Encuentros con la Palabra
Quinto Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 15, 1-8)
“Yo soy la vid y ustedes son las ramas”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Desde los orígenes de los tiempos, los seres humanos hemos aprendido que unidos
podemos sobrevivir más tiempo y tener una mejor calidad de vida. Estar separados y
enfrentados, es el primer síntoma de la desaparición de una organización humana. Por
eso los pueblos se han ido organizado de distintas formas y han creado estructuras, cada
vez más amplias, de convivencia humana: tribus, pueblos, naciones, países, Estados...
Incluso, recientemente, los pueblos y las naciones, que lucharon en otras épocas con
tanta convicción por su independencia, han ido caminando hacia estructuras de unión
supranacional, dejando atrás diferencias que antiguamente parecían insalvables. Estas
formas nuevas de organización social han tratado de respetar las identidades particulares
de cada pueblo, es verdad, pero buscan la supervivencia particular en la posibilidad de la
supervivencia común. “O vivimos todos, o aquí no vivirá nadie”, parecen decirse entre
ellos. Claro que todavía hay demasiados pueblos y naciones, es decir, seres humanos de
carne y hueso, pero sobretodo de hueso, que quedan por fuera de estos planes de unión
de los poderosos de este mundo, y se ven, cada vez más, condenados a la desaparición.
En las Reducciones jesuíticas que se crearon en el siglo XVII al sur del continente
americano, entre los indígenas que habitaban esas tierras, el mayor castigo que recibía
una persona, era ser apartado de la comunidad, es decir, civilmente hablando, ser
excomulgado. Ellos sabían, perfectamente, que en esas selvas inhóspitas, era imposible
vivir estando separados de la comunidad. El que recibía este castigo, prácticamente,
estaba condenado a morir.
Este mismo principio de la supervivencia social, funciona en el ámbito de la vida en todas
sus expresiones: los microorganismos, las plantas, los animales, la vida misma, se
sostiene y crece, gracias a una dinámica de sinergias y alianzas. Sin el apoyo de unos a
otros, ningún organismo vivo, puede seguir siendo tal. Esto es lo que quiere señalar la
comparación que nos presenta Jesús en el Evangelio de hoy. No hay que ser un agricultor
muy experto para saber que una rama, desprendida del tronco, no puede dar frutos.
Todos sabemos, incluso, que si la rama se separa del tronco, se muere... Jesús señala
así la cualidad que debe caracterizar a sus seguidores, si quieren participar de su vida,
como Él participa de la vida de Dios: O nos mantenemos unidos a Jesús, o no podremos
dar fruto, porque la vida de Dios se muere en nosotros.
Permanecer unido es estar con otro allí donde él está; participar con él de lo bueno y de lo
malo; acompañarlo en todo momento y disfrutar de su cercanía. Jesús nos invita no sólo a
estar unidos a él en los ratos de oración, más o menos generosos, o en las celebraciones en
las que participamos con alguna regularidad. Nos invita a estar unidos a él en todo lo que
hacemos; a buscar y hallar su presencia a cada instante, en cada paso que damos, en cada
acción que emprendemos, en cada decisión que tomamos. Permanecer unidos a Él en la
vida toda, en los momentos de pasión y en los tiempos de resurrección. Sólo así, como los
pueblos, podremos seguir viviendo y no desaparecer...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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