SOLEMNIDAD. SANT ҉ISIMO CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
“ATRÉVETE CUANTO PUEDAS”
Padre Javier Leoz
Solemnidad del Corpus Christi y, con ella, la seguridad de que el Señor –
lejos de abandonarnos- se ha quedado en este Misterio de fraternidad,
amor, generosidad, pasión, muerte y resurrección que es la Eucaristía.
1.- Qué bien lo expresó el Papa Emérito, Benedicto XVI, en el siguiente texto:
"¿Qué significa Corpus Christi para mí? En primer lugar, el recuerdo de un día de
fiesta, en el que se tomaba al pie de la letra la expresión que acuñó Santo Tomás
de Aquino en uno de sus himnos eucarísticos: «Quantum potes tantum aude» —
atrévete cuanto puedas a alabarle como merece—. Estos versos recuerdan además
una frase que el mártir Justino ya había formulado en el siglo II... El día de Corpus
Christi toda la comunidad se siente llamada a cumplir esa tarea: atrévete cuanto
puedas. Todavía siento el aroma que desprendían las alfombras de flores y el
abedul fresco, los ornamentos en las ventanas de las casas, los cantos, los
estandartes; todavía oigo la música de los instrumentos de viento de la banda del
pueblo, que en aquel día a veces se atrevía con más de lo que podía; y oigo el ruido
de los petardos con los que los muchachos expresaban su barroca alegría de vivir,
pero saludando a Cristo en las calles del pueblo como a una autoridad de la ciudad,
como a la autoridad suprema, como al Señor del mundo..."
2.- Hoy, desgraciadamente, nuestras calles no rezuman aroma a fraternidad o
justicia. Nuestros ojos, en cuanto saltamos a ellas, se encuentran con dramas en
mil rostros y pobreza que reclaman nuestra atención. Hoy, Jesús el “pobre” (tal vez
disimulado en custodia) avanza por plazas y cuestas, calles y encrucijadas de
nuestros pueblos y ciudades para dejarse aclamar pero, también, para que no
olvidemos que la Eucaristía es fuerza que nos impulsa hacia el bien. Pero no es una
fuerza cualquiera. No es solidaridad simple y a veces interesada. El Corpus Christi
nos hace caer en la cuenta de que el amor cristiano no entiende de colores ni de
ideologías y que, incluso también hacia el ingrato enemigo, ha de ir volcado nuestro
amor porque también Cristo, en su primera custodia de madera (la mesa de Jueves
Santo) quiso que su afecto llegase incluso al que más tarde le traicionó. Esa es la
diferencia entre solidaridad y caridad. La solidaridad, centrada en el humanismo,
tiende a doblegarse, cansarse y agotarse. La caridad, sustentada en el amor divino,
es (como dice San Pablo) un amor sin límites, que a veces cuesta ofrendarlo pero
que –cuando se da- más se aumenta y más satisfacción produce. Hoy, al llevar a
Cristo Sacramentado por nuestras calles, decimos al mundo que somos muchos los
que creemos en un amor sin más adjetivo que DIVINO. Por eso cantamos,
festejamos, adoramos y hasta nos emocionamos: ¡ES EL AMOR QUE PASA!
3.- A punto de iniciarse el Año de la Misericordia (convocado por el Papa Francisco
para el día de la Inmaculada) creo que el Corpus Christi nos centra en el auténtico
valor y pureza de esa misericordia. Los cristianos no podemos quedarnos en meros
gestos o detalles. La misericordia de Cristo, envuelta hoy en históricas custodias y
cobijada bajo palio, nos reclama también un punto de atención: es Misterio. La
tocamos y, a la vez, la sentimos lejos. La ofrecemos, y en muchos momentos, nos
abre las carnes. Hablamos de ella pero, en algunos instantes, la constituimos sólo
en poesía, canción o palabrería. ¡Qué distinta la misericordia del Señor que avanza
por nuestras calles en este día del Corpus Christi! Es Él mismo quien se ofrece.
En una coyuntura con tantas soledades y sufrimientos. En una realidad mundial tan
compleja y con tantos frentes abiertos, el Corpus Christi nos invita a mirar más allá
de nosotros mismos. A buscar esa potencia escondida y misteriosa que en un altar
se hace presente y que, cuando se comulga, nos convierte en personas invencibles
y constantes en el amor y por el amor.
4.- Hoy, en multitud de parroquias, catedrales, comunidades religiosas, pueblos y
ciudades desfilarán custodias con el Amor de los Amores. ¿Estamos dispuestos
luego nosotros a ser “templetes de carne y hueso” que hagan presente a Cristo en
esas otras calles donde es marginado y despreciado, silenciado o blasfemado? Sí;
en esas otras calles y plazas que son nuestros puestos de trabajo, el campo donde
se toman decisiones, la familia, la educación o nuestras conversaciones diarias. Es
fácil, aunque, en estos tiempos, muy meritorio, salir en procesión en un mundo
secularizado y habituado a la zafiedad en su asfalto, pero luego nos queda la
asignatura pendiente: proclamar el reino de la vida, el Señor de la Eucaristía, allá
donde pensamos, vivimos, trabajamos o descansamos como cristianos.
6.- ¡ATRÉVETE CUÁNTO PUEDAS! ¡VIVA JESÚS SACRAMENTADO!
QUE ME ATREVA, SEÑOR
A dar la cara por Ti cuando, tantos rostros,
dicen ser de los tuyos y se esconden
a la hora de ser signo de tu presencia.
A ser custodia, de carne y hueso,
que –cuando es mirada-
destella rayos de que Tú eres mi luz
de que, Tú, eres el motor de mis paso
de que, Tú, eres el secreto de mis palabras.
QUE ME ATREVA, SEÑOR
A ser pétalo de tu Evangelio
dejando, allá por donde pase,
un exponente de que soy de los tuyos
Un síntoma de que, tu Cuerpo y tu Sangre,
se funden en mis entrañas
y me empujan a ser un templo vivo
allá donde existe la muerte o el llanto.
QUE ME ATREVA, SEÑOR
Y, con mis fuerzas, cuanto pueda
a darte alabanza y honor
aun a riesgo de ser centro de la diana
de burlas y mofas
cuando, ante otros dioses de madera y cartón
no doblego lo más santo y fuerte que poseo: Tú.
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A rendirme a tus pies
pero nunca rendirme de lo que pienso y creo:
Tú eres Rey, Tú eres Amor de amores
Tú eres cielo en la tierra y Palabra certera
en tantas noches oscuras
Tú mereces la gloria, sólo Tú,
cuando lo que nos rodea
nos invita a centrarnos sólo en la nuestra
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A ser incienso de un Dios que no defrauda
Mano tendida para el que llama a mi puerta
Voz que anuncia y denuncia
Silencio que conforte en mil duelos
QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR
A manifestar, en este vacío mundo,
que Tú lo puedes llenar todo
cuando, el hombre y la mujer de este tiempo,
busque en la profundidad (y no en la superficialidad)
el Agua Viva que calma la sed de una vez por todas.
¡Bendito, Señor, sea tu nombre!
¡Bendita, Señor, sea tu presencia!
¡Grande, Señor, sea tu reinado en el corazón del hombre!
¡Única y para Ti, Señor, sea nuestra adoración!
Tuyos, siempre tuyos Señor,
en este día en el que tu Cuerpo y tu Sangre
hacen de innumerables rincones de nuestra tierra
un inmenso altar desde el cual hablas,
miras, callas, observas, lloras y bendices.
¡QUE ME ATREVA, CUÁNTO PUEDA SEÑOR!