COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
decimocuarto domingo durante el año, Ciclo B
Evangelio según San Marcos 6,1-6
Jesús se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado,
comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba
asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha
sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el
carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?
¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo
de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo,
en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a
unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de
fe.
SERVIR A DIOS CON EL CORAZON Y CON LA VIDA
Queridos hermanos, ¿qué significarán esas palabras, “se asombraba de la falta de
fe”?, porque es algo que también debemos preguntarnos nosotros. Muchas veces
estamos cerca de las cosas religiosas, de las cosas de la Iglesia, tocamos estos
temas, pero no siempre creemos, ni privilegiamos, ni reconocemos el centro, la
primacía que es Dios, que es Cristo, en nuestra vida y en la vida de los demás. En
esto importante desmenuzar nuestra relación con las cosas del Evangelio, con las
cosas del Señor.
En el texto de hoy, vemos a los connacionales de Jesús -de aquella época- que
creían conocerlo, porque se supone que estaban al tanto de su procedencia,
describían situaciones de vecinos, parientes, primos, hermanos; sin embargo “lo
conocían pero no lo conocían”, porque no reconocían en Jesús al Mesías, al hijo de
Dios.
Hoy en día también pasa eso mismo. Muchas veces creemos que es suficiente
cuando alguna vez vamos a misa, o recibimos alguna bendición, o vamos a una
peregrinación, y en eso nos quedamos. De alguna forma mostramos nuestra
ignorancia y nuestra falta de amor, porque no priorizamos.
A veces queremos hacer una religión, o un Dios, a nuestra manera de ser, de
pensar, de obrar; a nuestra manera de bolsillo, a los intereses, a las emociones; y
uno quiere reducir todo eso mezclándolo como si fuera todo igual, como se dice
popularmente: “la Biblia y el calef￳n”, como que todo es un cambalache donde todo
da lo mismo así sea de una manera o de otra. Sin embargo las cosas no son así.
Hay que priorizar y hay que privilegiar.
A Dios no se lo puede tratar como si fuera una cosa distinta de nosotros. Cuando el
hombre rechaza a Dios pierde la luz, pierde el equilibrio y todo sale mal. Hay
separaciones, luchas, contradicciones, soledades y una profunda incapacidad de
comunicación, de vivir en la unidad, en la verdad, de comprometernos, de tomar al
otro como EL OTRO. Frente a una situación así, hay una constante manipulación.
Si rechazamos a Dios, tocándolo negativamente, también tocamos al hombre, que
es lo más preciado de Dios. Cuando perdemos el equilibrio, inmediatamente
repercute de forma negativa en el trato para con los demás. Por eso digo que Dios
es nuestra luz, nuestro equilibrio, nuestro centro, nuestra roca.
Pidamos al Señor que creamos en Jesús, Hijo de Dios y de María Virgen, el Mesías,
el Enviado, el Salvador, que vino a dar la vida por todos nosotros. Ahí está la razón
suficiente para unificar nuestra existencia y servir a los demás.
No creamos conocerlo porque “hacemos unas cosas externas”; a Dios hay que
servirlo con el coraz￳n y con la vida. No basta decir “Se￱or, Se￱or”, sino hacer la
voluntad de Dios, nuestro Padre.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén