Un dormilón en tempestad
En una de mis visitas a Angola, en plena guerra de la Unita, cuando los unos combatían a
sangre y fuego, otros dormían. Hay un mosquito allá, que al picarte, te deja en sueño hasta
la muerte. Salas inmensas de durmientes perennes. Y afuera el crujir de las armas. Es un
contraste repetido y multiplicado. Es radiografía de la situación actual: Muchos disfrutan en
banquetes el fruto de su ‘paz’ financiera, los otros mueren en combate desigual.
¿Cómo explicarse a Jesús durmiendo en plena tempestad cuando los otros se debaten entre
el terror y la angustia? Silencio y ausencia. Dos palabras que hablan de la presencia de Dios
entre nosotros. Un Dios silente y un Dios ausente cuando las luchas arrecian, cuando el
desánimo nos licúa, cuando pareciera todo terminado. Y sin embargo, Dios está ahí. A más
tempestad, más cercanía de Dios. A mayor debilidad, mayor fuerza. Es su presencia.
Hay una manera muy común de ‘cosificar’ a Dios. Entenderlo como la respuesta a todas
nuestras inquietudes, preguntas, desazones. Job clama por una respuesta a su dolor. Los
Apóstoles le preguntan, ¿Por qué duermes? Somos pregunta hiriente, maliciosa, desafiante
para Dios. Y Él calla cuando no es que devuelve la pregunta. Y el Dios respuesta se torna
en el Dios pregunta que azuza, inquieta, derriba parámetros, esquemas, seguridades.
Las tempestades, los tsunamis, los terremotos desafían nuestras fuerzas y previsiones.
Buscamos la seguridad, la calma, el lago transparente, en serenidad total. Así la travesía se
haría más fácil. Pero no es ésta la voluntad de Dios. El evangelio de Jesús se facilita, no se
obstaculiza, por las dificultades. Es allí donde se templa el espíritu, donde se acumula la
fuerza y prende sus luces el discipulado de Jesús. Nada nos amilana, nada nos acobarda.
Cochabamba 21.06.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com