Encuentros con la Palabra
Domingo XIV del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 6, 1-6)
“¿Dónde aprendió este tantas cosas?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Cuando Bogotá era apenas un pequeño villorrio en la extensa sabana verde y fértil que
habitaron antiguamente los Muiscas, una joven de una familia muy adinerada decidió
ingresar a una comunidad religiosa dedicada a la atención de ancianos y ancianas de
escasos recursos. Después de haber hecho su noviciado con las Hermanitas de los pobres,
alejada del mundanal ruido, la joven regresó a la ciudad que la había visto crecer y donde
su familia era muy conocida en los círculos de la alta sociedad. Al poco tiempo recibió su
primer destino; fue enviada a trabajar en un albergue muy pobre, ubicado al sur de la
ciudad. Una de las tareas que debía cumplir semanalmente la nueva religiosa, era salir por
las calles para pedir limosna, por el amor a Dios , a los transeúntes. Con estas ayudas se
sostenía la labor que realizaban en el albergue.
Un sábado por la tarde, la hermanita salió con una compañera para cumplir con el deber de
pedir limosna, recorriendo las principales calles de Bogotá. Cuando iban caminando por la
carrera séptima, muy concurrida en aquellas épocas, la joven fue reconocida por un grupo
de antiguos compañeros de colegio y de parranda. Los muchachos comenzaron a burlarse
de las hermanitas. Uno de ellos, liderando el grupo, se adelantó para ofrecer una limosna,
pero puso una condición... la joven religiosa debía darle un beso si quería recibir la ayuda
para sus viejitos. La monjita, sin dudar un momento, se inclinó ante su antiguo amigo y le
besó los pies ante la mirada atónita de los peatones que circulaban por el lugar. Después,
erguida, como su dignidad, estiró la mano para recibir la dádiva prometida. El burlador,
lleno de vergüenza, tuvo que cumplir lo que había prometido mientras sus compañeros se
iban escabullendo con el rabo entre las piernas.
Nunca ha sido fácil predicar en la misma tierra que nos ha visto crecer. El mismo Jesús,
cuando regres￳ a Nazaret comenz￳ a ense￱ar en la sinagoga y “la multitud, al oír a Jesús
se preguntaba admirada: ¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa
sabiduría y los milagros que hace?” Y san Marcos a￱ade: “Por eso no quisieron hacerle
caso. Pero Jesús les dijo: –En todas partes se honra a un profeta menos en su propia
tierra, entre sus parientes y en su propia casa”. Con raz￳n, a pesar de estar entre los
suyos, Jesús “no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos
pocos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él”.
Predicar entre las personas conocidas es una tarea muy complicada. Sin embargo, estamos
llamados a comenzar nuestra labor misionera por nuestra propia casa. Es allí donde se hace
real el anuncio que tenemos que llevar al mundo. Predicar entre desconocidos es muy
atractivo y suele brindarnos muchas satisfacciones. Todos lo hemos comprobado cuando
vamos a un campamento misión, a una jornada de trabajo donde no nos conocen. Nos
sentimos más libres, menos condicionados por nuestra historia personal, más protegidos de
nuestro rabo de paja... Y esto hay que hacerlo, no faltaba más; pero comenzar por la propia
casa nos ayuda a realizar nuestra labor desde la humildad y la sencillez del que se siente
enviado y no dueño de la salvación. Como la hermanita de los pobres, a lo mejor nos toca
humillarnos para recibir la respuesta que estamos esperando, porque sabemos que no es
para nosotros, sino para el Señor.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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