der Lugt también llegan a conocer a sus
comunidades íntimamente. La gente les buscan porque reconocen que, cerca de
Dios, no los van a ser despreciados y mucho menos traicionados. Ciertamente el
famoso Padre Pío, ya Santo Pío de Pietracina, sobresale sobre otros religiosos. Sin
embargo, hay una cualidad de él que se encuentra en varios otros. Un escritor la
describe así: “… una pasión, aun una pasión humana, para Dios…que es tan bella,
tan deslumbrante dulce, que no pueda yo decirte”.
No es que todos los sacerdotes y religiosas reflejan perfectamente las virtudes del
Buen Pastor. Hay varias historias entre ellos de la mediocridad, aun de abusos. En
los años recientes varios han querido seguir más al camino de profesionalismo con
sus propias recompensas. Todavía el Reino de Dios no ha llegado en su plenitud.
Pero mirando a estas mujeres y hombres luchando con los espíritus malignos, los
vemos como modelos dignos de nuestra imitación. Como ellos se esfuerzan para
ser como Cristo, el Buen Pastor, queremos ser como ellos.
Padre Carmelo Mele, O.P.