XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
El crecimiento del Reino de Dios
Al comienzo del Evangelio de Marcos, éste presenta claves fundamentales para
la lectura de su obra: “Jesús fue predicando el Evangelio de Dios y diciendo: Se
ha cumplido el plazo y se ha acercado el Reino de Dios; conviértanse y crean en
el Evangelio” (Mc 1,14-15). El mensaje inicial de Jesús tiene un doble contenido.
Un anuncio y un mandato. Primeramente su predicación consiste en el anuncio
de una realidad inminente y gratuita, la cercanía del Reino de Dios, cuya llegada
próxima es un hecho irreversible y definitivo. En segundo lugar, su predicación
insta a todos sus seguidores, tanto a los oyentes contemporáneos suyos como a
los lectores del evangelio a lo largo de la historia, a la auténtica conversión,
especificando que ésta consiste en un cambio de mentalidad para orientar la
vida y la conducta según el Evangelio.
El anuncio del Reino, como don imparable de parte de Dios, es una realidad viva
y dinámica, que nada ni nadie puede detener. Su definitiva proximidad es una
propuesta abierta y universal para que la humanidad participe en la salvación
que Dios le ofrece. Pero el evangelio no dice qué es el Reino, ni dónde está, ni
en qué consiste. En todo caso es algo que viene dado por Dios, pues se trata de
una realidad que tiene en él su origen. Del contexto inmediato posterior se
puede deducir que el Reino está vinculado a la actividad liberadora de Jesús,
desarrollada sobre todo en Cafarnaún, en favor de los oprimidos y excluidos, de
los enfermos y marginados y en abierta oposición a las instituciones religiosas de
su tiempo. La autoridad de Jesús puesta al servicio del hombre anula el poder de
los dirigentes de la sinagoga y antepone la atención al ser humano necesitado
respecto al respeto del día del sábado. Ese dinamismo liberador del hombre
respecto a cualquier estructura opresora fue iniciado con la actuación de Jesús y
es la fuerza imparable del Reino de Dios, que, como una semilla diminuta, va
creciendo y desarrollándose en la historia sin que nadie sepa cómo.
A esto se dedican las dos parábolas del evangelio de hoy. Son las parábolas de
las semillas (Mc 4,26-34; Mt 13,24-32; Lc 13,18-19) las cuales revelan que el
dinamismo imparable del Reino de Dios en esta tierra es un misterio paradójico.
Cuando Jesús habla del Reino no dice en qué consiste sino a qué se parece. Se
trata de algo muy pequeño, sencillo, apenas perceptible..., pero es una realidad
preñada de vida, con potencia para crecer, cuyos frutos se perciben en el
momento oportuno, pero no de manera inmediata. El Reino de Dios es un
misterio de vida y de crecimiento, como una semilla que crece, sin que nadie
sepa exactamente cómo, hasta hacerse como una espiga o como un árbol
frondoso en cuyas ramas anidan los pájaros. El contraste entre el comienzo débil
y el magnífico resultado final es lo que subrayan la parábola sinóptica del grano
de mostaza y la marcana de la espiga.
La acción del Espíritu en el ser humano es también así. Es real, pero
imperceptible, potente, pero sin triunfalismos, con futuro, pero no siempre
inmediato. Nuestra vida es frágil, corta, diminuta, pero está llena de una vida
densa con proyección de futuro y con destino fructífero. La vida del Espíritu a
través de la Palabra en nosotros es la semilla del Reino. La vida histórica de una
persona forma parte de ese comienzo del Reino en nosotros, pero no es todavía
su final, pues éste trasciende esta vida terrena y llega hasta la vida eterna. La
parábola suscita así la confianza plena en Dios, la esperanza en la
transformación del corazón humano y en el cambio del mundo y la apertura del
Reino a todas las gentes, representadas en los pájaros que vienen a anidar.
La lectura de la segunda carta a los Corintios (2 Cor 5,6-10) subraya la
dimensión de la confianza en Dios que nace de la fe y que interpela sobre la
responsabilidad personal en la vida cristiana. El reinado de Dios en la vida
humana crece día a día, tal vez a un ritmo más lento del que podemos imaginar,
pero lo cierto desde la palabra de Dios es que el Reino, el Evangelio y el Espíritu
de Cristo en nosotros darán su fruto. Así mismo el texto de Ezequiel (Ez 17,22-
24) subraya la idea de la paradoja evangélica con una imagen semejante, la de
que los árboles humildes serán ensalzados y los secos florecerán.
El mismo Jesús se presenta como el mensajero que proclama que el Reino de
Dios ya está llegando en la humildad de su persona y a través de su misión que
culmina en la entrega de la vida en la cruz. Jesús es el evangelizador , él mismo
y su actividad son el Evangelio (8,35; 10,29) y creer en el evangelio es lo mismo
que creer en Jesús (1,15) y creer que él es el Mesías que en la debilidad de la
muerte revela al Hijo de Dios (Mc 15,39). Creer que la cruz es el camino para
seguir las huellas de Jesús y que en el amor que ella manifiesta se da la
manifestación irreversible del Reino de Dios es confiar en Dios y dejar que su
Reinado se haga realidad en nuestras vidas.
Con todo ello el mensaje de la palabra de Dios comunica la fuerza imparable del
Reinado de Dios, que a partir de lo diminuto e insignificante se convertirá en un
árbol frondoso o en una espiga madura para la siega, pues lo que Dios dice lo
hace. De este modo la palabra infunde ánimo y esperanza, confianza y seguridad
a toda la comunidad cristiana.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura