19º Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Dios sostiene a los suyos en los momentos de prueba. Él les dona el Pan que necesitan para seguir el
camino y cumplir su misión. A aquellos que vienen para escucharle, Jesús les anuncia la existencia de un
PAN que viene del cielo. Este pan es su propia carne y Él da la Vida Eterna. Uno se alimenta por la FE y
la Eucaristía.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y
decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora
que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me
ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de
Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no
ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el
pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del
cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo
daré es mi carne para la vida del mundo.»
Palabra del Señor
Reflexión
Dejarse instruir por Jesús
El PAN como el agua y la leche, representa uno de los primeros símbolos de la alimentación….Pero el
PAN es también símbolo de la COMIDA, del encuentro de los seres humanos alrededor de la mesa.
Compartir su pan, compartir su mesa, es entrar en comunicación o comunión con el otro. Al llegar a ser
comida, la alimentación humana se convierte en celebración. Aquí entonces la cultura llega para
desplazar a la biología.
Pero además el pan tiene otra significación. Él evoca la vida interior. Si el cuerpo necesita el PAN, el
alma también tiene necesidad de un alimento que lo sostenga y lo sustente. Alimento del alma,
alimento del espíritu, alimento del corazón. Nosotros decimos esto de una lectura que renueva nuestra
comprensión de las cosas. Es una lectura que alimenta, “nutritiva”. “provechosa”, decimos en
Colombia. Lo decimos igualmente de una homilía (charla de familia, que no sermón moralizante) que
nos estimula y nos relanza...
Dentro de la cultura judía, la experiencia del maná evocaba mucho más que la idea de liberarse del
hambre, ella evocaba la experiencia de la cercanía de Dios y la acogida de su Palabra. Es por ello que el
ser humano tiene hambre del Pan y de la Palabra, del uno y de la otra, de la Palabra que le da sentido
al Pan, del Pan que le da carne (materialidad) a la Palabra.
El libro del Deuteronomio recuerda esta experiencia y hace énfasis.
Acuérdate del camino que Yavé, tu Dios, te hizo recorrer en el desierto por espacio de cuarenta años. Te
hizo pasar necesidad para probarte y conocer lo que había en tu corazón, si ibas o no a guardar sus
mandamientos.
Te hizo pasar necesidad, te hizo pasar hambre, y luego te dio a comer maná que ni tú ni tus padres
habían conocido. Quería enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que todo lo que sale de la
boca de Dios es vida para el hombre. (Deuteronomio 8,2-3).
El PAN, es aquello que entra en la boca. La Palabra es aquello que sale de la boca, entra en los oídos y
desciende hasta el corazón. Es por ello que en la Eucaristía, decimos siempre que hay dos mesas: la
mesa del PAN y la mesa de la PALABRA. La Palabra es un alimento más esencial que el pan.
Vivimos en una sociedad satisfecha y sufriente, diríamos que “en buena forma”. Una sociedad
atascada por el ruido, por la música, por los mensajes publicitarios, a cual más engañoso…donde el
silencio es raro, tanto que uno no puede a veces tolerarlo. Es necesario siempre una radio encendida o
un walk-man con audífonos en las orejas, para huir de nuestra propia soledad. Tanto ruido y tan poca
Palabra. Tantas riquezas exteriores, tanta pobreza interior.
Es este PAN y esta VIDA que evoca Jesús en el discurso del Pan de Vida. Él habla de la Palabra de Dios y
del conocimiento de Dios. En su gran oración hacia el final de su vida, Jesús exclama: “ Y ésta es la vida
eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo.” (Juan 17,3).
Cuando la gente ha comprendido el milagro del pan, al mismo tiempo han pensado en las grandes
figuras de la tradición, en Elías, en Eliseo, en Moisés. Ellos han pensado en el maná. Quién es entonces
este Jesús que repite el prodigio de los antiguos, que alimenta al pueblo y que se atreve a decir
enseguida: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”? Esta es una afirmación sorprendente,
escandalosa, que equivalía casi a decir: “yo soy la Palabra de Dios”. Es por eso que la gente recrimina a
Jesús. Ellos son incrédulos. Este mensaje es demasiado fuerte. En la época de Moisés, ya, el pueblo se
había enojado con Moisés y había dudado de Dios. Delante de Jesús, ellos se rebelan. Pero quién se ha
creído este? Es acaso un profeta más grande que Elías y que Moisés? Este hombre, no es acaso Jesús,
el hijo de José? Nosotros conocemos muy bien su padre y su madre. Entonces, cómo puede decir : “Yo
he bajado del cielo”? (Juan 6,42). Jesús no responde a esta interrogación. Él afirma simplemente que el
Padre lo ha enviado. Jesús no argumenta sobre su nacimiento terrenal ni sobre sus diplomas, su
carrera, las escuelas que ha frecuentado, la gente que ha conocido. Él se presenta como alguien a
quien se debe aceptar en la FE. Él pretende conducir al verdadero conocimiento de Dios. Él es más que
un rabino cualquiera que recluta discípulos para hacer escuela. No hay más que Dios para instruir a los
hombres sobre la salvación. Está escrito en los profetas: “todos serán instruidos por Dios mismo en
persona ” (6,45). Aquí Jesús cita al profeta Isaías (54,13) alargando mismo el sentido de la Palabra del
profeta. Isaías hablaba de los hijos de Israel, Jesús parece hablar de todo ser humano.
Ahora, para llegar a conocer plenamente a Dios, es necesario pasar por Jesús. “Todo hombre que
escucha las enseñanzas del Padre viene a mi” (6,45). De ahí la conclusión hermética que Jesús dice de
avance: “el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto
el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre…” (Juan 6,47-
50).
Es necesario admitir que este discurso del evangelio de Juan es con todo sorprendente. Yo no creo que
Jesús haya hecho otro discurso así tan explícito sobre sí mismo durante su vida pública. El discurso
propuesto por Juan no es un reportaje. Es más bien una meditación, una reflexión sobre el misterio de
Jesús, reflexión que es consecuencia de la experiencia de la Resurrección, mucho tiempo después de
tan sublime misterio. Juan expresa aquí la Fe de los cristianos sobre Jesús. Jesús es la Palabra de Dios,
esta Palabra hecha carne. Jesús nos establece en el verdadero conocimiento del Padre. Él es entonces
el verdadero Pan venido del cielo, Aquel que alimenta nuestro corazón y nos comparte la vida eterna.
Jesús no es un profeta más entre los otros. Él está en el centro mismo de la FE. Estas cosas todas son
difíciles de aceptar, de comprender. Como hombre, Jesús no es un mero sabio más entre otros, del
montón, como Platón, Sócrates, Mahoma, Buda. Es un hombre de origen humilde, que ha muerto
joven a causa de una muerte vergonzosa, reservada a los esclavos y a los bandidos. No es necesario
entonces sorprenderse de que nuestros contemporáneos se adhieran a esa mirada fría y
preferentemente escéptica sobre el hombre de Nazaret. Por otro lado, es de ese modo como los jueces
contemporáneos de Jesús lo han percibido, como un carpintero o un hijo de carpintero, el hijo de José
y de María.
Pero esta mirada exterior, a veces exaltadora, a veces reductora, no toca al enigma ( al misterio) de
Jesús como centro de nuestra FE.
Para nosotros este hombre es el RESUCITADO, el HIJO DEL PADRE. Él es Palabra de Dios, Él es nuestro
Pan recibido del cielo, nuestra revelación sobre el secreto de Dios.
Para tener acceso a este nivel de conocimiento, es necesario entonces derrumbar los muros de reserva
que nos mantienen distanciados de Jesús como personaje histórico. Es necesario ir más lejos, ir más
allá. Es necesario arriesgar – osar la FE. Entonces Jesús llega a ser aquel que nos instruye sobre Dios, o
mejor, Aquel que nos introduce en el misterio de Dios y nos permite ser instruidos por Dios mismo. No
hablamos acá de un conocimiento intelectual o meramente abstracto. Se habla de una experiencia del
poder de Dios en nosotros, de los frutos de su presencia, de la luz de su Gloria.
Intelectualmente, es importante que los creyentes que nosotros somos, puedan hablar de su fe a
igualdad de cultura con nuestros contemporáneos. Es necesario dar razones de nuestra FE hablando
del BIG-BANG…del psicoanálisis, de la evolución de las especies o de la teoría del caos, del cine y de las
series telé de hoy o del ordenador.
No pertenece a ninguno poder explicitar su creencia sobre cada uno de esos puntos, pero es esencial
que podamos dar razones de nuestra experiencia en las dimensiones que son las nuestras y de hacerlo
en iguales condiciones de cultura con nuestros amigos y colegas. Es importante que la Iglesia en su
conjunto, pueda hacerlo. Hay entonces sobre este punto un deber de cultura científica, técnica y
teológica importante.
Pero este nivel de intelectualización de la FE no sabrá nunca reemplazar el primer nivel del
conocimiento y de la experiencia de Dios que procura la FE VIVA en Jesucristo. Esta experiencia, está
en la oración, en la meditación, en la frecuentación de la Palabra de Dios, en la búsqueda interior de
Jesús en el fondo de sí mismo, allí donde el soplo del Espíritu murmura la Palabra y le da vida. Es
verdaderamente ahí, en el corazón de la FE, que Jesús se descubre, se revela como Pan bajado del
cielo, pan de vida, pan para la vida del mundo.
P. Gustavo Quiceno J. mxy
Diócesis de Valleyfield
Qc- Canada
http://padregusqui.blogspot.ca
Referencias:
BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole (B)