Sólo soy un hombre
La naturaleza humana, por principio y por esencia, nos hace iguales. ¡Simplemente seres
humanos! Esgrimir diferencias por raza, cultura, títulos nobiliarios, incluso, sangre
diferenciada en colores, atenta contra la dignidad humana. Castas, clases sociales van en
línea del poder, económico o social, pero no, ¡jamás! en diferenciación humana. Nadie es
más hombre o mujer que otro u otra de su especie. Dios nos hizo semejantes a Él y es
nuestro único título de grandeza.
Pedro asume este principio común en su encuentro con Cornelio. “No soy más que un
hombre”. Pablo y Bernabé harán lo mismo cuando les quieren rendir culto reservado sólo a
Dios. Pero hay quienes reivindican para sí estos títulos, honores o privilegios. Hay muchos
que se sienten muy bien cuando los demás se postran a sus pies. Y peor, hay muchos aún, a
quienes les gusta vivir de rodillas ante sus semejantes. Todo esto lesiona nuestra dignidad.
Jesús ha venido a restablecer este equilibrio humano, a exaltar nuestra pequeñez con los
valores de la humildad y del servicio. Cuando Juan nos pide que nos amemos porque Dios
nos ha amado, está dándonos la lección primera de una verdadera fraternidad en la cual, Él
mismo, Jesús, no se avergüenza de llamarnos “hermanos”. Es el Amor de Dios que debe ser
amor entre semejantes, lo que constituya la razón de igualdad en dignidad.
En el evangelio, Jesús nos llama “amigos”. Santo Tomás nos dice que la amistad nos hace
iguales y que es gratuita. Entonces, Jesús nos ama de Tú a Tú y en un Amor sin
condicionamientos, sin exigencias de pergaminos, merecidos o comprados, sino en la
mirada honda que eleva, transforma y dignifica. Nuestra condición humana es la carta de
presentación para un amor universal en comprensión y respeto, sentidos y valorados por
igual.
Cochabamba 10.05.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com