Encuentros con la Palabra
Domingo XVIII del tiempo ordinario – Ciclo B (Juan 6, 24-35)
“Ustedes me buscan porque comieron hasta llenarse”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
En alguna parte leí la historia de un joven que se quejaba siempre porque su mamá le daba
más comida a sus hermanos y nunca estaba satisfecho con lo que le servían a él en el
plato. La mamá trataba de ser muy justa en la repartición de las porciones pero, por alguna
razón desconocida, el joven siempre encontraba alguna forma para lamentarse de que le
sirvieran menos. Ya desesperada por esta queja constante, la señora decidió un día dejarle
una doble ración de todo lo que les iba a ofrecer en la cena de ese día, de manera que el
joven no tuviera forma de quejarse. Pero sucedió que el joven ese día llegó tarde a cenar y
todos comieron antes de que él llegara. Al momento de recibir su ración doble, que le
habían guardado en el horno, la expresión del muchacho por poco hace desmayar a la
mamá: ¡Si esto me dieron a mí, cómo le habrán dado a los demás!, fue lo único que acertó
a decir el joven insatisfecho...
Los seres humanos sufrimos de una especie de insatisfacción crónica. Vivimos aquejados
por lo que algunos llaman el síndrome de las más verdes praderas ; es decir, cuando
salimos de paseo al campo, miramos a nuestro alrededor y nos parece que el sitio en el
que estamos no cumple nuestras expectativas como para sentarnos a comer; en cambio, la
ladera del frente se ve más despejada de palos y piedras, y el pasto parece de un verdor
especial... de modo que caminamos hasta allá en busca del sueño prometido; pero cuando
llegamos, volvemos la mirada atrás y nos parece que donde estábamos no había tanta
boñiga ni tanto chamizo como en el nuevo sitio y, entonces, volvemos sobre nuestros pasos
o seguimos buscando otra pradera más alejada que se ve como mejor para nuestro
propósito de sentarnos a almorzar... Lo cierto es que, cansados de tanto caminar, nos
terminamos sentando en cualquier parte, convencidos, eso sí, de que estamos en el peor
de los sitios que visitamos y que cualquiera de los anteriores estaría mejor que el que
terminamos escogiendo por pura y llana necesidad de dejar, por fin, de dar vueltas
alrededor de un sueño que no existe.
La felicidad no parece ser algo alcanzable en esta vida mortal; la realización plena como
que no existe en este mundo de sinsabores permanentes; nos queda el consuelo de que
vamos probando pequeñas muestras de esa felicidad tan esquiva y de esa realización tan
inalcanzable a las que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser insaciable.
Jesús percibe que la comida que recibieron muchos de sus oyentes los había llenado, pero no
los había saciado, estrictamente hablando. Una cosa es tener lleno el estómago y otra muy
distinta sentir saciado el coraz￳n... “Les aseguro que ustedes me buscan porque comieron
hasta llenarse, y no porque hayan entendido las señales milagrosas. No trabajen por la
comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les de vida eterna. Esta es la
comida que les dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él”. S￳lo
entonces, sus oyentes piden ese pan que El les promete: “Se￱or, danos siempre ese pan”. En
la medida en que creamos en las palabras de Jesús, sabremos de la auténtica satisfacción
que nos ofrece: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que
cree en mí, nunca tendrá sed”, ni andaremos, como el joven del principio, lamentándonos
porque nos tocó menos que a los demás.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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