Espíritu en dosis
Entre Dios y el ser humano hay un abismo que se llama gratuidad. Dios es generosidad,
magnanimidad, donación total. En el ser humano es todo lo contrario: mezquindad, cálculo,
posesión, acumulación. Y Dios expresa la gratuidad por medio de su Espíritu. Es su Don
perfecto. Lo da a torrentes, sin medida. Sopla como el viento. Camina sobre las aguas.
Anima todas las culturas. Hace su morada en el corazón del ser viviente.
Hay preferidos de Dios a quienes da en abundancia generosa su Espíritu. Lo hace a un
grupo propio, los Profetas. Son sus portadores, sus vasos comunicantes. Moisés pareciera
acumularlo en medida sin igual. Y Dios le pide repartirlo. De su Espíritu participan los
nuevos profetas de Israel. Pero el Señor lo da sin ritualismos. Simplemente lo da. No a
cuentagotas o en dosis. No por capricho, tampoco según matrícula de grupo.
Juan, el discípulo amado, se raja, por su mentalidad sectaria, en el examen sobre la
gratuidad de Dios. Se creía poseedor exclusivo del Espíritu de su Maestro. O al menos, lo
entendía así para su grupo. Es la misma percepción de Josué. Moisés reacciona y no
solamente lo quiere para dos o tres más, sino para todo su pueblo. Que sea un pueblo de
Profetas, pueblo del Espíritu. Juan lo niega a quien no es de su grupo. Jesús lo corrige.
El Espíritu nos abre a todas las fronteras, a todas las culturas, a todas las religiones. Allí
donde hay un rasgo de verdad, de justicia, de armonía, allí está el Espíritu. La intolerancia,
la agresividad, el sectarismo no van con el Espíritu. Son signos de mezquindad, de cerrazón
de mente. Donde hay un principio de humanidad o cuando la violación de derechos nos
convierte en anteproyectos humanos, allí está el Espíritu acunando la esperanza.
Cochabamba 27.09.15
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com