DOMINGO II DE PASCUA (B)
Homilía del P. Joan Recasens, monje de Montserrat
12 de abril de 2015
Hch 4, 32-35, 1Jn 5, 1-6, Jn 20, 19-31
Las lecturas de la misa de este segundo Domingo de Pascua son como una síntesis
de los hechos inmediatos después de la resurrección de Cristo, y de las
consecuencias que ello conllevó para aquellos que lo habían seguido de cerca durante
el tiempo de su predicación anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios.
Todo hacía pensar que la crucifixión del Maestro había puesto fin a las esperanzas de
un mundo mejor, de justicia y de paz. Su muerte hacía prever que todo había sido un
fracaso y una simple ilusión. Por miedo a la reacción de los judíos, lo más sensato era
quedarse encerrados en casa esperando que las aguas se calmaran para poder volver
a la vida de antes, yendo cada uno a su casa.
Y he aquí que se verifica el hecho maravilloso que nos ha narrado el autor sagrado en
el evangelio de hoy: Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto
entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros», y les muestra los estigmas
de su crucifixión; y les vuelve a decir: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo... Recibid el Espíritu Santo».
Tomás, uno de los discípulos, nos dice el evangelista, no estaba en casa en el
momento de la aparición del Jesús resucitado y duda firmemente de lo que le dicen
sus compañeros de cierta aparición del Maestro que vive. Él ha visto con sus propios
ojos, su muerte en la cruz; por tanto, si no lo puede constatar personalmente, no lo
creerá, ya que todo lo demás son patrañas. Y continúa el evangelio diciendo que, a los
ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús,
estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: - «Paz a vosotros.» Luego dijo
a Tomás: - «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Tomás, rendido ante la evidencia sin
necesidad de palpar aquellas heridas, cree lo que ve y de lo profundo de su corazón
sale una gran confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! Y Jesús le dice: «¿Porque me
has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
A partir de esta experiencia, los discípulos pierden el miedo, y saliendo de su
escondite empiezan a predicar con fuerza y valentía que Jesús está vivo y que su obra
de salvación continúa; de ahí nace la primera comunidad de creyentes, que tal como
nos ha dicho la primera lectura de la misa de hoy, la multitud de ellos tenían un solo
corazón y una sola alma, y todo lo ponían en común para que nadie viviera en la
indigencia y el número de los creyentes cada día aumentara más.
Hasta aquí los textos de la misa. Y ahora nos podemos preguntar: ¿Qué representa
hoy para nosotros el hecho de la resurrección de Cristo? En un mundo tan
secularizado como el nuestro, que generalmente busca por encima de todo el
bienestar personal y el pasarlo lo mejor posible, ya que la vida es corta y pasa deprisa
..., es por eso que hay que aprovechar el momento presente y disfrutar de todo lo que
pueda proporcionar, aunque sea momentáneamente, felicidad. Creer hoy en un mundo
trascendente preocupa muy poco, ya que las ciencias hablan de otras realidades que
se alejan de lo que en otro tiempo se atribuía a la religión. Por lo tanto, creer hoy que
un cierto personaje, llamado Jesús, que dicen que hace más de dos mil años murió y
resucitó, no preocupa a este mundo actual ni es de su incumbencia.
Esta es la triste realidad para muchos de los hombres y de las mujeres de nuestro
tiempo. Con todo, para los cristianos, creer en Jesucristo resucitado es mucho más
que creer en la afirmación de un hecho extraordinario ocurrido en un muerto llamado
Jesús de hace más de dos mil años. Para nosotros, creer en el Resucitado es creer
que Cristo está vivo, lleno de fuerza y de creatividad, impulsando la vida hacia su
último destino y liberando la humanidad de caer en el caos definitivo. Para nosotros, la
resurrección de Jesús no es sólo una celebración litúrgica que se repite cada año. Es,
sobre todo, la manifestación del amor poderoso de Dios, que nos salva de la muerte.
Es creer que a causa de la resurrección de Cristo no todo acaba aquí, y nos abre a la
esperanza de que hay un más allá desconocido, donde disfrutaremos de otra realidad
que nos trasciende y que será una felicidad definitiva.
Procuremos que la celebración anual de la Pascua nos haga comprender mejor el
hecho de la resurrección de Cristo y nos ayude a hacer que no sea para nosotros sólo
un hecho conmemorativo de un acontecimiento del pasado, sino una realidad presente
que transforme la propia vida y que nos haga vivir con más fe, con más esperanza y
con más caridad. Que así sea.