Encuentros con la Palabra
Domingo XXII del tiempo ordinario – Ciclo B (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)
“¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Albert Einstein solía decir: “Es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto”. Los
prejuicios son muy fuertes, como lo demuestra la experiencia de un grupo de científicos que
colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro acomodaron una escalera y, sobre ella, un
montón de bananos. Cuando un mono subía la escalera para agarrar los bananos, los
científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después
de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos.
Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de los
bananos. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo
fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron.
Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.
Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con
entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto
y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido. Los científicos quedaron, entonces,
con un grupo de cinco monos que, aun cuando nunca recibieron un baño de agua fría,
continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los bananos. Si fuese posible
preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con
certeza la respuesta sería: "No sé, las cosas siempre se han hecho así aquí..." ¿Será que
esto nos suena conocido? ¿Por qué estamos haciendo las cosas de una manera, si a lo
mejor las podemos hacer de otra?
Cuando los fariseos y los maestros de la ley se dieron cuenta de que algunos discípulos de
Jesús comían con las manos impuras, le preguntan a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no
siguen la tradición de nuestros antepasados sino que comen con las manos impuras?”
Jesús, entonces, contest￳: “Bien habl￳ el profeta Isaías acerca de lo hip￳critas que son
ustedes, cuando escribi￳: ‘Este pueblo me honra con la boca, pero su coraz￳n está lejos de
mí. De nada sirve que me rindan culto: sus ense￱anzas son mandatos de hombres’. Porque
ustedes dejan el mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres”.
A partir de esta reflexión, el Señor recuerda a los que cuestionan el cambio de las costumbres
humanas que “Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del
corazón del hombre es lo que lo hace impuro. (...) Porque de adentro, es decir, del corazón de
los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos,
los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo
y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre”. Entre
nosotros también pueden aparecer preguntas como las de los fariseos y los maestros de la
ley. Muchas cosas las hacemos como las hacemos, porque así se han hecho siempre. Como
los monos del experimento, repetimos las costumbres sin preguntarnos por qué lo hacemos
así. Jesús nos quiere libres para saber reconocer cuál es el verdadero origen del mal en el
mundo y no achacarlo a las costumbres humanas, que siempre pueden cambiar.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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