DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Daniel Codina, monje de Montserrat
28 de junio de 2015
Sab 1,13-15; 2, 23-24 / 2Cor 8, 7, 9, 13-15 / Mc 5, 21-43
Retomando ahora las palabras que he dicho al principio como introducción, el
evangelio del domingo pasado terminaba con la pregunta que se hacían los discípulos
tras constatar la autoridad con que Jesús calmaba la tormenta en el lago de Galilea:
"¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!". Una pregunta que
no respondía a la que Jesús les había hecho antes: "¿Por qué sois tan cobardes?
¿Aún no tenéis fe?". El evangelista Marcos deja colgados en el aire estos
interrogantes, pero de manera suave, sin angustias, a pesar del dolor de las personas
que sufren, nos hace entrar en el conocimiento de Jesús: "¿Quién es éste?". Nos
hacemos también nosotros interiormente esta pegunta y ojalá que al salir de la
celebración de hoy podamos tener una respuesta. Los discípulos que se hicieron la
pregunta, ahora llegados a tierra, sin esperarlo, se encuentran con una respuesta: son
testigos directos de dos testimonios de fe que Jesús no les ha pedido antes.
Jesús acaba de desembarcar y, rodeado de gente que quería escucharlo en la misma
orilla del agua, he aquí que llega Jairo, hombre religioso e importante por ser uno de
los jefes de la sinagoga del lugar, el hombre que tenía que dirigir el culto y las
oraciones de los fieles judíos los sábados, hace el gesto, reverencial, religioso de
postrarse ante Jesús y pedirle la curación de su hija que está muy grave, porque le
considera un profeta, no un sanador cualquiera: que le imponga las manos, gesto de
profeta, y la niña no va a morir. Jesús le atiende y se marcha con el padre hacia la
casa, rodeado de mucha gente. De todas formas, y ahora prescindiendo
momentáneamente de la interferencia de la mujer que padecía flujo de sangre, parece
que Jesús no tenga demasiada prisa y mientras la niña se muere. Lo cual comunican
al padre para que no moleste más el maestro, noticia que Jesús aprovecha, antes de
que el padre pueda decir algo, para alentar la fe de aquel padre angustiado: "No
temas; basta que tengas fe". El hombre que pudo dejar el camino de la fe en Jesús a
medias tras escuchar la noticia nefasta y definitiva, se deja convencer por Jesús y, con
Él, va hasta el final: Jairo hace caso de Jesús y puede recuperar viva a su hija de doce
años. En la palabra de Jesús Talitha qumi, (contigo hablo, niña, levántate), él siente
reavivarse en su corazón la fe en el Maestro, asombrados todos los presentes y llenos
de admiración y respeto.
El texto evangélico, y lo mismo encontramos en los otros evangelistas sinópticos,
interrumpe la narración de Jairo con la irrupción repentina de la mujer enferma hacía
doce años. Una mujer de fe no expresada exteriormente y decepcionada por la
inoperancia de los médicos y de las medicinas: el Maestro Jesús la tiene que salvar.
Sabía que su enfermedad era causante de impureza legal si tocaba otras personas,
por eso opta por poder tocar a Jesús, aunque sea sólo el vestido, para curarse. La
gran fe escondida de la mujer obtiene una curación también escondida por parte de
Jesús, pero que este quiere hacer explícitos tanto la curación como la fe de la mujer:
"¡Tu fe te ha salvado!". Prisionera como estaba de las normas y obligaciones de la ley
antigua que la obligaba a vivir segregada de la gente, Jesús la reintegra a la
comunidad del Reino, curada no sólo de la enfermedad, sino también de las
obligaciones de la Ley: "Vete en paz y con salud".
Hermanos: Jesús camina en medio de los hombres y mujeres del mundo haciendo el
bien, atendiendo a las necesidades de todos en la tribulación. Esta es la respuesta a la
pregunta que nos hacíamos al principio: "¿Quién es éste?". Caminando con Él,
siguiéndolo paso a paso a través de los evangelios, le vamos descubriendo y amando.
Él camina, pasa, y deja rastro. Un rastro inconfundible, el del amor a todos. Un rastro,
sin embargo, que no detectaremos si no estamos abiertos de corazón a la fe y a la
esperanza. Que la práctica de los sacramentos de la iglesia, sobre todo de la
Eucaristía, sea para nosotros a lo largo de la vida como el querer tocar a Jesús,
aunque sea un poco, de la mujer: este deseo es indicativo de la fuerza de nuestra fe.