XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Servidor de todos
Con esta expresión, “servidor de todos”, única en el Nuevo Testamento (Mc 9,35),
Jesús da la clave de la jerarquía de valores en el dinamismo del Reinado de Dios y el
criterio del escalafón en la vida del discipulado y de la comunidad cristiana. Después
del segundo anuncio de la Pasión en el evangelio de Marcos (Mc 9, 29-36) Jesús sigue
instruyendo a los doce para que comprendan el sentido de su paradójica e
incomprensible misión. Y su enseñanza sigue sorprendiéndonos también a nosotros,
pues ¿qué lógica humana es capaz de asumir que “quien quiera ser el primero que
sea el último de todos y el servidor de todos”?
Éste es el corazón del mensaje evangélico de este domingo, pues es la aportación
específica de Marcos en esta escena de Jesús con sus discípulos. Frente a las
aspiraciones de grandezas, manifestadas por los doce como expresión de los anhelos
más profundos del ser humano, el mensaje de Jesús sigue provocando incomprensión
y temor. Las dos partes de este evangelio van íntimamente unidas: en la primera
aparece en forma de anuncio la proclamación esencial del mensaje cristiano, las
palabras relativas a la entrega de Jesús, a su muerte y resurrección, en la segunda,
la aplicación concreta de ese mismo misterio a la vida de los discípulos. La identidad
y el destino del discípulo son idénticos a los de Jesús. El cambio de mentalidad que
debe efectuarse en los discípulos debe nacer de la comprensión de la identidad y de
la misión de Jesús, y para ello tienen que hacer un gran esfuerzo. Los seguidores de
Jesús han de cambiar su mundo de valores por la propuesta de Jesús, que no es otra
que la de poner en el centro de la vida a los últimos de la sociedad y, desde ahí, estar
dispuesto a ser el último de todos desarrollando una vocación eminente de servicio
fiel y desinteresado a los demás, sin excluir nunca a nadie. Ésta es la misión de todos
los miembros de la Iglesia y particularmente de los discípulos y discípulas del
seguimiento radical.
El mundo fraterno, propio del Reino de Dios, según la Buena Noticia de Jesús
comienza a realizarse, sobre todo, desde abajo, desde el submundo de los últimos y
excluidos, pero también desde todas aquellas personas que, por amor a los últimos
y a favor de ellos, cada día concentran su atención y su vida en los pobres de la tierra
hasta llegar a vivir y hacerse pobres como ellos, movidos por la solidaridad progresiva
y liberadora que emana del encuentro con el Señor Jesús. Los discípulos más
próximos a Jesús, con él y como él, están llamados a renunciar a la posesión de
bienes y a las relaciones familiares más legítimas, la renuncia a padres, hermanos,
mujer e hijos, por la causa del Reino y por el Evangelio. De este modo también ellos
pasaban a ser los "últimos" de esta tierra. La llamada de Jesús es a vivir con toda
libertad una vida de servicio a los últimos, a los pobres y marginados del mundo. Así
comenzaba una nueva fraternidad humana regulada por vínculos horizontales de
igualdad y de amor frente a las relaciones verticales de dominación, ambición y de
poder. La generación de este estilo de nuevas relaciones de fraternidad constituía
una alternativa evidente al sistema de valores tradicionales de la vida social. Para
ello Jesús hizo desde el primer momento una llamada apremiante a sus discípulos
más próximos y les invitó a vivir una radicalidad profética como la suya, desde la
automarginalidad social inherente a su actividad itinerante, el desprendimiento de
los bienes, su mensaje profético y el celibato como forma de vida. A los pobres y a
los discípulos, a los “últimos” del sistema de valores de este mundo, Jesús los hizo
“primeros” en el origen de su nueva humanidad. Poner a los últimos de esta tierra
en el primer plano de la atención es el comienzo de una nueva realidad para todos,
pues cuando los últimos tengan reconocidos sus derechos y atendidas sus
necesidades fundamentales, entonces los tendrán todos. Y ése es sin duda el principio
de otro mundo posible.
Comprender este mensaje es entrar en la auténtica sabiduría y tener la capacidad
para ser mensajeros en el mundo de los nuevos criterios del Evangelio. En la carta
de Santiago (Sant 3,16-4,3) la fe, la religión y la sabiduría cristianas necesitan una
verificación o una demostración en la vida concreta. La relación directa con las buenas
obras es el baremo principal para la valoración de la vida y de la fe. De nuevo se
desenmascara una realidad profunda. La presunción, la arrogancia y la falsedad (Sant
3, 14) pretenden ocultar a través de palabras aparentemente sabias, las envidias y
ambiciones que anidan en el corazón y que sólo generan malas acciones. Cuando
analizamos la actual crisis mundial hasta el fondo aparece la ambición y la codicia de
unos pocos como factor determinante de la situación crítica de la inmensa mayoría.
El antagonismo entre la ambición y la humildad es otro aspecto del tema de la doble
vida en la carta de Santiago. La constatación de luchas y conflictos en el interior de
la comunidad cristiana hace preguntarse al autor cuál es su origen. Donde hay envidia
y ambición hay turbulencia y toda clase de malas acciones (Sant 3,16) y en esto
consiste la sabiduría de este mundo de abajo. El origen de los conflictos no hay que
buscarlo en elementos extraños, sino en el interior de cada uno: son las pasiones
(Sant 4, l.4) las que verdaderamente dan la guerra y plantean los conflictos en la
comunidad. La satisfacción de las pasiones como motivación última de la conducta
es la que genera las tensiones sociales, las rivalidades, los enfrentamientos, las
peleas y, en definitiva, la muerte. Santiago pone así el dedo en la llaga y da cuenta
de una situación fatal. Para salir de esta situación conflictiva se podría recurrir a la
oración, pero a veces hasta la súplica está afectada por intereses egoístas. Si al pedir
a Dios su ayuda no se consigue nada es porque no se pide desde la fe, sino desde la
ambigüedad del que duda, se rige por sus instintos y lleva una doble vida (Sant 1 6-
8), pero no se abre al Dios de la gracia, que ensalza a los humildes y se enfrenta a
los arrogantes y satisfechos. La conclusión de Santiago es la incompatibilidad entre
la amistad con el mundo y con Dios (Sant 4,4), equiparable al dicho evangélico sobre
la imposibilidad de servir a dos amos (Mt 6,4).
Ser servidor de todos significa que los cristianos hemos de servir a todos sin excluir
nunca a nadie, pero esto no se debe confundir con agradar siempre a todos, lo cual,
además de ser imposible, no se corresponde con la llamada a la conversión, al cambio
de vida y a las renuncias personales que lleva consigo el anuncio del Evangelio y de
la sabiduría contenida en el mismo. Ser servidor de todos implica no excluir a nadie
a la hora de anunciar el Evangelio para propiciar el encuentro con el Señor Jesús,
pero al mismo tiempo, supone denunciar la búsqueda de la satisfacción de las
pasiones que generan tensiones sociales, hostilidades, luchas, violencia, la
eliminación del otro y hasta la misma muerte.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura