31a. Ordinario, Lunes
"Dijo también al que le había invitado: "Cuando des una comida o una
cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus
vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu
recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a
los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder,
pues se te recompensará en la resurrección de los justos" (Lucas 14,12-
14).
Si queremos interpretar este texto al pie de la letra, podríamos sacar la impresión
de que Jesús nos prohíbe que nos juntemos con la familia o con los amigos para
disfrutar de una buena comida.
El no es enemigo de las invitaciones. En muchas ocasiones las aceptó con mucho
gusto. Pero no olvidemos que El aprovechaba toda ocasión para enseñar.
La lección de estas palabras es que no podemos olvidarnos nunca de los pobres y
necesitados. Y que no podemos dejarnos dominar por ciertas formas sociales de
actuar que son pura hipocresía.
El doy para que me des es algo totalmente aceptado en la sociedad de hoy, que
vive dando la impresión de insinceridad. Sin olvidarnos de que vivimos inundados
por la publicidad, que nos empuja a comprar lo que no necesitamos, o hacer lo que
no tenemos por qué.
Había costumbres que eran muy bonitas, como el regalar a los niños por Navidad o
la fiesta de Epifanía, que se convirtió en la de los Reyes Magos.
Pero ya hoy, en muchos países, también los adultos se ven obligados a obsequiar,
de modo que existe en la relación social un intercambio que solo favorece a los
comerciantes, que para vender se han inventado toda clase de obligaciones a
través del año.
Eso hace que una familia promedio tenga que separar, casi obligatoriamente, una
cantidad dedicada a quedar bien con los demás, pues si no entran en el juego del
regalar se les considera tacaños o antisociales.
Las palabras de Jesús, dichas hace dos mil años, ya nos previenen con esas formas
de actuación, pues para quedar bien, nos gastamos quizás un dinero que no
tenemos, o que podríamos haber dedicado a ayudar a los que no tienen a nadie que
les dé nada.
La generosidad es una virtud, sobre todo si va dirigida a auxiliar al que no me va a
devolver el favor.
No que esté prohibido intercambiar obsequios, pero si de verdad queremos agradar
a Dios, lo mejor que podemos hacer es ir negándonos a entrar en ese tipo de
compromisos, favoreciendo mejor a aquellos que son realmente los que tienen
necesidad de que les den.
Compartir con los otros en comidas y fiestas es parte de la vida normal de un
cristiano. Dar regalos para que nos los den, es una triste forma de engañarnos,
pues de sobras sabemos que muchos de esos regalos no nos sirven de nada, y
algunos los aprovechamos para regalárselos a otros, y así aparecemos como
dadivosos, cuando solo somos mentirosos, ya que ni siquiera sabemos a dónde va a
parar aquello que hemos obsequiado.
Padre Arnaldo Bazan