FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
Santos y alegres
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14: “Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía
contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y
lenguas”.
Salmo 23: “Esa es la clase de hombres que te buscan, Señor”.
I San Juan 3, 1-3: “Veremos a Dios tal cual es”.
San Mateo 5, 1-12: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será
grande en los cielos”.
Se estaban preparando para la “pastorela” que a￱o con a￱o se presenta en
familia para Navidad. El “director”, por decir de alguna forma a quien
coordinaba, tenía la difícil decisión de repartir, entre niños y adolescentes, los
diferentes “papeles” que cada quien debía interpretar. José y María fueron
escogidos. Cuando se trató de escoger a quienes representarían a los diablos,
ángeles y pastores surgi￳ la dificultad: ᄀTodos querían ser diablos! “Es que los
pastores son muy tontos y ser ángel es muy aburrido, -decía uno de los
pequeños- en cambio ser diablo resulta divertido”. Así en la representación
resultaron como 15 “peque￱os diablos”, y a duras penas aparecieron dos
ángeles y cuatro pastores. ﾿Ser “bueno” será sinónimo de ser aburrido? ¿Ser
“santo” será señal de pasividad y estupidez? Ciertamente va contra la lógica
del mundo, pero ser santo es la alegría en plenitud y un compromiso dinámico
y activo. Es buscar ser como nuestro Dios: misericoridioso y santo.
“Ser santo” era el anhelo y el sue￱o que se trataba de grabar en el coraz￳n de
los pequeños y los jóvenes de hace ya algunos años. Quizás en nuestro mundo
ya no se escuche este anhelo. Y sin embargo ésta sigue siendo la propuesta
seria de Jesús. No se trata de esa santidad estirada, fría y a veces hasta
inhumana, con que se acostumbra presentar a muchos de los santos. La
invitación de Jesús a ser santos tiene mucho que ver con la vida diaria, con el
compromiso con los hermanos y con la verdadera felicidad. Ser santo es
alegría, dinamismo y fuerza en la búsqueda de la verdad. Se podría resumir
en el Sermón del la Montaña cuyo pórtico, las Bienaventuranzas, nos ofrece
hoy el pasaje de San Mateo. Dejando de lado la felicidad como era presentada
con frecuencia en el Antiguo Testamento que unía una vida justa con riquezas,
salud y larga vida, Cristo nos presenta nuevas pistas que conducen a la
verdadera felicidad. Las Bienaventuranzas declaran dichosas a personas
consideradas, de ordinario, malditas o desgraciadas. La primera de ellas
resume en cierta manera a las demás: “Dichosos los pobres de espíritu”, o sea,
los que han puesto su confianza en el Señor. Después cada bienaventuranza
es una proclamación mesiánica, un anuncio de que el Reino ha llegado para
aquellos que tienen el corazón limpio y buscan la justicia. Ser santo hoy es
vivir plenamente las Bienaventuranzas que nos propone Jesús.
El Antiguo Testamento llama a Dios “el único y verdaderamente Santo”,
expresando sobre todo su trascendencia, su completa separación de lo
humano. Sin embargo, siempre surge la invitación a “ser santos como Dios es
santo” . Israel se considera un pueblo santo, pero en el sentido de estar
“separado” de los demás. Expresa su santidad sobre todo en el culto a Dios,
sus sacrificios… Pero con frecuencia cae en el pecado y los profetas le exigen la
verdadera santidad: el culto que Dios quiere es la fidelidad y el amor,
traducidos en justicia, verdad y amor al hermano. Cristo es llamado “el Santo
de Dios”, hace la voluntad de su Padre y está lleno del Espíritu Santo. Siendo
hombre, está lleno de santidad. Pero Cristo mismo nos llama también a cada
uno de nosotros a ser santos, a parecernos a nuestro Padre Dios: “sean
misericordiosos como su Padre Celestial es misericordioso” . Y en las
bienaventuranzas nos expone su carta magna que nos llevará a alcanzar la
verdadera santidad. En las Bienaventuranzas aparece claro que Dios es muy
cercano al hombre, al que sufre, a los que tienen hambre y sed de justicia, a
los que lloran y son despreciados. Dios no es insensible al sufrimiento humano.
Dios no es apático, sufre donde sufre el amor. A nuestro mundo, que sí es
indiferente y que ha perdido la capacidad de percibir el sufrimiento humano,
Cristo le propone las Bienaventuranzas como camino de felicidad.
La vida está sembrada de problemas y conflictos, y sin embargo podemos decir
que “la felicidad interior” es una se￱al de que alguien sabe vivir plenamente y
que sólo son felices quienes saben amar. Las Bienaventuranzas nos invitan a
preguntarnos si tenemos la vida bien planeada: ¿Qué sucedería si yo aceptara
vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de seguridad, con más
limpieza interior, compartiendo el dolor con los que sufren y depositando mi
confianza en un Dios que me ama de manera incondicional? ¿En qué creer: en
las bienaventuranzas que me propone Jesús o en los reclamos de nuestra
sociedad? Si realmente somos discípulos descubriremos que somos más
felices cuando amamos, aun con dolor, que cuando no amamos y por lo tanto
no sufrimos. Ser cristiano es buscar la felicidad, la verdadera felicidad, que
comienza aquí y que alcanzará su plenitud en el encuentro final con Dios.
Si Cristo nos presenta las Bienaventuranzas como Buena Noticia quiere decir
que su mensaje no es algo hueco o vacío, sino una realidad presente en
nuestro ambiente. Ya hay en nuestro mundo frutos y signos de la Buena
Noticia. Debemos descubrirlos. Ya hay “santos” en medio de nosotros y
podemos reconocerlos. En este mundo podemos vivir la santidad, en nuestra
realidad concreta. Y los santos, en el verdadero sentido de la palabra, son
ejemplos que nos ayudan en este camino de seguimiento. Son modelo,
testimonio y ayuda para sostenernos en nuestras luchas. Pero no son amuleto
ni una especie de talismán para tener suerte en la vida. Son mucho más, no
son Dios, pero nos acercan a Dios.
Hoy, al recordar la fiesta de todos los santos, dejemos que las
Bienaventuranzas arraiguen en nosotros. Demos crédito a las palabras de
Jesús. Es necesario dejarnos transformar por ellas; creer en los pobres, en los
hambrientos, en los que lloran, en los misericordiosos, en los que trabajan por
la justicia, en los limpios de corazón, en los desposeídos, en los que trabajan
por la paz. Creer que estoy llamado a la santidad, a la vida, a ser hijo de Dios.
Creer que Jesús me acompaña en este camino de santidad.
Padre Bueno, que otorgas a tu Iglesia la alegría de celebrar los méritos y
la gloria de todos los santos, concede a tu pueblo dejarse guiar por
Jesús en el camino de la verdadera santidad y vivir cada día las
Bienaventuranzas. Amén.