DOMINGO IV DE PASCUA (B)
Homilía del P. Damià Roure, monje de Montserrat
26 de abril de 2015
Hch 4,8-12 / 1 Jn 3,1-2 / Jn 10,11-18
Nos encontramos en la mitad del tiempo de Pascua. Con su resurrección Jesucristo ha
renovado nuestra esperanza y nos infunde nueva fuerza para ayudarnos en el camino
de la vida. Hoy el Señor resucitado nos es presentado como el Buen Pastor. Como
aquel que está dispuesto a acompañarnos en el camino de la vida con una proximidad
que nos alienta y nos conforta.
El buen pastor no es un jornalero indiferente, sino que es aquel que tiene una atención
especial por el rebaño que le ha sido encomendado. Conoce las ovejas una a una,
cada una por su nombre y, recíprocamente, ellas lo reconocen como su pastor.
El evangelio de san Juan se sirve de esta comparación que nos hace participar a
todos nosotros de este vínculo íntimo de amor. Jesús nos conoce a cada uno por
nuestro nombre. Tal como el Padre del cielo le conocía y Él conocía el Padre del cielo
así nos reconoce a cada uno de nosotros y nos ayuda a participar de esta relación.
Durante su vida, Jesús veía y conocía lo que sentían y sufrían la gente de su alrededor
y se les acercaba con lucidez y con estimación. Así los formaba, los curaba, los
empujaba y les hacía descubrir la proximidad íntima de Dios y las actitudes de
hermandad y de ayuda que habría que establecer con nuestro prójimo.
Como amigos de Jesús los cristianos tenemos esta buena noticia para compartir,
hasta en medio del dolor y la dureza de la vida. Es decir, esta cercanía de Dios, este
vínculo de amistad hacia todos, que descubrimos en la vida de Jesús y que es
apoyada por su muerte y resurrección. En la mitad de este tiempo de Pascua,
podemos darnos cuenta, pues, que la vida de cada uno, por mucho que tenga
momentos duros, puede contar siempre con la proximidad y la compañía del Buen
Pastor. Y al mismo tiempo, nos alienta a vivir este reconocimiento y este servicio
mutuo en el lugar que la vida nos ha situado. A vivirlo como cristianos en el marco del
día a día, en nuestras relaciones familiares y de trabajo, y en la ayuda mutua que
queremos compartir con los que pasan más necesidad.
Esta realidad de fe nos permite experimentar que el amor de Dios es más fuerte que la
muerte. Porque es eso lo que nos anuncia la Pascua: el amor más fuerte que la
muerte, esta realidad que celebramos con fe durante semanas, y que es una realidad
que tenemos que ir acogiendo y compartiendo.
Las lecturas de la misa de hoy están llenas de los recuerdos de los primeros
cristianos, que habían recibido y acogido el mensaje de Pascua y que se esforzaron
en pasar el relevo a otros y hoy nos pasan su relevo a nosotros que seguimos su
camino, tanto cada uno individualmente como entre todos como comunidad cristiana.
Que la Eucaristía que estamos celebrando nos estimule a acoger y a compartir ahora
con gozo y acción de gracias esta fe de Pascua, a vivirla y a transmitirla en nuestro día
a día, con la ayuda y la colaboración mutua entre todos, bien seguros de que es una
fuente de vida y de esperanza.