XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
CON LA MISERICORDIA, SE PUEDE
Por Javier Leoz
“Misioneros de la misericordia”. Así reza el lema del Domund 2015 que, entre otras
cosas, es adelanto de la inauguración de Jubileo del Año de la Misericordia que se
abrirá en Roma el 8 de diciembre y, en multitud de puertas santas catedralicias, a
lo largo y ancho del mundo católico.
1.- Con el cartel del Domund ante nuestros ojos y, con el Evangelio de hoy en la
mano, podemos concluir que Dios es el que salva, que el servir abre con más
facilidad las puertas del cielo y que, el que no sirve o es misericordioso, difícilmente
entrará en el reino de los cielos (que era el hándicap que tenía el joven rico de la
liturgia del domingo pasado). O dicho de otra manera: con la misericordia todo se
puede. O, con un lenguaje más asequible, no olvidemos nuestra humanidad y en el
cielo todas puertas se nos abrirán.
Los hijos del Zebedeo resultaron ser osados y muy atrevidos. ¡Casi nada! ¡Primeros
puestos en el Reino de los Cielos! Y no menos certera y a punto la respuesta de
Cristo: “Eso a mí no me toca concederlo”. Y es que, el cáliz de Cristo, no es el que
nosotros solemos apurar (brillante, ajustado a nuestra mano o a nuestra vida, con
licor dulce y sorbido abundantes veces). El cáliz del Señor es, tal como el Domund
nos anuncia, una misericordia que se ofrece y se transmite a través de nuestra
entrega incondicional. ¿A quién? A los más necesitados. ¿Por qué? Porque llevamos
el ardor de Cristo dentro. ¿Para qué? Para identificarnos más con Jesús y porque,
en ese corazón gigantesco que se da, es donde sellamos y purificamos nuestro
carnet de cristianos. Imposible pretender primeras bancadas en la eternidad si, tal
vez en la tierra, buscamos los más apartados a la hora de servir. Una frase nos
puede resultar iluminadora en este día: no salva el poder sino el servir.
2.- No nos resulta extraño que el vivir como cristianos y seguidores de Jesús nos
acarrea algún disgusto que otro. Pero no olvidemos que, ni Santiago ni Juan, se
echaron atrás al recibir la respuesta-reproche de Jesús: uno fue el primero en dar
testimonio de su fe con su sangre y, el otro, paso a ser –en la tierra y no en el
cielo- amigo de primera línea (en guardia y retaguardia) del mismo Jesucristo.
Sintieron, como tantos misioneros, religiosos, religiosas, Papas, obispos, laicos y
sacerdotes sentimos que, el creer, nos lleva a una conclusión: para triunfar a los
ojos de Dios hay que humillarse ante los ojos de los humanos. ¡Cuánto cuesta esto!
¡Cuánto cuesta rebajarse en la tierra para pensar que, sólo así, seremos elevados
en el cielo! Una cosa es pensarlo, otra cosa diferente predicarlo y otra muy distinta
vivirlo. Pero en ese sendero está la luz que nos lleva a Dios. Se humilló en la noche
de Belén, se anonadó en la cruz, apreció en las propias carnes de su hijo la
negación, la traición y la indiferencia. Pero al tercer día venció. Y venció porque
pudo más su corazón misericordioso a través del gran Misionero de la Misericordia
que fue Jesús de Nazaret que los pequeños esquemas, pobres esquemas, de aquel
grupo de colaboradores de los que se rodeó el Nazareno. Hasta en eso tuvo
grandeza: quiso ser misericordioso eligiendo. Pudiendo haberse rodeado de
elocuencias, prefirió la sencillez de Pedro, la bondad de Juan, la mediocridad de
Judas o las dudas de Tomás.
3.- Al celebrar la Jornada del Domund caemos en la cuenta de que, la Palabra del
Señor, necesita voceros humanos, altavoces de la misericordia. Pero, sobre todo,
reflexionamos sobre un hecho del todo importante: la misericordia de Dios no
conoce límites. Por ello mismo no es de extrañar que, donde los gobiernos no
alcanzan, siempre un misionero es noticia por su constancia, presencia y entrega
apasionada. ¿Su secreto? Llevan a Cristo en sus entrañas.
Esta jornada del Domund nos empuja, allá donde estemos, a ser misioneros. A
estimar con nuestra oración sincera y nuestra limosna generosa, la acción
evangelizadora que en nombre de Cristo desarrollan esa “cara más bonita” que son
los misioneros de la Iglesia Católica.
4.- LUZ PARA LA HUMANIDAD
Sí, Señor, así te vemos y así te sentimos
Desde el día de tu llegada a nuestro mundo
alegraste la noche oscura del hombre.
Lo hiciste en silencio, sin ruido
pero, en Belén, fuiste luz en medio
de un impresionante firmamento estrellado.
Tú, Señor, eres la luz del mundo
Entonces ¿qué somos nosotros, Señor?
Somos pequeñas luces, de tu inmensa luz
Somos pequeños ríos, de tu inmenso mar
Somos pequeños destello, de tu inmenso sol
Eres, Señor, luz de la humanidad
Quien a Ti escucha, encuentra alivio
Quien a Ti sigue, se siente protegido
Quien a Ti bendice, queda engrandecido
sobrecogido y enardecido por tu presencia, Señor.
Nunca, nuestra tierra,
cesará de darte gracias por tu Palabra
Por poner esperanza a nuestro lado
Por sembrar ilusiones en nuestros senderos
Por levantarnos, con y por tu Palabra,
cuando nos sentimos decepcionados,
engañados o humillados
por tanta palabra y bisutería que ofrece el mundo.
¡Gracias, Señor!
Sigues siendo luz de muchos pueblos
Horizonte de muchas metas
Vida de muchas vidas
Orgullo de millones de hombres y mujeres
que, sintiendo la peligrosa noche,
saben que Tú sigues siendo… la LUZ.
Amén