XVIII DOMINGO DEL RIEMPO ORDINARIO. CICLO B
ALIMENTO REVOLUCIONARIO
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- ¡Preocupa a tantos la alimentación! A unos porque les falta la suficiente,
a otros porque quisieran poder dominarse, reducir su ingesta y equilibrar su
peso. Una de las aberraciones de nuestro tiempo es que medio mundo sufre
sobrepeso u obesidad y el otro medio se muere de hambre. Unos viven para
comer y otros tratan de comer para poder vivir. Una de las dependencias de
la existencia humana se sitúa en este terreno.
2.- El pueblo hebreo ha conseguido librarse de la esclavitud de Egipto. En el
desierto, hay que reconocerlo, abunda la arena, las rocas, las montañas,
pero escasea el comestible. La descendencia de Abraham se obsesiona y
recuerda ahora con nostalgia la alimentación que lograba, gracias a los
trabajos arduos que debía realizar, por muy exigua que fuera. Protestan. Es
el derecho al pataleo, del que nadie les puede privar. Tiene razón. ¿O no,
mis queridos jóvenes lectores? ¿No nos pasa a nosotros lo mismo?
3.- El primer tramo de la ruta que parte de Egipto dirigiéndose a oriente,
solo lo he seguido en una ocasión. El central y el final, unas cuantas veces.
He dormido en hotel de lujo, en albergues y al raso, en una hendidura, a
resguardo del frío, bajo un techo de millones de estrellas. He comido
alimentos sin preguntarme si me gustaban o no. Tampoco me ha
preocupado saber si se habían manipulado higiénicamente, más bien
habiendo comprobado que no habían tomado ninguna precaución al
respecto. Os hablo, pues, mis queridos jóvenes lectores, con conocimiento
de causa. Comprendo que lo que para mí eran siempre algunos días, podía
soportarlo. Pero para aquellos beduinos hebreos, para ellos, eran meses y
meses, que les resultaban inaguantables. En esto Dios les daba la razón,
ahora bien, la bondad e imaginación del Señor, en nada se parece al
proceder de un prestidigitador.
4.- Tendrán proteína animal, la sabrosa carne de codorniz, en abundancia.
Esta ave recorre grandes distancias en sus desplazamientos migratorios,
pero, evidentemente, es incapaz de trasladarse de África al Medio Oriente, o
viceversa, sin reposar. Cuando aterriza en un descampado, cae exhausta.
Cuesta muy poco atraparla. Aprovecharon bien la ocasión. El otro alimento,
sin duda hidratos de carbono y alguna proteína vegetal, es un enigmático
producto. No hacen más que preguntarse ellos ¿y esto qué es? Pues, les era
desconocido. Al final le llamarán así. Maná es la palabreja que equivale a la
pregunta. Nos intriga el episodio y quisiéramos saber de qué materia se
trataba y cuál era su origen. Se ofrecen diversas hipótesis. Podía ser algo
semejante a lo que uno encuentra en los cerezos; savia rezumada de la
corteza, de sabor dulzón. Tal vez era una substancia desprendida por unos
insectos que colonizan el tamarisco. Sé que hay alguna más.
Evidentemente, ni proteína, ni hidrato de carbono, serían palabras que
entrarían en el lenguaje del Señor. Me ha atrevido a mencionarlas, para que
comprendáis que los dos manjares juntos eran equilibrado buen alimento.
Moisés no les da una lección de dietética. Ni la necesitaban, ni la hubieran
entendido. Les dice simplemente: es el pan que Dios envía. Queda en la
memoria colectiva del pueblo este prodigio.
5.- Dejamos en la lectura pasada al Maestro escurriéndose, para no ser
elegido rey. Le buscan. Las gentes y los discípulos. El Señor se dirige en el
fragmento de hoy a estos, los apóstoles y lo hace con cierta ironía. Me
buscáis porque os he dado comida, les comenta. Y no se corrige. Añade: lo
importante no es digerir alimentos, que satisfacen un rato, se expulsan
subproductos posteriormente. Comida que con seguridad se acabarán. Lo
primordial es encontrar nutrición que perdura, que conduce a la vida eterna.
Los discípulos comprenden que el Maestro se ha situado en otra dimensión
y sinceramente le preguntan ¿Cómo debemos obrar para conseguirlo? Lo
primero es confiar en Él. ¿Y qué prueba les da, para que en Él confíen?
Acude a una razón que, como judíos, tienen presente en su mente. Sus
ancestros recibieron el maná, bajado del cielo, eso creían ellos. Del Cielo
viene el verdadero pan, les dice, el que más que alimentar el estómago da
vida eterna.
Inocentemente, como en otra ocasión la samaritana, ellos piden que les dé
de este pan celestial. Rotundamente añade Jesús. Soy yo. Quien conmigo
está no tiene hambre ni sed. Soy Vida.