DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Sergi de Asís Gelpí, monje de Montserrat
4 de octubre de 2015
Gén 2,18-24 / Heb 2,9-11 / Mc 10, 2-16
Queridos hermanos y hermanas,
El Evangelio de hoy es complicado. O, en todo caso, complicado de comentar. Y por
varias razones.
De entrada, porque cuando un cura se pone a hablar del matrimonio, siempre hay
quien piensa: "¿qué nos tiene que decir un cura sobre el matrimonio, si no se ha
casado?". Vale, estoy de acuerdo, ¡en parte! Sólo en parte, porque yo también
encuentro muy interesante cuando personas que no han hecho nuestra opción nos
hablan de su visión de la vida monástica, por ejemplo. Y del mismo modo, nosotros
podemos decir una palabra de cómo vemos la opción matrimonial. Es un
enriquecimiento mutuo.
Hay algo que ayuda mucho, y es haber escuchado a muchas personas que viven el
matrimonio, y las dificultades de vivir en pareja.
Además, a menudo pienso que una frase que decía el P. Abad Cassià es muy
verdadera: él decía que "todos los corazones se parecen". Y que, en el fondo, todas
las personas no somos tan diferentes las unas de las otras. Todos tenemos nuestros
combates, nuestras fragilidades, y nuestras ilusiones.
A la hora de afrontar un tema como este pienso que corremos algunos riesgos: uno, el
de hacer decir a Jesús cosas que no dice, según nuestra conveniencia. Otra trampa
sería el de no tener en cuenta las dificultades de muchas personas en la vida
compartida, y los fracasos también, y hablar de un ideal sin tener los pies en el suelo.
La Ley judía permitía el divorcio. Pero en aquel tiempo, había diferentes criterios sobre
las razones para divorciarse. A Jesús lo quieren hacer posicionarse en este tema, que
se moje tomando partido por un criterio o por otro. Pero para Él, el único criterio es el
Amor. Y por eso evita entrar en la casuística de cuándo se puede o no se puede, y va
más allá: habla del ideal de una vida compartida en el matrimonio, y de cuán sagrado
este ideal.
Es un Jesús exigente, que pone el listón muy alto. Quizás a alguien no le sonará bien
oír esta idea: que Jesús es exigente. Digo esta palabra ("exigente") pensando en el
significado original de la palabra. "Exigente" viene del latín ex-agosto "Ago" (o "agere")
significa conducir, hacer salir fuera, extraer. Y "ex" (ex-ago) es una preposición que
indica "de", "dentro de". Es decir: que "exigente" significa que extrae de dentro de
nosotros, que hace salir de dentro de nosotros hacia fuera lo que podemos dar.
Este es, creo, el significado de este Jesús que a veces nos aparece exigente en el
Evangelio. Es un Jesús que quiere extraer de nosotros, que damos todo lo bueno que
podemos dar. Y ello, porque cree en nosotros, confía en que somos capaces de dar
mucho. Por eso el ideal que nos propone es alto, y pide un esfuerzo.
Pero Jesús, en muchos fragmentos del Evangelio, también se muestra comprensivo.
Por tanto, es exigente y es comprensivo. Porque conoce bien a la persona humana y
nuestra fragilidad. Y si pensáis en muchos fragmentos del Evangelio, veréis cómo Él
era sensible al sufrimiento de los demás. No le dejaba nada indiferente. Y por lo tanto,
sin duda habría sido muy sensible al sufrimiento de tantas personas que sufren en el
matrimonio, o después de una ruptura.
A veces nos preguntamos qué debe hacer la Iglesia ante muchas situaciones que
viven las familias. A la luz del Evangelio y de la Palabra de Dios, me parece que la
Iglesia debería ser como una Madre con sus hijos.
Una Madre que desea y anima de todo corazón a sus hijos para que se esfuercen y
den todo lo bueno que puedan. Pero una Madre que los conoce tan bien, que sabe
cuáles son sus fragilidades. Y que aunque sean débiles, o incluso se equivoquen, ella
siempre está allí, a su lado, para amarlos. Una Madre nunca rechaza a sus hijos.
Incluso si piensa que están en un camino que pueda creer equivocado, siempre los
amará. Siempre los respetará, y los acompañará.
Me hubiera gustado tener más tiempo para poder entrar en detalle con tantas
situaciones concretas que nos presenta hoy la sociedad. Pero quizás no es necesario.
Quizás lo que, de entrada, parece tan complejo, no lo es tanto. Simplemente, se trata
de amar, amar y amar. Como lo hace una Madre con sus hijos. Como lo hizo, y lo
hace, Jesús con todos nosotros.
Pidámosle que nos ayude a saber amar. Que ésta sea nuestra única ley.