DOMINGO V DE PASCUA (B)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
3 de mayo de 2015
Hch 9,26-31 / 1Jn 3,18-24 / Jn 15, 1-8
Cada domingo celebramos la Pascua con la Eucaristía que hace presente la muerte y
la resurrección del Señor. Pero en el tiempo pascual la Iglesia hace especialmente
presente el plan salvífico de Dios a favor de los hombres, recordando, mediante los
ritos litúrgicos, el aniversario de los hechos de la redención. Porque la Pascua es la
representación cultual y ritual de la acción salvadora del Señor en toda su amplitud y
por ello la obra de la redención se hace presente y accesible a todas las generaciones
humanas.
La celebración litúrgica de la Pascua, pues, nos permite adentrarnos en este misterio
de amor y de unión con Dios. Porque "Cristo murió por nuestros pecados y resucitó
para nuestra justificación"; es decir, para ensalzarnos a la comunión de la vida divina,
participar de la naturaleza de Dios y hacernos hijos en su Hijo.
A lo largo de la Historia de la Salvación, Dios ha demostrado que quería unirse con los
hombres mediante las diversas alianzas hechas con Abraham, los Patriarcas y Moisés.
Eligió a Israel para que fuera su pueblo escogido, "viña selecta y predilecta, pero que,
al fin, no dio frutos de justicia, sino de injusticia". El propósito de Dios, sin embargo, se
cumplió enviando a su Hijo al mundo: "a fin de reunir a todos los hijos dispersos". En la
última cena Jesús oró: "Que estos, y todos los que crean a través de su palabra, sean
uno, como tú, Padre, y yo somos uno, que también ellos sean uno con nosotros". Y
"Yo y el Padre vendremos y haremos morada en aquellos que guarden mi palabra". Y
por eso él, en su Pascua, "se consagró, para que todos seamos consagrados en la
verdad y, llegados a la unidad perfecta, el mundo pueda conocer que tú, Padre, me
has enviado, y contemplen la gloria que tenía antes de la creación del mundo”.
Hoy, el Evangelio nos da una imagen de esta unidad. “Como el sarmiento no puede
dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en
mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da
fruto abundante”. Los sarmientos pueden fructificar porque reciben la savia que les
aportan las raíces y el tronco de la vid. Esta savia es el mismo Espíritu Santo que
Jesús, glorificado y sentado a la derecha del Padre, derrama en nuestros corazones.
Ya que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
Es necesario, pues, estar bien unidos a Cristo para tener vida y dar fruto. Y esto es
posible por la guarda de su mandato: "que creamos en el nombre de su Hijo
Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó", tal como nos ha
enseñado San Juan. Ya que "si cumplimos sus mandamientos, él está en nosotros y
nosotros en él. Y, por el Espíritu Santo que nos ha dado, conocemos que él está en
nosotros”.
"Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante". Estos frutos nos los
puede indicar San Pablo, el Apóstol "para quien vivir es Cristo y morir una ganancia".
Dice: "Los que habéis sido bautizados en Cristo habéis muerto y habéis resucitado en
Cristo siendo nuevas criaturas. Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Buscad las cosas de arriba, no las de la tierra ". "Comportaos según el Espíritu y para
no satisfacer los deseos de la carne. Los frutos del espíritu son: amor, gozo, paz,
paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Si
vivimos gracias al Espíritu, comportémonos conforme al Espíritu. No nos cansemos de
hacer el bien”. Tenemos aquí todo un programa de vida en Cristo resucitado. Esto es
vivir la Pascua. Que la Eucaristía de hoy nos haga más capaces.