Decisión difícil
La postmodernidad ha tatuado, entre sus muchos caracteres, una tal indecisión en el ser
humano, que la constituye como una de sus características más significativas. No nos
comprometemos, no nos decidimos. Nuestros compromisos están marcados por el signo de
la temporalidad, de la fugacidad. Son pasajeros, momentáneos. Lo definitivo, lo perenne, se
ha vuelto exotérico, pieza de museo. Prima el momento y su placer.
Josué quiere comprometer a su pueblo con una decisión de alto voltaje: Sirven al Dios de la
liberación o vuelven a la esclavitud. Juega la memoria como aliciente, punto de referencia
determinante. Y el ejemplo como la definición última: “Yo y mi familia” nos decidimos por
el Señor. Y el Líder arrastra, mueve al pueblo. Una decisión tan difícil para el pueblo, pero
tan concreta para quien contagia con su ejemplo.
La decisión primera en el encuentro de un hombre y una mujer que quieren formalizar, en
romance eterno, la fiesta de su vida, está en el amor. Hoy esta decisión ha tomado
características de ‘juego’, de ‘hacer el amor’, de un ‘flirteo’ que deja todo en la
superficialidad, en los complejos de superioridad. Si el amor no es una decisión definitiva,
entonces, convierte en victimarios a quienes así lo practican.
El discipulado es una escuela de decisiones. No siempre fáciles. Los apóstoles lo
experimentaron varias veces. Y entre quienes seguían a Jesús, muchos optaron por la vía
fácil de irse tras sus comodidades e ideologías. Pedro anda de tumbo en tumbo en este
camino. Ya en su recta final, tras un examen sobre el amor, acepta, como decisión final, la
cruz, sello extremo del amor.
Cochabamba 23.08.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com