XXII Domingo Ordinario, Ciclo B
¿Quién será grato?
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Deuteronomio 4, 1-2. 6-8: “No a￱adirán nada a lo que les mando…
Cumplan los mandamientos del Se￱or”.
Salmo 14: “¿Quién será grato a tus ojos, Se￱or?”.
Santiago 1, 17-18. 21-22. 27: “Pongan en práctica la palabra”.
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: “Dejan a un lado el mandamiento de Dios
para aferrarse a las tradiciones de los hombres”
Salió a correr y lo que más llamó la atención fueron sus calcetas. La
polémica inició cuando se observó al mandatario utilizar calcetas con un
distintivo gris en el empeine, que se confundía con el talón. Las redes
sociales crearon memes que se mofaban de que al parecer el Presidente
había utilizado las calcetas al revés. Y entonces al Presidente se le ocurrió
dar una explicación, aclarando el “#calcetagate”. Y todo fue peor. ¿Qué
importan unos calcetines mal usados cuando el país está de cabeza? ¿Por
qué no se tiene la misma sensibilidad y prontitud para explicar la
corrupción, los desaparecidos, la depreciación del peso, el hambre y la
violencia en que se hunde nuestra patria? ¿Por qué siguen libres los
defraudadores, por qué tanta miseria…? Y mil preguntas más que nunca han
recibido una respuesta satisfactoria y veraz. Importa más un trapo que la
dignidad y la vida de las personas.
Hemos cerrado un ciclo de varios domingos compartiendo y disfrutando el
Pan sabroso, multiplicado y compartido, que nos da vida y nos sostiene, tal
y como nos lo presentaba el Evangelio de San Juan. Hoy retornamos al
Evangelio de Marcos para seguir profundizando en el conocimiento y
descubrir en profundidad qué significa ser discípulo de Jesús. Descendemos
de lo sublime de un banquete celestial a lo cotidiano de la mesa con Jesús y
sus discípulos. Y nos topamos de repente con una acalorada discusión sobre
las minucias y exterioridades que pretenden imponer los fariseos, frente a
la exigencia de interioridad y justicia que exige Jesús. Algo muy parecido a
la discusión de las calcetas y la dignidad de una nación con todos sus
habitantes. La pregunta de los fariseos no se refiere a la higiene sino a la
pureza: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la
tradici￳n de nuestros mayores?”. La respuesta de Jesús no se refiere a
prescripciones de urbanidad sino a descubrir el corazón: “Este pueblo me
honra con los labios, pero su coraz￳n está lejos de mí”. ¿Cómo puede lavar
el agua y los perfumes la podredumbre del corazón? Por más perfumes y
enjuagues, por más adornos y distractores que pongamos, si el corazón
está podrido, apestará y contaminará.
“¿Quién será grato a tus ojos, Se￱or?”, es el estribillo que repetimos en el
salmo, pero es también la inquietud que el verdadero discípulo se hace
frente al amor bondadoso de Dios. Y cada vez que repetimos el verso, se
clava más honda y cuestionante la pregunta porque se va alternando con
respuestas que no corresponden a las supuestas prioridades que el mundo
nos propone. “El que procede honradamente y obra con justicia”, canta el
salmista, mientras los canciones del mundo alaban al que es más listo y
puede comprar la justicia, al que sabe disfrazar sus maldades, al que se
aprovecha de las debilidades de su hermano. “El que es sincero en sus
palabras y con su lengua a nadie desprestigia”, propone el salmo, pero
encontramos un ambiente de mentira y corrupción, donde decir la verdad es
como firmar la sentencia de muerte; donde se difama y se destruye como
táctica política; donde el rostro de las personas se cambia y camuflajea de
acuerdo a las corrientes. “Quien no hace mal al pr￳jimo”, continua alabando
nuestro cantor para enfrentarse a la absurda violencia que arrebata vidas
inocentes, que arrastra multitudes, que destruye poblaciones y que se
instala en medio de los pueblos.
“Quien no ve con aprecio a los malvados”, continúa en sus sugerencias,
mientras contemplamos los personajes de moda apreciados y respetados no
por sus virtudes y valores, sino por su desfachatez, su inmoralidad y su
mentira. “Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de
inocentes”, nos exige el salmo. En cambio nuestro mundo se rige por
estructuras económicas que recargan los impuestos sobre los que menos
tienen, que inclinan la balanza de la in-justicia hacia el poderoso, que
sobornan, chantajean y someten al más débil e indefenso. Pero el
pensamiento del Señor no es el pensamiento del mundo y esos que
aparecen como poderosos y atractivos no son los agradables al Señor.
Todas las propuestas del salmista coinciden con la exigencia del Maestro:
“Honrar a Dios con el coraz￳n” . Los fariseos y escribas se han desviado y
confundido: se han conformado con lavar el exterior y no miran la justicia,
la verdad y el amor. A nosotros nos pasa igual: es más fácil aparentar, que
descubrir lo que sale del corazón. Es más fácil maquillar el rostro que
convertirnos desde nuestro interior. Tenemos bellas tradiciones, nos
acomodamos a las costumbres, pero nuestro corazón se queda vacío.
Dejamos a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a las
tradiciones de los hombres. El apóstol Santiago recordaba en su carta:
“Pongan en práctica la Palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a
ustedes mismos”. Si solamente miramos el exterior no dejaremos crecer
esa Palabra sembrada en nosotros.
Hoy Cristo nos exige conversión. Esta conversión nos llevará a acciones
concretas en cada momento de nuestra vida. Ser discípulo de Jesús implica
vivir de acuerdo a sus criterios en todos los ámbitos de nuestra existencia
porque en todos lados ponemos el corazón. La fe no es un saco que se pone
y se quita al entrar en la Iglesia, sino es una vivencia personal que nos
exige actuar en forma coherente en todos los rincones de nuestro mundo.
Es falsa ilusión decir que estamos buscando una sociedad más justa y
humana, si ninguno de nosotros estamos dispuestos a reconvertir y a
cambiar el corazón, y seguimos aferrados a nuestras tradiciones y
privilegios. ¿Influye el evangelio en cada momento de nuestra vida? ¿Es
solamente un accesorio o brota desde nuestro interior? ¿Qué tendremos que
cambiar?
Padre misericordioso, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti, a
fin de que podamos ser coherentes con nuestro compromiso cristiano
en cada momento de nuestra vida. Amén.