DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía del P. Daniel Codina, monje de Montserrat
18 de octubre de 2015
Is 53, 10-11 / Heb 4, 14-16 / Mc 10, 35-45
Queridos hermanos y hermanas: El evangelio de Marcos que estos domingos vamos
leyendo, nos expone sin paliativos lo difícil que fue para los discípulos, incluso para el
núcleo más cercano de los doce, entender y comprender las enseñanzas de Jesús. A
menudo nos dice que no comprendían lo que les decía (9, 32-34) y con sus actitudes,
como en el evangelio de hoy la de los dos hermanos Santiago y Juan, hacían patente
que no habían entendido nada del sentido de la predicación de Jesús y de manera
especial cuando los predice su pasión, muerte y resurrección. Por otra parte, Jesús a
menudo impone silencio, exige que no se divulguen sus milagros y manda a los
discípulos que no vayan diciendo que Jesús es el Mesías, tal como lo había
reconocido Pedro en Cesarea de Filipo, para no favorecer falsas interpretaciones de
su persona y de sus obras: Jesús no quiere que se tenga de él una idea sesgada de
un mesías poderoso, vencedor de los enemigos del pueblo; Jesús quiere parecerse
más bien al siervo sufriente del que ha hablado el profeta Isaías en la primera lectura.
Esto nos sirve de introducción a la idea que creo está en la base del evangelio de hoy:
todos, los discípulos de entonces y los de ahora, tenemos que ir buscando y
encontrando nuestro lugar dentro del Reino de Dios. Los dos hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, a pesar de haber sido llamados y escogidos por Jesús a vivir con él
en el círculo de los íntimos, buscan un lugar más concreto y personal: "Concédenos
sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Han escuchado a Jesús
predicando sobre el Reino, que vendrá, y que ya está aquí, pero que se perfila como
un proyecto futuro, al final de los tiempos, y quieren asegurarse un lugar de prestigio y
de dominio. ¿No se trata de un reino presidido por Jesús? Pues ellos, que quieren
serle fieles, quieren compartir lo máximo posible la realeza, con un punto evidente de
poder ser más que los demás seguidores de Jesús y que los otros compañeros de
apostolado. ¿No habían estado discutiendo hacía poco sobre quién era el más
importante entre ellos? Así se comprende la reacción indignada de los otros diez
contra Santiago y Juan. Buscan el lugar en el Reino a partir de sus ambiciones
personales y de la concepción demasiado terrenal del Reino. Como los dice Jesús, no
saben lo qué piden, no han entendido nada de la predicación tantas veces reiterada
por Jesús sobre la suerte dolorosa y de persecución que Él debe sufrir, aunque están
dispuestos a seguir esta misma suerte -son las imágenes del bautismo y del cáliz del
texto evangélico- por fidelidad al Maestro. Todo ello da pie a una enseñanza muy
precisa y concreta de Jesús, sobre quien debe ser el más importante y el que manda
en el reino: el servidor y el esclavo de todos, tal como hacía Jesús. Por lo tanto, el
lugar que deben encontrar no debe venir de las propias ambiciones, los propios
deseos, sino que se ha de buscar y encontrar a partir de los criterios ofrecidos por
Jesús mismo: servir a los demás y “ dar su vida en rescate por todos ”.
Como he dicho hace un momento, este lugar lo debemos encontrar todos: los
discípulos primeros y los de ahora, nosotros. No es un trabajo y una búsqueda fácil.
También a nosotros nos puede pasar, y nos pasa, lo que sucedió a Santiago y Juan y
a los otros discípulos: conscientemente o no, nos damos prisa por llegar a ser más que
los demás, poderlos dominar, servirnos de los demás, hacernos servir. Y todo viene
por no haber asimilado convenientemente el espíritu evangélico. Aquí juegan fuerte la
ignorancia, la superficialidad, la rutina, el egoísmo y tantos otros aspectos negativos
que arrastramos a lo largo de la vida. Sobre estos puntos pasa el camino de la
conversión evangélica que tendremos que ir haciendo a lo largo de nuestra vida, a
partir del cual cada uno de nosotros debe encontrar su lugar, o mejor dicho, debe
encontrar su manera de hacer humana y cristiana, ya sea clérigo o laico, rico o pobre,
joven o viejo. Y, como decía Santa Teresa de Ávila antes de morir: "Ya es hora de
ponernos a andar" y seguir a Jesús. Él nos indica el camino. Él sube hacia Jerusalén
donde tiene que llevar a cabo el cumplimiento de la voluntad del Padre a través de la
pasión y la cruz y la resurrección, y así dar su vida en rescate por todos los hombres
en un gesto supremo de servicio.
Hoy, hermanos, la Iglesia celebra el día del DOMUND, el día en que hace memoria de
su acción evangelizadora en el mundo. Ha sido un ejemplo vivo de servicio a hombres
y mujeres de pueblos lejanos para que también encuentren su lugar en el evangelio de
Jesús. Demos gracias a Dios por tantos y tantos hermanos nuestros, algunos muy
cercanos a nosotros, que han hecho este servicio. Por ello, de una manera especial,
hoy queremos ayudar a llevar a cabo este servicio: al final de la misa, a la salida,
podréis hacer vuestra aportación económica para esta causa, si lo deseáis. Gracias.
Que esta eucaristía, mientras nos ensancha los horizontes de nuestro corazón a todos
los hombres, nos haga encontrar también nuestro camino de seguimiento de Jesús.