Encuentros con la Palabra
Domingo XIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 5, 21-43)
“Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Las situaciones de dolor en las que muchas veces nos vemos envueltos, nos obligan a buscar salidas
desesperadas que no se pueden entender desde circunstancias de tranquilidad y paz. Solamente
cuando se ha estado desesperado, se entienden ciertas formas de reaccionar que es muy fácil juzgar
desde fuera. Una cosa es ver los toros desde la barrera, y otra muy distinta, sentir el aguijón de la
desesperación clavado en nuestra carne. Saber esto nos puede ayudar comprender a muchas personas
que nos parece que han perdido el juicio y que buscan soluciones donde no las hay.
Un buen amigo mío, sufrió en un momento de su vida una enfermedad muy complicada y dolorosa. El
es una persona que podríamos calificar como ‘ilustrada’, porque ha bebido de las fuentes del saber
desde muy joven y se ha formado en las mejores universidades de Colombia y Francia. Resulta que
estaba pasando por uno de esos momentos críticos que tenía su dolencia y tenía un dolor de hígado
muy fuerte. Lo vi, con estos ojos que se comerán los gusanos, acostado en su cama, sosteniendo el
polo positivo de una pila contra su hígado, mientras sostenía otra pila, con su polo negativo entre la
boca. Un bioenergético le había dicho que el dolor de hígado que tenía se debía a un desequilibrio en la
energía de su cuerpo, producido por unas amalgamas que tenía en sus muelas. Y como digo, no es una
persona ignorante o mal formada. Lo último que querría sería juzgar a este amigo por semejante
situación. Lo que quiero resaltar es que hay momentos en la vida en los que no vemos otras alternativas
y nos agarramos a cualquier cosa que nos brinde alguna esperanza de salvación, aunque a los ojos de
los demás parezcan cosas insensatas y absurdas. Seguramente conocemos a muchas personas que
han despilfarrado fortunas enteras, tratando de solucionar algún problema de salud propio o de algún
ser querido. Le han creído a alguien que les ha brindado una chispa de esperanza, cuando los médicos
tradicionales la han perdido totalmente y habían dejado de luchar por la vida. Otras personas, han
ayudando a seres queridos a salir de una situación de dependencia, ya sea del alcohol o de la droga y
para eso han tenido que hacer grandes sacrificios, incomprensibles para quienes no estamos metidos
en la situación.
La mujer que nos presenta hoy el evangelio, en medio de la escena de la curación de la hija de Jairo,
padecía una enfermedad que los médicos de hoy calificarían de ‘cr￳nica’: “(...) desde hacía doce a￱os
estaba enferma, con derrames de sangre. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había
gastado todo lo que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Cuando
oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque
pensaba, ‘Tan s￳lo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”. Efectivamente, cuenta el evangelio
que “Al momento, el derrame de sangre se detuvo, sinti￳ en el cuerpo que ya estaba curada de su
enfermedad”. Llama la atención la reacci￳n del Se￱or que, “dándose cuenta de que había salido poder
de él, se volvió a mirar a la gente, y preguntó: – ¿Quién me ha tocado la capa? Sus discípulos le dijeron:
– Ves que la gente te oprime por todos lados, y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía
mirando a sus alrededor, para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y
sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodill￳ delante de él, y le cont￳ toda la verdad”. Diríamos
que esta mujer representa un caso extremo de desesperación, como los que hemos mencionado al
comienzo. Pone su confianza en algo que no parece sensato. ¿Cómo puede pensar que con tocar la
capa de un profeta, por muy importante que éste sea, va a curarse de una enfermedad crónica como la
suya? Ella crey￳. Y allí está su fuerza. Jesús lo confirma cuando le dice: “– Hija, por tu fe has sido
sanada. Vete tranquila y curada ya de tu enfermedad”. Pidamos al Se￱or que sepamos vivir una fe
como la de esta mujer del evangelio. Que luchemos por nuestros sueños con su insistencia y tenacidad.
Pero que no desperdiciemos nuestra fe en curanderos y brujas de mala muerte, ni nos dejemos engañar
por tanto encantador de serpientes que deambula por este mundo, sino que pongamos nuestra fe en el
único que puede salvarnos, efectivamente, y darnos una salud eterna.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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