XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
¡OJO CON LA FE FÚNEBRE!
Padre Javier Leoz
El domingo pasado, con el episodio de la tormenta calmada en el Lago
Galilea, llegábamos a la conclusión de que, al Señor, lo hemos dejado
demasiado dormido. Que no es Él quien se desentiende sino, en todo caso,
somos nosotros quien lo dejamos de lado.
1.- La eucaristía de cada domingo, entre otras cosas, nos recuerda algo esencial y
no tangencial en la vida de un cristiano: podemos y tenemos que decir mucho en
las diferentes situaciones que nos acompañan. Lo decía el Papa Francisco el pasado
domingo en Turín: “Vivid contracorriente”. Y es que, lo fácil, es dejarse arrastrar y
lo meritorio es hacer frente aún a riesgo de ser señalado. ¿No es acaso mejor cerrar
los ojos al mundo con la conciencia de un deber cumplido que no omitido?
¿Somos conscientes que, nuestra fe, es una vitamina de vida y no de muerte?
Cuando uno escucha el evangelio de este día llega a las siguientes conclusiones:
-Nuestra Iglesia no es un tanatorio donde se recibe cuando se muere
-Nuestra fe no es un vestido que se utiliza cuando morimos
- Nuestra amistad con Cristo no está centrada en la muerte sino en su
resurrección
O dicho de otra manera: ser cristiano no es hacer pompa fúnebre sino, en todo
caso, una ola a la vida. ¿Y dónde está esa VIDA? Ni más ni menos que en Jesús.
Hoy, con el evangelio en la mano, vemos que la fe cura y salva. Y que las ideas, sin
fe, a veces esclavizan y matan.
2. La fe es la condición imprescindible para la actuación de Dios. Y, hay que
reconocerlo, preferimos abandonaros en manos de lo inmediato, echarnos en los
brazos de la simple y pura ciencia antes que confiarnos exclusivamente al Señor.
Pidamos al Señor que nuestra fe sea inconmovible y confiada. Que nada ni nadie
nos aleje de Él. Sólo Él puede sacarnos de situaciones que dificultan nuestra
felicidad. ¿Tienes fe? nos pregunta el Señor; sanarás, te recuperarás, brillará de
nuevo en ti la alegría de vivir.
¿Tienes fe? Entonces no te faltará auxilio en los momentos en los que, por
debilidad o enfermedad, veas que la vida se te escapa irremediablemente
¿Tienes fe? Cuídala. Con una oración sincera. Con la escucha de la Palabra de
Dios. Con la contemplación. Con el agradecimiento a Dios por haberte hecho hijo
suyo por el Bautismo.
¿Tienes fe? No te des por vencido en las causas nobles. Lucha con toda tu alma
para que, el mundo que te rodea, deje de ser un flujo de injusticias, de sangre o de
desencanto.
¿Tienes fe? ¡Entonces, el Señor, te necesita! Eres de los suyos. Ofrécele, tu fe,
como respuesta.
¿Tienes fe? Entonces pídele a Cristo que te conceda vida abundante y de la buena.
No esperes a estar enfermo para recurrir a Él y, si te llega la debilidad, entonces
que te encuentre fuerte en tus convicciones y confiado en su persona.
A lo dicho que, nuestra Iglesia, no es un servicio de pompas fúnebres sino una casa
donde la vida sacramental nos llena de ilusión, valor y coraje en todos los instantes
de nuestra vida. ¿Su secreto? ¡Cristo sanador! ¡Cristo salvador!
3.- TENGO FE, PERO AYUDAME
Hace mucho tiempo, Señor,
que estoy enfermo:
mis piernas se resisten a progresar
por las sendas de la fe,
buscan otros parajes más persuasivos
menos complicados y hasta menos exigentes.
Hace bastante tiempo, Señor,
que mis manos dejaron de abrazar a todos:
buscan lo fácil, la recompensa,
el amor por el amor, la gratitud por lo que dan.
Hace no sé cuánto, mi Señor,
que mi cuerpo derrama flujos de sangre:
de apatía y desencanto
inseguridad y altivez
orgullo, prisas, caídas,
pesimismo, desorientación y preocupación.
¿Me ayudarás, Señor?
Como la hija de Jairo necesito vida
Como el flujo de sangre
necesito que cortes de raíz
la herida que me debilita y me mata,
la sangre que necesito para vivir o darte gloria.
Sí, Señor; tengo fe pero…ayúdame.
Porque, si miro a mi alrededor,
veo que poco o nada pueden hacer por mí
Porque, hace mucho tiempo,
mucho tiempo, Señor, que los que me ven
ya no hacen nada por mí.
Por eso, Jesús, fuente de la salud y de la vida:
ayúdame a salir de las situaciones que me postran
a superar tantos flujos de sangre
que me dejan sin posibilidad de brindarme
por Ti, por tu Reino y por los que me necesitan
Y si me pides algo, mi Señor,
sabes que mi pobre fe,
aunque Tú la puedes hacer más rica
es lo que te puedo ofrecer como recompensa.
Amén