XXVII Domingo Ordinario, Ciclo B
Retornar al primer amor
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Génesis 2, 18-24: “Serán los dos una sola carne”
Salmo 127: “Dichoso el que teme al Se￱or”
Hebreos 2, 8-11: “El santificador y los santificados tienen la misma condici￳n”
San Marcos 10, 2-16: “Lo que Dios uni￳, no lo separe el hombre”
Apenas se daban a conocer en días pasados las indicaciones del Papa Francisco sobre
la atención cuidadosa y rápida a quienes crean tener razones para que su matrimonio
sea declarado nulo, pronto un gran número de personas han buscado la oportunidad
de “divorciarse por la Iglesia” con esta nueva modalidad. Sin embargo eso no es lo
que dijo el Papa. Sí nos pide una atención misericordiosa a quienes han sufrido el
trauma de la separación matrimonial; sí nos insiste en que acojamos pastoralmente
a quienes están lastimados por un fracaso y viven otra relación; sí pide se eviten
trámites engorrosos y caros a quienes tienen razones válidas para la declaración de
nulidad de sus matrimonios. Pero nunca dijo el Papa que entremos en esta dinámica
del “usar y tirar” que lastima, hiere y destruye a las personas. No propone el Papa
divorcios eclesiásticos, sino esclarecimiento pronto y atento de aquellos matrimonios
que de hecho son nulos. Gran preocupación manifiesta el Papa Francisco por la
estabilidad, santidad y cuidado de la familia como lo expresó en el Encuentro de las
Familias en Filadelfia: “Vamos a proteger la familia”.
Este domingo es una oportunidad muy valiosa para reflexionar sobre la situación de
la pareja, sus diálogos, sus anhelos, sus dificultades y sus sueños. Comencemos con
la pregunta de los fariseos que no espera una respuesta, sino que busca un motivo
de acusación, quieren poner a prueba a Jesús, y qué mejor que hacerlo con una
cuestión candente, tanto de aquel tiempo como de ahora: el divorcio. Se basaba en
una prescripción de Deuteronomio (24, 1-4) que busca proteger a la mujer y
garantizarle una cierta libertad pero que con el tiempo, en una sociedad machista, se
había convertido en un arma para los hombres y se les concedía el divorcio con suma
facilidad y denigraba a la mujer. Las razones para despedirla eran ridículas: si la
mujer dejaba quemar la comida, si el hombre había encontrado otra mujer más
atractiva o bien razones aparentemente más fuertes como el caso del adulterio de la
mujer o la incompatibilidad de caracteres. Hoy añadiríamos muchas razones más
para los divorcios que se cocinan al vapor, en unos cuantos días, que dejan hombres
y mujeres en angustiosa soledad y que provocan gran desconcierto en los hijos. Las
discusiones se centran en si será mejor un ambiente de agresiones, de falta de
respeto, de desinterés mutuo, o bien una separación que aunque dolorosa, a cada
quien deja por su lado.
La respuesta de Jesús no pretende salvar el matrimonio recurriendo a tecnicismos
legales o condenando a quienes se encuentran en tan difíciles situaciones. Jesús
vuelve a proponer el matrimonio como se presentaba en la aurora de la creación. El
proyecto divino respecto al matrimonio es un proyecto de amor, de vida, de armonía,
de luz y de unidad. El encuentro del hombre y la mujer es el cara a cara de dos
sujetos de igual dignidad, cada uno “insuficiente”, pero que se completa plenamente
en el don de sí mismo, en la donación recíproca para la alegría del otro. El amor que
realiza a la persona es indisoluble pero no en la trampa de una obligación externa,
sino en una especie de necesidad interna. Por desgracia, en lugar del grito gozoso de
Adán: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, como un canto inicial
de apertura y encuentro, ahora le presentan a Jesús la exigencia de “una acta de
divorcio”, como si esto pudiera sanar el coraz￳n lastimado del ser que ya no se quiere.
La poesía espontánea de los orígenes se apaga para dar lugar a las normas jurídicas;
la gratuidad se transforma en cálculo y egoísmo.
En la primera lectura, el Génesis nos hacía la afirmación: “No es bueno que el hombre
esté solo”, y nos presentaba a Dios preocupado por hacerle “una ayuda semejante a
él”. Le había ofrecido las maravillas de su jardín y toda la grandiosidad del universo
pero el hombre seguía solo y se descubría necesitado de alguien igual a él. El hombre
en soledad y separación no puede gozar de la propia felicidad. Cuando Cristo da la
respuesta a los fariseos pretende reencontrar la unidad y la armonía perdida, el
hombre no debe separarse del proyecto divino. Jesús no presenta argumentos legales
sino busca ponerlo en una perspectiva más profunda. No se trata de casuística, sino
de razones del coraz￳n: “Por la dureza del coraz￳n…”. La dureza del coraz￳n es la
que no permite abrirse a la pareja, la dureza del corazón es la que obliga al otro a
acomodarse a nuestros caprichos, la dureza del corazón es la que lleva a hacer
cálculos y ventajas personales. Y se pone el mismo Jesús como ejemplo (segunda
lectura) y ofrece una solución a este problema: la Pasión de Cristo, que es el camino
para llegar a la gloria, nos recuerda el precio de la fidelidad. Cuando hablamos de
amor, al estilo cristiano, no podemos quitarnos de la mente la imagen del Crucificado
que se ha entregado hasta el don total de Si mismo.
Me gusta mucho esta actitud de Jesús: más que acusar y condenar, busca retornar
a los orígenes y al amor primero. Quizás no hemos puesto mucha atención en la
preparación y cuidado del matrimonio. Muchas uniones se hacen al vapor, en la
adolescencia, por obligación o como escape de otros problemas. Cuando se despierta
del enamoramiento y se descubre la realidad de la otra persona, lejos de buscar el
encuentro y la aceptación, se le desecha y abandona como trasto olvidado, sin mirar
sus sentimientos y sin afrontar las consecuencias. Las razones se encuentran en la
falta de preparación y en una muy débil decisión de unidad y fidelidad. Se ha
cuestionado mucho la misericordia que el Papa Francisco pide para las familias
destrozadas, pero se nos olvida que él insiste primeramente en poner bases firmes
al matrimonio. Retornar al primer amor y defenderlo con valentía, confianza y
oración. Y para quien ha sufrido la dolorosa ruptura: comprensión y acompañamiento
cercanos. Jesús tiene para ellos palabras de amor y nunca los deja solos. Esperemos
que el ya muy próximo Sínodo sobre la familia nos dé nuevas luces y encontremos
caminos para sostener a los que están vacilantes.
¿Cómo vivimos la unidad en la familia? ¿Hay diálogo en la pareja? ¿Estamos
dispuestos al perdón? ¿Buscamos retornar al primer amor?
Padre Bueno, que has dejado la imagen de tu amor en la unión del hombre y la mujer,
concédenos familias amorosas, fieles, alegres y misioneras. Amén.