Doce cestos
En el milagro de la multiplicación de los panes, Jesús manda recoger los restos, aquello que
la gente ha dejado sobre la yerba. Fueron doce cestos de sobras. Me hago esta pregunta:
¿Por qué este gesto de Jesús? Y como respuesta tengo otra pregunta: ¿Qué hacemos con lo
que nos sobra? Hemos convertido a nuestro Planeta Tierra en un basurero inmenso.
Solteronas y solterones acumulan y guardan hasta los deshechos de su conciencia.
En la cultura Quechua hay un signo del compartir que resulta sorprendente: El Aguayo.
Está tejido de diversos hilos que dan a su textura un brillo singular, una policromía única
contra toda uniformidad, para construir la unidad en la diversidad del colorido. En las
pequeñas comunidades y celebraciones, en un Aguayo tendido en el suelo, cada uno/a de
los/as participantes van colocando desde su pobreza, sus dones, la generosidad de su vida.
Los comensales de Jesús han disfrutado del desprendimiento de un muchacho que entrega
al bien común la ración del día. Él se verá compensado más tarde. Disfrutan también de la
generosidad de Jesús que ha pedido la iniciativa de sus discípulos para enseñarnos a buscar
juntos la solución de nuestros problemas. Pero más ha contado la fe del pueblo que sabe
valorar, en gratitud, el don compartido y multiplicado.
Y se recogen las sobras. No hay desperdicios. Pueden reciclarse, pueden repartirse, pueden
re-invertirse. Hoy las sobras tienen otra función: 1. Se acumulan en los bancos y se mueven
en las bolsas. Esto se llama egoísmo planetario. 2. Explotan los recursos naturales. Esto se
llama homicidio selecto, o suicidio predeterminado. 3. Lo que el Papa llama el “descarte”,
un resto de humanidad que sobra y debe desaparecer. Pero ya no es un resto, es la mayoría.
Cochabamba 26.07.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com