DOMINGO VI DE PASCUA, CICLO B
Hch 10, 25-26.34-35. 44-48; Sal 97; 1Jn 4, 7-1
Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi
amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho
esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el
mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo
que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a
mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo
os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que
vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.»
Recordando las palabras de nuestro Papa emérito Benedicto XVI: “…aunque el
hombre con la tecnología haya hecho cercano el mundo, y en un minuto pueda
saber lo que acontece en el mundo, este avance no ha resuelto el problema
existencia de su soledad…” (Caridad y Verdad, cap. 8). La Pascua nos hace
presente en estos cincuenta días de fiesta que Cristo con su muerte y resurrección
ha vencido la soledad, signo de la muerte existencial y sin sentido de la vida del
hombre. Porque unidos a Cristo como el sarmiento a la vid el hombre puede vivir
como un milagro la común unión con los hermanos-la humanidad y su vida
fructífera. Un signo palpable de este hecho milagroso e histórico es nuestra Madre
la Virgen María, que escuchando la Palabra del enviado de Dios, y aceptándola
obedientemente en ella se engendró y gestó a la Palabra que se hace carne entre
nosotros: Jesucristo; por ello la fecundidad a la cual Dios nos llama no es que
bendiga Dios solamente nuestros proyectos, que lo puede hacer, sino que nuestra
vida se configure según Cristo; para que como la Virgen María podamos decir
unidos a ella con espíritu de gratitud cada día, como esposo, como esposa, como
hijo, como trabajador, como viuda o viudo, en la pobreza como en la riqueza:
“…proclama mi alma la grandeza de Dios…”, que es lo que nuestro actual Papa
Francisco nos invita a hacer en las calles y de manera particular en este tiempo de
Pascua.
El evangelio del presente domingo inicia con la siguiente frase: “…si me aman
guardarán mis mandamientos…”, ya en el mismo evangelio de San Juan en otro
capítulo, Jesucristo hace mención de un mandamiento nuevo, más aún dice:
“…amaos como yo los he amado…”; pero cuando Cristo pronuncia este discurso aún
todavía no había llevado a cumplimiento la voluntad de su Padre que iba a estar
concretizada y realizada en su muerte y muerte de cruz, por eso, las palabras de
Cristo cuando dice: “…no hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos…”,
expresión que hasta ese momento quedaba muy velada para sus discípulos. Pero,
también hay que añadir que de trasfondo a estas palabras de Cristo: “…guardarán
mis mandamientos…”, Cristo es el primero que lo ha vivido y al vivirlo lo ha llevado
a expresarlo en su plenitud; no nos olvidemos que Cristo en el evangelio de San
Mateo capítulo 5, dice: “…yo no he venido a abolir la ley y los profetas sino a darle
cumplimiento…”, entonces ¿cuál es este mandamiento o mandamientos? Este
mandamiento lo encontramos expresado de una manera concreta en el libro de
Deuteronomio cuando el escritor sagrado nos dice: “…amarás al Se￱or tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente…”. Es necesario decir que el
mandamiento lo podemos tomar como un ordenamiento, un precepto, una ley,
cuando la palabra “mandamiento” en el lenguaje de Jesús significa camino, es así
que el mandamiento nuevo es la vida, el camino del hombre nuevo, y todo su
actuar desde ahí se contempla, y es como contemplar así a Cristo, por eso, a Cristo
se le puede decir el rostro del Padre, como también el corazón del Padre.
Estos mandamientos, que hay que guardar, ya el pueblo judío los tenía y los sabía,
pero es importante las palabras del profeta Ezequiel: “…os quitaré el coraz￳n de
piedra y os daré uno de carne…”; o las palabras del profeta Oseas cuando dice:
“…este pueblo me honra con los labios pero su coraz￳n está lejos de mí…”, los
mandamientos que hay que guardar, hay que guardarlos con un corazón nuevo de
carne, es así que San Juan en el evangelio nos dice: “…Él les enviará el Consolador
que estará con ustedes para siempre…”. Este Consolador sabemos que es el
Espíritu de Cristo Resucitado, entonces será el Espíritu Santo el que nos dará el
corazón nuevo, los preceptos son preceptos, son algo externo a nuestra vida, pero
nunca los viviremos como el camino a vivir. Por eso, el amor de Cristo hacia
nosotros es con este corazón de carne; y cuando nos invita a amarnos como Él nos
ha amado, es con un corazón de carne, con el corazón transformado por el Espíritu
de Dios. Por eso, no debemos entender que estos mandamientos nos adhieren a
una agrupación o a una doctrina, o lo que peor sería, a una simple enseñanza o
comportamiento ético, o como hoy se dice y se propaga simplemente de valores, o
como hoy se ha reducido en algunos estamentos de la Iglesia, enseñar el
cristianismo como un mero comportamiento de valores; cuando la vida cristiana,
esta nueva vida se ha inaugurado con la Pascua de Cristo que es la Nueva Creación,
la presentación de los hombres nuevos con un corazón recreado por el Espíritu
Santo. Estos hombres nuevos que son los cristianos, aunque el padre biológico o la
madre biológica haya fallecido (han sido llamados por Dios a su presencia), no
viven una vida de orfandad, porque tienen a Dios como Padre, a la Iglesia como
Madre y son sostenidos por la comunión de los hermanos en el Espíritu Santo de
Cristo Resucitado.
En los Hechos de los Apóstoles, la predicación, el anuncio de la Buena Nueva lleva
al hombre a la conversión y al encuentro con el Padre de la Misericordia, pero esta
predicación no es completa, como lo dice el mismo texto de esta lectura cuando se
dice: “…oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo…”, porque la vida del
hombre nuevo no solamente es deseo o querer de la persona, sino que es una
acción gratuita del amor de Dios en Jesucristo. En este pasaje de los Hechos de los
Apóstoles se pone de manifiesto la necesidad de llevar a cumplimiento la misión de
Cristo, que es anunciar el evangelio a toda criatura, sin distinción de raza y cultura,
porque Dios no hace distinción de persona.
San Pedro, nos dice: “…hay que dar raz￳n de nuestra esperanza…”, pues la
predicación, el anuncio del evangelio que estamos llamados por la misión que Cristo
nos ha encomendado, es dar razón de la esperanza en la cual vivimos; y aquí
podemos diferenciar a predicador de predicador, o a discípulo de discípulo, en que
la predicación que uno está llamado a realizar de trasfondo está la razón de la
esperanza en la cual vivimos en Dios, y esta esperanza no es mi esperanza, ni esta
fe es mi fe; esta esperanza y esta fe se sostienen, se fundamentan y se enriquecen
en el Misterio de Pascua de Cristo nuestro Señor, y aún más si la vivimos en
comunión con la autoridad de la Iglesia y en el amor de los hermanos en la fe, por
eso que un predicador o un servidor de la Iglesia es un testigo, de otra manera
podemos caer en lo que San Pablo dice en una de sus cartas: “…son campanas que
replican…”; porque la vida cristiana está llamada a que contemplándola lleve al
encuentro con Dios, como es la vida de los santos, que son expresión concreta del
hombre nuevo, que han guardado los mandamientos de Dios porque han tenido un
corazón nuevo, de carne, iluminados y trasformados por el Espíritu Santo y como
dice la primera carta de San Juan: “…todo el que ama a Dios ha nacido de Dios y
conoce a Dios…”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar