DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Damià Roure, monje de Montserrat
13 de septiembre de 2015
Is 50, 5-9a; Sal 114; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35
Las lecturas de la misa de hoy nos ayudan a descubrir de qué manera Jesús se
relacionaba con sus discípulos y les ayudaba a avanzar. Los había invitado a
acompañarlo desde los inicios de la predicación en Galilea y, con el tiempo, habían
experimentado la bondad y la inteligencia de su maestro, su capacidad de hacer el
bien, de ayudar a la gente, y de desenvolverse bien en las controversias con los
maestros de la ley. A Jesús no le sonaría a novedad ni la profecía de Isaías, ni la
alabanza de los Salmos que hoy hemos oído o cantado.
Justamente en la primera lectura, Isaías nos dice que, cuando hace experiencia de la
palabra de Dios, nunca se da por vencido, ya que se siente respaldado por el Señor
que lo envía. Por eso puede endurecer el rostro como pedernal y sabe que no quedará
defraudado. Hoy también nosotros, descubrimos cómo Dios -gracias a la fe- nos
fortalece para hacer camino en nuestra vida. Y por eso podemos hacer nuestra esta
palabra de Isaías: "El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes".
El Salmo que hemos cantado refuerza estas palabras de Isaías porque, hasta si
pasamos por dificultades, el Señor guarda a los sencillos , está a su lado y los fortalece
día a día, cada día de nuevo.
La segunda lectura, del apóstol Santiago, nos hace más conscientes de que la fe sin
las obras está muerta. Por la fe no sólo tenemos una relación con Dios sino también
con nuestros semejantes. La fe no es sólo una cuestión íntima, sino que tiene también
una proyección exterior hacia las personas que tratamos. Y, justamente, el apóstol nos
pide una atención muy especial hacia las personas más necesitadas. Las palabras de
Santiago son muy actuales: Supongamos que un hermano o una hermana andan sin
ropa y faltos del alimento diario , no podemos decirles sólo palabras bonitas que les
animen, sino que tenemos que tratar de ayudarles concretamente. La fe que tenemos
como cristianos nos pide tener especial atención hacia las personas más necesitadas,
para con las personas que se han empobreciendo y viven situaciones sociales de
riesgo.
En el evangelio de hoy encontramos a los apóstoles haciendo camino con Jesús.
Primero lo acompañaban por la Galilea, donde Jesús compartía con todo el mundo la
buena nueva que él llevaba y el ambiente a menudo era distendido y rico en
enseñanzas, pero a partir del episodio de hoy, Jesús se encamina ya hacia Jerusalén,
donde tendrán lugar todos los conflictos que lo llevarán a la muerte en cruz. Jesús, tal
como lo hace a menudo, dialoga con sus discípulos y les empuja a ser más
conscientes de lo que viven. Jesús, que enseñaba con preguntas, les pide su opinión:
"y vosotros ¿quién decís que soy?". Les pide una respuesta personal y Pedro,
acertadamente, le contesta: "Tú eres el Mesías". Estas palabras tienen tanta fuerza
que en aquella ocasión él les ordenó no decirlo a nadie. Pero, cuando Jesús les
anuncia lo que le pasaría a Jerusalén, Pedro quería disuadirle, y es entonces que
Jesús dice a Pedro que no pensaba como Dios sino como los hombres.
Esta conclusión del evangelio de hoy nos hace una propuesta que no siempre es fácil
de llevar a la práctica. ¿Quién de nosotros no querría acompañar a Jesús y descubrir
personalmente con él la armonía de una fe vivida? Pues bien, Jesús nos previene hoy
que, si queremos ir con él, a veces no nos será nada fácil asumir la vida tal como es, y
tal como se va presentando. Justamente entonces tendremos que hacer de tripas
corazón, tomar como Jesús nuestra cruz y acompañarlo, seguros de que Él también
nos dará la fuerza para hacerlo.
Dejémonos, pues, acompañar por el Señor. Tenemos un medio para hacerlo: leer,
escuchar, y meditar sus palabras. Poco a poco podremos hacer nuestras sus
propuestas y actitudes, que podremos compartir con la celebración de la Eucaristía,
como lo hacemos hoy. Continuemos, pues, caminando con plena confianza y con
alegría en presencia del Señor, en el país de la vida.