Domingo Mundial de las Misiones
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Anunciar sirviendo
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Isaías 53, 10-11: “El Siervo del Se￱or hizo de su vida un sacrificio”
Salmo 32: “Muéstrate bondadoso con nosotros, Se￱or”.
Hebreos 4, 14-16: “Acerquémonos con plena confianza al trono de la gracia”.
San Marcos 10, 35-45: “El Hijo del hombre ha venido a dar la vida por la redención
de todos”.
El precioso manantial rasga la montaña y brota desde su seno con una fuerza
imponente. Incesante, hora tras hora, día y noche, el inmenso borbotón de agua
inunda de belleza y colorido los peñascos que lo rodean, luego serpentea por toda
la ladera, abriendo nuevos caminos y trazando nuevos senderos. Más abajo,
dominado por la llanura, se ensancha y pierde su bravura, para fertilizar los campos
y dar vida a lo largo de su cauce. “﾿De d￳nde viene tanta agua?”, pregunta
inocente el ni￱o. “﾿Está almacenada en la panza de la monta￱a? ﾿Por qué nunca se
acaba?”, y sus ojos ávidos se quedan pasmados ante tanta grandiosidad. “ᄀCuánta
agua debe haber en el interior de la monta￱a para que nunca se acabe!”. Inocencia
de niño, percepción de sabiduría. Solamente teniendo una fuente en su interior, que
nunca se termine, puede continuar brotando tanta agua, tanta belleza y tanta vida.
Así debe ser la misión: un manantial interior que generoso se abra y ofrezca sus
riquezas, es decir, anunciar sirviendo.
Hoy celebramos un día muy especial: el Domingo Mundial de las Misiones. Aunque
las lecturas que nos ofrece este domingo del tiempo ordinario no sean “especiales
de misi￳n”, tienen, como todo el Evangelio, una fuerte carga de anuncio y
propuesta que inquieta a todo discípulo. Jesús, enviado Él mismo por el Padre, es el
modelo de toda misión, y mirando su vida y su obra podremos entender la
grandeza y la belleza de esta tarea. En el pasaje de este día todo es contraste:
entre el cielo y la tierra, entre los proyectos del hombre y los proyectos de Jesús,
entre los caminos terrenales y los del Reino de los Cielos. Jesús, en un ambiente de
intimidad y confianza, acaba de abrir su corazón y manifestar a sus discípulos cuál
es el itinerario que lo llevará hasta la cruz, su supremo acto de amor. Por su parte
también Santiago y Juan abren su corazón y lo descubren lleno de ambición por el
poder. Como si no hubieran escuchado la revelación que les hace Jesús en el
camino hacia Jerusalén, hacen caso omiso del anuncio de los sufrimientos y de los
dolores, porque tienen en su mente otras propuestas. Contraste pleno entre los
criterios y valores del maestro y las ambiciones de sus seguidores.
Las discusiones por los primeros lugares, las envidias y las zancadillas también
encuentran su espacio entre los discípulos. Jesús aprovecha la oportunidad no sólo
para descubrir las ambiciones de sus discípulos sino para desenmascarar las
estructuras del poder, de la riqueza y de los gobiernos. Las luchas encarnizadas
entre los partidos, y dentro de ellos, no son para servir y para buscar un mejor
país, las luchas son para obtener el poder personal o sectario y se utilizan como
pretexto el bien de la nación. Jesús nos enseña cuál es la verdadera vocación del
discípulo y de toda persona que quiere tener un puesto frente a la comunidad: “el
que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor”. Rompe Jesús los valores
del mundo y establece nuevos valores que harán crecer el sentido fraternal y
comunitario. Jesús no ha venido a ser servido sino a servir y nos lo enseña en cada
acto de su vida. Pero además se pone como ejemplo de quien lo quiera seguir. Ese
es el sentido de la misión: una fuente que se abre generosa para servir y para
vivificar. Desgastándose y disolviéndose el agua generosa parece perderse en la
tierra fecunda, pero hace crecer la semilla y la fortalece para que pueda dar frutos.
La misión no es conquista ni lucha de poderes. Algunos grupos religiosos
proselitistas y combativos utilizan la religión y la Palabra de Dios para sus propios
intereses, para obtener ventajas y beneficios. Estaríamos muy equivocados y
seguiríamos los mismos senderos de “los jefes de las naciones que las gobiernan y
las oprimen”. Para llevar el mensaje se necesita servir. No podemos tener otro
modelo de misión que la misma vida de Jesús. Si queremos cumplir con la misión
de Jesús tendremos que seguir sus mismos pasos y adoptar sus mismas actitudes:
Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz; siendo
rico, eligió ser pobre por nosotros, enseñándonos el itinerario de nuestra vocación
de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser
pobres siguiendo a Jesús pobre y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni
alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo. La
gran fuente que nos llenará internamente será el encuentro personal y comunitario
con Jesús, mirarnos en Él y con Él, escuchar sus proyectos y sueños, confrontar
nuestros ideales con los suyos y ajustar nuestros deseos a lo que Él mismo nos
propone.
Por ello, los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la
contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento
de la vocación humana y de su sentido. Necesitamos hacernos discípulos dóciles,
para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y
después, con un gozo que no cabe en el corazón, llevaremos Buena Nueva a un
mundo que se pierde en la desesperación y no encuentra una brújula que guíe sus
pasos. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios, nuestro mundo puede volver a
encontrar su centro y su profundidad. Día de las misiones, podríamos decir,
también es el día de la fraternidad y el servicio, porque no podemos ni queremos
quedarnos solos con el proyecto de Dios, porque si hemos descubierto que Dios es
nuestro Padre tendremos que comprometernos en una vida de dignidad para todos
los hermanos; porque si hemos vivido la gratuidad de su amor, manifestaremos
nuestro amor a los hermanos de formas concretas y comprometidas; porque si
hemos recibido la misma misión de Jesús, estaremos dispuestos a afrontar sus
mismas consecuencias: “am￳ hasta el extremo”. Día de las misiones será pues, un
día para servir, para amar a todos a plenitud, porque tenemos el corazón lleno del
amor de Jesús.
Padre Bueno, Tú quieres que tu amor llegue a todas las naciones, enséñanos a
proclamar tu Palabra sirviendo generosamente y amando sin medida ni distinción
de personas para así construir la familia universal. Amén.