Encuentros con la Palabra
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo B (Marcos 14, 12-16.22-26)
“Tomen, esto es mi cuerpo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
July nació con una deficiencia profunda. Para su papá y su mamá fue un golpe muy
fuerte, sobre todo al comienzo... “Nadie se espera un regalo como este”, me decía alguna
vez su papá, después de que fue acogiendo el misterio de la vida de July, limitada y con
muchos problemas, pero plena ante los ojos de Dios. Poco a poco, los demás hermanos y
hermanas fueron aprendiendo, como sus papás, a convivir con July. Pero no fue fácil...
Había que hacérselo todo y cuando tenía las crisis, ponía a todos a correr. Siempre
estaban recibiendo nuevas lecciones de July. Sin que se dieran cuenta, esta niña frágil,
indefensa y llena de impedimentos, se fue convirtiendo en el centro de toda la familia.
Cuando tuvo la edad para recibir su primera comunión, sus papás fueron a ver al
sacerdote de la parroquia, que la había bautizado y que le había dado la primera
comunión a todos los hijos e hijas mayores... De modo que los padres de July le dijeron a
su párroco: “Nos gustaría que July recibiera su primera comunión. Ya ha cumplido la edad
y le hemos enseñado lo que hemos podido sobre el amor y la cercanía de Dios en su
vida. Ella no puede hablar, ni sabe las oraciones, pero consideramos que debe participar,
como todos los demás, de este regalo semanal de Dios a cada uno de nosotros”.
El sacerdote, un poco confundido por la propuesta, no supo bien qué decir. Nunca se le
había presentado un caso así y la preparación para la primera comunión era muy exigente
en esa parroquia. Los niños y las niñas participaban de la catequesis durante casi un año,
aprendían las oraciones, las enseñanzas de Jesús y, sobre todo, el significado profundo
de la eucaristía... No era conveniente hacer excepciones, sobre todo porque podría
crearse un mal ambiente entre los feligreses más cercanos; de modo que, después de
mucho pensarlo, el párroco dijo: “Lo siento, pero me temo que no podrá ser, puesto que
July no va a entender lo que va a recibir”. Carmen, la mamá, se quedó mirando al
padrecito a los ojos y le preguntó: “Padre, ¿y me va a decir que usted sí entiende lo que
recibe cada día en la eucaristía?” El sacerdote bajó los ojos y pidió perdón por haber
pretendido ser dueño de un regalo que Dios dejó para todos y que, aunque recibimos con
cierta frecuencia, nunca podremos entender en toda su profundidad. El mismo papa Juan
Pablo II reconoció esta realidad, cuando se pregunta en su encíclica sobre la Eucaristía:
“Los apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las
palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no” ( Ecclesia de Eucharistia , No. 2).
Algún tiempo después, July recibió su primera comunión con el grupo de niños y niñas de la
parroquia. Ella, regalo de Dios para su familia y para el mundo, fue acogida por Dios en su
mesa, para participar del gesto que realizó Jesús delante de sus discípulos, mientras
comían: “tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo
dio a ellos diciendo: –Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y,
habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron”. Así fue como July se
acercó por primera vez a la mesa de la comunión. Ella, como tú y como yo, sin entender
completamente este misterio, fue abrazada por el misterio del amor de Dios que se entrega
hasta el extremo y nos invita cada día a hacer lo mismo en memoria suya.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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