DOMINGO DÉCIMO TERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO DEL AÑO, CICLO B
LECTURAS:
PRIMERA
Sabiduría 1,13-15;2,23-25
Que no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes;
él todo lo creó para que subsistiera, las criaturas del mundo non saludables, no hay
en ellas de veneno de muerte ni imperio del Hades sobre la tierra, porque la justicia
es inmortal. Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de
su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la
experimentan los que le pertenecen.
SEGUNDA
2 Corintios 8,7-9.13-15
Y del mismo modo que sobresalen ustedes en todo: en fe, en palabra, en ciencia,
en todo interés y en la caridad que les hemos comunicado, sobresalgan también en
esta generosidad. No es una orden; sólo quiero, mediante el interés por los demás,
probar la sinceridad de la caridad de ustedes. Pues conocen la generosidad de
nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por ustedes se hizo pobre a fin de
que se enriquecieran con su pobreza. No que pasen apuros para que otros tengan
abundancia, sino con igualdad. Al presente, la abundancia de ustedes remedia su
necesidad, para que la abundancia de ellos pueda remediar también la necesidad
de ustedes y reine la igualdad, como dice la Escritura: "El que mucho recogió, no
tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos".
EVANGELIO
Marcos 5,21-43
Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a él mucha
gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado
Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: "Mi hija está a
punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva" Y se fue
con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. Entonces, una mujer que padecía
flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos
médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a
peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y
tocó su manto. Pues decía: "Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me
salvaré". Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que
quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había
salido de él, se volvió entre la gente y decía: "¿Quién me ha tocado los vestidos?"
Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo que la gente te oprime y preguntas:
"¿Quién me ha tocado?" Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo
había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó
atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. El le dijo:
"Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad". Mientras
estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos dicendo: "«Tu hija
ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?" Jesús que oyó lo que habían dicho,
dice al jefe de la sinagoga: "No temas; solamente ten fe". Y no permitió que nadie
le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a
la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que
daban grandes alaridos. Entra y les dice: "¿Por qué alborotan y lloran? La niña no
ha muerto; está dormida". Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a
todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde
estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: "Talitá kum", que quiere
decir: "Muchacha, a ti te digo, levántate". La muchacha se levantó al instante y se
puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les
insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
HOMILÍA:
El tema del mensaje de hoy es la muerte. Tanto el libro de la Sabiduría como el
evangelio de Marcos nos hablarán de ella.
En el primero encontramos frases tajantes que nos hacen recordar las palabras que
trae el Génesis al final de los seis días de la obra del Creador, que son una manera
de hablar para referirse a periodos de tiempo cuya duración no tenemos manera de
saber.
Así dice: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (1,31).
Quiere decir que nada de lo malo que existe es la obra de Dios, sino la nuestra.
Cuando el libro de la Sabiduría nos señala que no fue Dios quien hizo la muerte ni
se recrea en la destrucción de los vivientes (1,13), no quiere decir necesariamente
que fuimos creados para quedarnos en la tierra perpetuamente.
La idea primigenia del Creador fue que la vida en la tierra fuese sólo un preámbulo,
como una escuela que permitiera a los seres humanos conocerlo a Él e irse
percatando de las responsabilidades que acarreaba el existir, para luego, ya
preparados, pasarnos a vivir con Él.
De modo que en algún momento tendríamos que pasar de esta vida temporal a la
eterna, haciendo un cambio total de dimensión entre el universo material y aquel
otro, muy superior, en el que reina Dios.
Es allí donde existen esos seres superiores a nosotros, que fueron creados
muchísimo antes, y que tienen una naturaleza totalmente diferente a la nuestra,
que son los ángeles, de los que tenemos noticia por la misma revelación de Dios.
El capítulo segundo del libro de la Sabiduría, escrito alrededor de un siglo antes de
Cristo, nos presenta las mismas dificultades que los ateos y libre-pensadores de
hoy, y usando de los conocimientos recibidos por la revelación divina, transmitida
sobre todo por los profetas al pueblo de Israel, responde a tales objeciones.
Al igual que ahora, entonces algunos enfrentaban la realidad de la muerte más o
menos de esta manera: “Por azar llegamos a la existencia y luego seremos como si
nunca hubiéramos sido. Porque humo es el aliento de nuestra nariz y el
pensamiento, una chispa del latido de nuestro corazón; al apagarse, el cuerpo se
volverá ceniza y el espíritu se desvanecerá como aire inconsistente" (2,2-3).
Por eso el autor de este libro, inspirado por el Espíritu Santo como todos los de la
Biblia, nos hace ver que la muerte es solo un paso y no el final de todo, ya que Dios
no nos ha hecho para desaparecer sino para vivir.
El grave problema es que, habiendo Dios creado al hombre “a su imagen y
semejanza” (Génesis 1,26), dotó al hombre de libertad, dándole poder incluso para
negar a Dios y destruir la obra del Creador.
Esta ha sido la lucha de los seres humanos durante toda la Historia. Unos
reconocen al Creador y le adoran, sometiendo su voluntad a la divina, mientras que
otros conspiran y actúan para hacer desaparecer toda idea de un Dios Creador, y
así verse libres para actuar como mejor les convenga.
No todos los ateos son malvados en la forma en que actúan. Esto es algo que hay
que reconocer.
Muchos de ellos llegan al ateísmo por soberbia intelectual. Piensan que el ser
humano debe saber explicar todo por sus propios medios, y al no lograr traspasar
la muralla que nos separa de la dimensión divina, se encierran en la negatividad,
pretendiendo que al no poder ser comprendido es porque no existe.
Sin embargo, todas las pruebas están a favor de Dios, aunque “científicamente”, es
decir, usando los medios humanos, no podamos probar la veracidad de lo que El
mismo nos ha revelado.
¿Es que acaso algún científico ha llegado a probar la no existencia de Dios? Pues
claro que no, pero pretenden que creamos que la ciencia vale más que la
revelación, esa en la que los creyentes nos basamos para afirmar, no sólo la
existencia de Dios, sino su bondad para con nosotros, y las promesas de vida
eterna que ha hecho realidad por medio de su Hijo, Jesucristo.
Ese es el mismo Jesús del que hoy nos habla el Evangelio, usando de su poder
divino, no sólo para curar a una mujer que llevaba doce años enferma, y había
gastado una fortuna en médicos y medicinas, sin que se encontrara un medio de
sanarla, sino que levanta de la muerte a la hija de aquel jefe de sinagoga que
acude a El sin todavía saber que la niña había muerto.
Todo lo que de horrible tiene la muerte para los seres humanos no habría existido si
no hubiéramos fallado desobedeciendo a Dios. Pero usando mal de la libertad
recibida, desde el principio hemos querido saber más que Aquel que todo lo hizo, y
ahora tenemos que atenernos a las consecuencias.
Siempre habría habido una transición entre esta vida y la que viviríamos mas allá
de nuestra estancia en la tierra. Pero el pecado trajo consigo la realidad de lo
trágico que hay en la muerte, como lo es lo que suele precederlo, la enfermedad y
el dolor.
Los creyentes “sabemos” que Dios sigue actuando para bien. En El está nuestra
esperanza. Sin la vida eterna esta vida terrena no tendría sentido, como no la tiene
tampoco para los “sabios” que se atreven a negar a Dios.
Padre Arnaldo Bazan