DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Carles M. Gri, monje de Montserrat
12 de julio de 2015
Am 7, 12-15 / Ef 1, 3-14 / Mc 6, 7-13
Queridos hermanos, queridas hermanas: la segunda lectura nos ha expuesto el plan
de salvación. Todos estamos destinados a ser hijos de Dios por Jesucristo tanto los
judíos como los paganos. Estamos, por tanto, en la plenitud de los tiempos, que fue
anunciada por los profetas durante el antiguo testamento. Un ejemplo valiente y
valeroso de ello lo hemos oído en la primera lectura encarnado en la persona de
Amós.
No es extraño, pues, que Cristo, el Maestro, quiera que sus discípulos sean
esforzados y decididos. No se les tolera la tibieza ni el pactismo de mala ley. Él viene a
traer la salvación definitiva ofreciendo una totalidad de amor hasta la cruz, que implica
por parte de sus seguidores otra totalidad de apertura y de aceptación. Por eso el
discípulo debe ser ante el mundo un signo claro y concreto de fe y de confianza. Sus
armas, lógicamente, no pueden ser el poder y la fuerza. De ahí, pues, que sin pan, ni
alforja, ni dinero en la faja tenga que ir por los caminos y por los pueblos dando
testimonio de la vida nueva que Cristo ha llevado a los hombres.
En efecto, el hombre verdaderamente evangélico con decisión y con convencimiento
deberá predicar la necesidad de una conversión, a fin de que el Pueblo pueda
experimentar la fuerza liberadora que llevan y engendran el evangelio y sus
bienaventuranzas. Para ello deberá ser siempre el centro e irradiación de curación y
de paz. Es decir: desconocerá todo divorcio entre palabra y acción, doctrina y vida.
Entonces el Reino habrá empezado a abrirse en su persona, haciendo creíble, de esta
manera, la promesa de un mundo de justicia y de fraternidad, anunciado y exigido por
la predicación del mismo Jesucristo.
Todo ello, es evidente, exige de nuestra parte un esfuerzo y una generosidad.
Demasiado a menudo, sin embargo, la sospecha y el recelo paralizan el dinamismo de
nuestra confianza en el Señor Jesús. Ante su altar, pues, pidámosle que nos conceda
la fe y la generosidad necesarias para ser con honrada coherencia los apóstoles y
mensajeros de su salvación y de su alianza en nuestros tiempos y circunstancias, por
cierto, no siempre fáciles.
Nos ayudarán los ejemplos claros y evidentes de los hombres de Dios como el profeta
Amós, Pablo, los Apóstoles y más particularmente aún la fidelidad clara y transparente
de la Virgen, perseverante invencible hasta en las tinieblas del Calvario. ¡Qué así sea!