XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
QUIÉREME POR LO QUE SOY
Padre Javier Leoz
“Ámame por lo que soy y no por lo que tengo.” Así de conciso, el refranero
castellano, nos puede resumir a la perfección el mensaje evangélico de este
domingo. Acostumbrados a fiarnos sólo de lo que vemos, nuestra fe nos exige algo
más: ir al fondo y no quedarnos en lo externo. Las personas, por lo que sea, nos
dejamos seducir rápidamente por los sucesos extraordinarios.
1.- El verdadero milagro de Dios entre nosotros es Jesús. Lo demás, incluidos los
signos, prodigios y milagros que realizaba, no estaban encaminados ni mucho
menos a satisfacer la necesidad puntual del momento. ¡Iban mucho más allá!
¡Jesús era el Hijo de Dios! Sin esa percepción, sin esa fe, sin esa confianza, los
milagros no hubieran sido posible.
No hace mucho tiempo regresaban dos peregrinas de realizar parte del Camino de
Santiago en Espaa. Y, a su retorno, una de ellas decía: “No nos hemos encontrado
con Dios ni con el Espíritu Santo”. La contestacin del sacerdote no pudo ser menos
clara y contundente: “¿Ya lo habéis buscado?” Y es que no siempre, entre los
pliegues de lo que decimos creer, sentir o celebrar, damos lugar a lo más
extraordinario de todo ello: la presencia de Cristo en medio de nosotros. Nos puede
ocurrir un poco como aquella maraña de carreteras que, de tanto cruzarse entre sí
mismas, no había forma de salir al camino principal. ¿Ya buscamos a Jesús en
medio de los caminos y recovecos entre los que nos encontramos? ¿Ya le decimos
que sea el mejor milagro de nuestro vivir? Una fe oportunista (creo cuando veo o
cuando siento) no es buena. ¿También vosotros os queréis marchar?
2. La Iglesia, en estos momentos, también tiene el mismo problema que sufrió
Jesús en propias carnes. Hay muchos que, lejos de verla como un signo de la
presencia de Dios en el mundo, la toleran porque hace el bien. Porque soluciona
problemas. Porque llega a los lugares más recónditos del mundo levantando
hospitales, construyendo orfanatos o cuidando a los enfermos de Sida. Pero, la
Iglesia, no desea que sea apreciada por su labor social o humana. Su fuerza, su
orgullo y su poder no está en esas obras apostólicas (que están bien y son
necesarias para calmar tantas situaciones de miseria o injusticias). El alma de
nuestra Iglesia, de nuestro ser cristiano es Jesús. Un Jesús que tan sólo nos pide
creer en El como fuente de vida eterna. Como salvación de los hombres y de todo
el mundo.
3.- A Jesús, primero, le pedían pan. Luego le exigían más y, al final, solicitaban de
Cristo, todo, menos lo esencial: su Palabra, su Reino, la razón de su llegada al
mundo. Al final por pedir pidieron hasta su cuerpo en cruz. ¿Pudo dar algo más?
Que sigamos viviendo nuestra fe con la seguridad de que, Jesús, sigue siendo el
pan de la vida. Y, sobre todo, que amemos al Señor no por aquello que nos da, sino
por lo que es: Hijo de Dios.
4.- TE BUSCO, SEÑOR
Aunque lo haga de una forma equivocada,
e incluso, a veces porque me das lo que me conviene.
Pero créeme, Señor, que te busco porque te quiero.
Aunque a veces la cruz me pese demasiado
Aunque, en otros momentos,
no entienda en algo o en mucho tus misterios
Aunque, la vida terrena,
me guste más que aquella que en el cielo me espera
TE BUSCO, SEÑOR
No por lo que me das, aunque me lo ofrezcas
No porque me acompañas, que te lo agradezco
No porque me iluminas,
aunque a veces prefiera vivir en la oscuridad
Sólo sé, Señor, que te busco.
En cada día y en cada acontecimiento
En la escasez y en la abundancia
En el llanto y en la sonrisa
Cuando las cosas vienen de frente
y, cuando el suelo por debajo de mis pies,
se abre en un peligroso boquete
TE BUSCO, SEÑOR
Aunque mi fe no sea sólida
y, a veces, exija pruebas de tu presencia
Aunque dude, y a continuación,
te dé la espalda y no pueda defenderte
Aunque no trabaje demasiado
por tu causa y por tu Evangelio
Sólo sé, Señor, que no dejo de buscarte
Que no dejo de quererte
Que no dejo de pensar
que, sin Ti, mi vida sea muy diferente.
Gracias, Señor