D O M I N G O XIV (B) (Marcos VI, 1,6)
Que, sin envidias, sepamos reconocer las laudables virtudes de los cercanos.
- Aunque Jesús, como consecuencia del empadronamiento de sus padres,
había nacido en Belén de Judá, su verdadero pueblo era Nazaret.
- El Evangelio nos refiere que Jesús, en plena actividad ya de su vida
pública, visita su pueblo y, en contra de lo que se podía esperar, (debían
estar orgullosos de un hijo tan admirado), Jesús encuentra resistencia y
desconfianza entre sus paisanos para ser reconocido como Hijo de Dios y
Mesías. Se cumplía, aquel dicho al que hace alusión el propio Jesús: “nadie
es profeta en su tierra”.
¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?
¿Y esos milagros de sus manos?
¿No es este el carpintero, el hijo de María?
- Y desconfiaban de El.
Paradójico: La naturalidad, un inconveniente para su aceptación.
- Cuando Dios proyectó la Encarnación de su Hijo, quiso hacerlo de forma
que Cristo se moviera con naturalidad en medio de los hombres. Como uno
más. San Pablo dice a este propósito: “se hizo semejante a nosotros en todo,
menos en el pecado”.
- Y resulta paradójico que, esta naturalidad, (el vivir como uno más entre los
suyos), se convirtiera en una dificultad para que le reconocieran como
Mesías. A sus paisanos, por lo que se ve, nos les bastaba:
La ejemplaridad de su vida
La sublimidad de su doctrina
Los milagros con que probaba la verdad de lo que decía.
- Pesaba más en sus ánimos que, simplemente, era ¡El hijo del carpintero!
- Los hombres - también hoy - somos muy amantes de la espectacularidad,
muy aficionados a lo extraordinario. Nos cuesta, por ejemplo, aceptar que la
santidad grande pueda estar en la vida ordinaria. O dicho con otras palabras
que, la santidad, más que en hacer cosas extraordinarias, esté en, hacer
extraordinariamente bien lo ordinario.
¿De donde saca este todo esto?
- Encontraríamos a mucha gente capaz de hacer kilómetros si les dicen que
va a ocurrir un hecho extraordinario, una aparición milagrosa, pero a pocas
personas dispuestas a vivir fielmente el heroísmo de la vida ordinaria.
“Cuantos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de
espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día”. (Camino
204).
Jesús añade una razón más a su rechazo .
- Jesús, con su respuesta, pone también de manifiesto una generalizada
conducta que tiene su origen en que, nos cuesta trabajo soportar los éxitos
de nuestros más próximos:
“No desprecian a un Profeta más que en su tierra.....” .-dice Jesús-
- Y es que las virtudes, los éxitos de las personas que tenemos próximas
despiertan en nosotros recelos y envidias. Estas envidias y recelos no suelen
surgir si se trata de personas lejanas o desconocidas. ¡Esas, no nos hacen
sombra!
- Por el contrario, ¡los éxitos de los cercanos nos soliviantan, tocan nuestro
amor propio! Y eso es lo que da lugar a tomar posturas de autodefensa, en
ocasiones hasta deplorables, como en el caso de los paisanos de Jesús.
Conclusión.
- Una vez más nos invita Jesús a que sepamos valorar más, la
grandeza de una heroica vida ordinaria, que añorar esos otros espectaculares
éxitos fugaces.
- Y, al mismo tiempo que, con grandeza de alma, sepamos frenar
nuestros bajos impulsos y sepamos reconocer, sin envidias, las laudables
virtudes ajenas de los cercanos.
Guillermo Soto