SEXTO DOMINGO DE PASCUA, CICLO B
(Hechos 10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)
Dicen los teólogos que la fe desarrolla en etapas. Eso es, como el estudiante tiene
que aprender la matemática y la geometría antes de que pueda entender el cálculo,
es así con la fe. Usualmente la persona va por un proceso de creer en Dios porque
sus padres creen en él, a un período de duda y búsqueda, a un compromiso para
las creencias de la religión, y finalmente llega a una vista de Dios como Padre de
todos. En la primera lectura hoy, escuchamos la historia de Pedro alcanzando esta
última etapa de la fe.
Pedro había llegado a la ciudad de Jopa. Allí experimentó una visión del Señor
enseñándole que ningún tipo de comida es prohibido. Le parece extraño porque
como judío siempre había veía el puerco como sucio. A la misma vez el oficial del
ejército romano Cornelio tuvo visión semejante. En la suya Dios le contó que
buscara a Pedro en Jopa. Entonces, Cornelio mandó a sus subordinados para traer
a Pedro a donde Cornelio. La lectura comienza con Pedro llegando a la casa del
romano.
La cuestión es lo que va a hacer Pedro con Cornelio. Pues, hasta este punto todos
los creyentes en Jesucristo han sido judíos. ¿Es posible que un no judío reciba la
salvación merecida por Jesucristo simplemente por ser bautizado? Para nosotros
no habrá ningún problema pero para la Iglesia primitiva fue como si estuviéramos
preguntando hoy día si se puede bautizar a una creatura descubierta en otro
planeta con la racionalidad.
Pedro demora un poco. Se emprende en una charla describiendo como él y los
otros discípulos atestiguaban todo lo que hacía el Señor. A lo mejor tiene en
cuenta aquí las palabras de Jesús del evangelio hoy. Jesús decía a sus discípulos
que amaran a uno y otro como él les amaban. Este amor no debería ser exclusivo
sino abarcaría a todos: a los enemigos tanto como a los hermanos. Entretanto el
Espíritu Santo confirma todo lo que Pedro está declarando. Bajo de su influencia
Cornelio y los miembros de su casa comienzan a alabar a Dios. ¿Ya quién atrevería
a decir que no pueden ser bautizados ahora?
En un sentido nosotros sufrimos la inquietud de Pedro en este pasaje. Nos
preguntamos: “¿Hasta qué punto tenga que mostrar el amor?” ¿Es necesario que
amemos personas de diferentes países, de diferentes razas, y de diferentes
religiones? ¿Tengo que amar a los radicalistas musulmanes? La respuesta de Jesús
sería “sí” porque él ama a todos, aun nosotros cuando lo rechazamos por nuestros
pecados. Pero ¿qué quiere decir Jesús por “amar”?
Ciertamente no tendremos el amor romántico para todos. Tampoco tenemos que
amar a todos como amigos. Pues la amistad es el amor que sentimos para uno o
dos personas con las cuales compartimos perspectivas sobre una verdad de modo
que tengamos un mejor aprecio para la vida. El amor que Jesús tiene en cuenta
aquí reconoce el valor del otro como imagen de Dios. Afirma la existencia de él o
ella por decir: “Me alegro que vives”. Había una mujer tan graciosa que hablaba
con todos. Era tan amistosa que su hijo dijo de ella: “Nunca encontró a un
desconocido”.
No es necesario que saludemos a todos; sin embargo, tenemos que superar los
prejuicios que llevemos. Los negros no son perezosos. Los judíos no son
engañosos. Los homosexuales no son decadentes. No se puede caracterizar así ni
la décima parte y mucho menos la mayoría de estos grupos. Es cierto que hay
gente buena y gente mala en todas partes. Por el amor de Dios, Creador de todos,
queremos buscar el bien de cada quien que encontremos.
Hoy celebramos el Día de Madre. Saludamos no sólo a las mujeres que nos dieron
a luz sino a todas las madres. Nos dan aún más razón para amar a los demás.
Pues, cada persona humana es hija o hijo de una madre. Cada persona humana ha
sido llevada por hasta nueve meses con al menos algún cuidado. Cada persona
humana ha sido acariciada como alguien especial. Por el respeto a nuestras
madres queremos decir a todos los hijos e hijas del mundo: “Me alegro que vives”.
Padre Carmelo Mele, O.P.