XI Domingo Ordinario, Ciclo B
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
Siempre sembrar
Ezequiel 17, 22-24: “Elevaré los árboles peque￱os”.
Salmo 91: “¡Qué bueno es darte gracias, Se￱or!”
II Corintios 5, 6-10: “En el destierro o en la patria, nos esforzamos por agradar
al Se￱or”
San Marcos 4, 26-34: “El hombre siembra su campo, y sin que él sepa c￳mo, la
semilla germina y crece”.
Los estudiantes se quedan admirados por la amabilidad, hospitalidad y trabajos
de aquella familia árabe-cristiana. Arrumbada en el rincón de la frontera norte
de Israel donde se ocultan y resisten las fuerzas palestinas, vive en constante
zozobra por los ataques de uno y otro ejército. Con diferentes métodos y con
diferentes actitudes, pero siempre pasa lo mismo: acaban desconfiando de ellos
y destruyendo la granja que con sudores y esfuerzos van levantando en medio
de las alambradas y los campos minados. Allí siempre es tiempo de guerra y de
inseguridad. Uno de los estudiantes se anima a preguntar: “¿Por qué siembran si
al rato vienen unos u otros para destruir sus cultivos?”. La respuesta del padre
de familia, un anciano respetable, llega con seguridad: “Si sembramos, tenemos
esperanza. Si nos cruzamos de brazos, nos hundimos en el pesimismo”. Frente a
la adversidad, siempre hay que sembrar; frente a los problemas, hay que
sembrar; frente al pesimismo, hay que sembrar.
“El Reino de Dios”, siempre el reino, una y otra vez, como una obsesión, es el
tema favorito de Jesús. Un reino enraizado en las miserias humanas, un reino
construido con los pequeños y los pobres, un reino que trae la verdadera paz y
la verdadera justicia. Es su causa, por la que vivió, por la que luchó y por la que
murió. ¿Cómo transmitir esa pasión por el Reino? Lo hace a través de las
parábolas que nos hablan de la vida ordinaria y cotidiana de sus paisanos, son
ejemplos sencillos pero en un momento tienen un especie de rompimiento que
nos cuestiona y nos enfrenta con la realidad del Reino. Así son las parábolas de
este domingo. Así son también las imágenes que nos presenta el profeta
Ezequiel: una rama tierna cortada de la copa de una gran cedro que plantada en
la montaña de Israel se convierte en cedro magnífico. De lo pequeño se alcanza
la grandeza. Ya podremos aprender a trabajar en las pequeñeces sin
desesperación, sin ambiciones, pero con todo el entusiasmo. Por este mismo
camino sorprendente nos lleva la primera parábola. ¿Qué tiene de extraordinario
la escena que nos presenta? En aquel tiempo, y ahora, era escena cotidiana la
salida de los sembradores a realizar su faena y depositar su semilla en el surco
abierto. ¿Por qué la narraría entonces Jesús? Porque en aquel tiempo, y ahora
también, ante los escasos frutos logrados en la lucha por el Reino, en la
búsqueda de la justicia, en la difusión de la palabra, llegan momentos de
desaliento y se corre el riesgo de dejar de sembrar, de sentarse a rumiar el
pesimismo, de dejar que las cosas vayan por sí solas. ¡Cuánta razón tiene el
Papa Francisco al decirnos que el pesimismo es una de las tentaciones fuertes de
nuestro tiempo!
Si miramos así la parábola, encontraremos un fuerte reclamo a esta sociedad
que se ha cansado, que está hastiada, que de tanto dolor y aburrimiento se
emborracha en sus placeres, en su imagen y se olvida de la construcción del
Reino. Vive en somnolencia y abandono. No quiere reflexionar ni construir.
Tantos sueños se han roto, que acabamos por quedarnos dormidos; tantos
ideales han fracasado que no queremos ya levantar la vista. ¿No es cierto que el
pesimismo y la indiferencia se han apoderado de muchos de nosotros? Pues ahí
está otra vez la invitación a sembrar. Si se siembra, habrá esperanza de
cosecha, si el terreno permanece intacto, queda estéril y se llena de maleza. El
discípulo del Reino no tiene derecho a cruzarse de brazos y a fingir ignorancia,
mientras hay un mundo de miseria que reclama el trabajo, quizás pequeño, pero
constante y esforzado del que ha depositado su fe en Jesús. Es cierto: hay
corrupción, hay injusticias, pero seguirán creciendo si no sembramos paz,
honestidad, coherencia y justicia. La siembra escondida, en silencio, con
esperanza, tiene la promesa del fruto futuro.
La parábola nos hace otro reclamo: no todo está en nuestras manos.
Acostumbrados a resultados inmediatos y controlables, queremos someter la
historia del Reino a nuestros pobres y ridículos esfuerzos. La parábola de la
semilla que crece por sí sola insiste en la fuerza que posee el reino de Dios
sembrado ya en la tierra. A nosotros nos toca poner la semilla, al Señor le toca
darle crecimiento. Se requiere paciencia y perseverancia. Crece lento, por pasos:
primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”, pero
de forma inexorable, a pesar de unos comienzos ocultos. Duerma o se levante el
hombre, de noche o de día, sin que él sepa cómo, la semilla brota y crece por sí
misma aunque nadie la trabaje. El Reino rompe nuestros esquemas, es don y no
depende sólo de nuestro trabajo y esfuerzo. Creer en Dios, creer en las
personas, creer en el Reino, respetar los ritmos y confiar en la dinámica de su
realización aquí, es mucho más que hacer. Es dejar hacer y dejar hacerse. Es
cambiar el corazón y abrirlo al Reino. Es abandonarse confiadamente en manos
de Dios. De ningún modo es invitación a la desidia y al providencialismo. Es el
compromiso fuerte de sembrar y trabajar, para después, en oración, poner
confiadamente nuestros esfuerzos en manos del Padre que nos ama y que le
dará crecimiento.
El grano de mostaza nos pone en la misma sintonía: el Reino no llega con
escándalos y propagandas mentirosas, se construye desde lo pequeño y desde
los pequeños, cada día, con entrega, con constancia, con dedicación,
calladamente. A muchos nos cuesta este trabajo diario y callado, sin embargo
nuestro mundo está lleno de personas que generosa y honradamente están
construyendo este Reino. Vienen a mi mente las palabras de aquel santo mártir
mexicano que con mucha vehemencia repetía: “Quiero ser semilla y morir en la
raya, no quedarme mirando desde la orilla”. Compromiso serio en la
construcción del Reino, pero esperanza confiada en la acción amorosa de
nuestro Dios. Presencia de Reino que es regalo, conquista, trabajo y alegría,
hermandad y construcción, pero nunca pasividad o indiferencia. ¿Cómo estamos
construyendo el Reino de Dios? ¿Cómo damos esperanza en estos momentos de
duelo, desconfianzas y pesimismo? El verdadero cristiano sigue sembrando en
silencio y espera confiado la lluvia de amor de Dios Padre que dará crecimiento
y fortaleza a su semilla.
Señor, da fortaleza a nuestras debilidades, da esperanza a nuestro pesimismo,
da fruto a nuestros esfuerzos,. Amén.