34a. Ordinario, Sábado
"Guárdense de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, por
la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de
improviso sobre ustedes, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que
habitan toda la faz de la tierra. Estén en vela, pues, orando en todo tiempo
para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar
en pie delante del Hijo del hombre. (Lucas 21,34-36).
Con esta invitación de Jesús vamos a cerrar el Año Litúrgico, ya que mañana
comenzamos uno nuevo con el primer Domingo de Adviento.
Esta invitación no es para asustarnos, sino para que centremos nuestra vida en la realidad
y no en la fantasía de las cosas presentes.
Si Dios ha querido colocarnos en este lugar en el que nos encontramos en el planeta
tierra, sin que sepamos que otros seres inteligentes puedan poblar otros mundos en el
Universo, es porque quiere que, primero, conozcamos lo que significa el esfuerzo
cotidiano por salir adelante.
Ese fue el precepto del principio: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente" (ver Génesis
3,17), ya que no nos puso aquí para que lo pasáramos sin hacer nada, sino luchando por
poner en práctica ese otro precepto anterior: "Sean ustedes fecundos y multiplíquense y
llenen la tierra y sométanla" (Génesis 1,28b).
Lamentablemente se nos puede olvidar muy fácilmente la verdadera meta de esta vida:
vivir junto a Dios.
Es cierto que se nos hizo más difícil lograrlo después que el pecado entró en nuestro
mundo, pero el Señor lo hizo posible enviándonos en su Hijo a un Redentor que nos
sacase del estado de condenación en el que habíamos quedado.
El propio Jesús nos da el verdadero remedio para evitar las constantes tentaciones del
enemigo, que por todos los medios quiere apartarnos de la salvación. Si El hizo su parte
entregándose por nosotros a una muerte ignominiosa, nosotros tenemos que hacer la
nuestra buscando la fuerza en la oración.
Nos lo advierte también san Pedro con estas palabras: "Sean sobrios y velen. Su
adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. (1a Carta,
5,8).
Lo dijo Jesús a sus apóstoles en el Huerto: "Velen y oren, para que no caigan ustedes en
tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Marcos 14,34).
El discípulo de Jesús tiene que ser una persona de oración. Da pena ver que muchos que
se consideran cristianos apenas dedican tiempo a orar, con lo que se podría sospechar
que, en realidad, no están siguiendo el consejo de su Maestro.
Orar siempre no significa estar todo el tiempo repitiendo oraciones, sino mantener
nuestras almas en unión constante con Dios. Esto se consigue cuando vivimos
conscientemente la vida de la gracia divina. Pero orar siempre también significa separar
tiempo para una relación íntima con el Señor. En ello nos va la verdadera vida.
Padre Arnaldo Bazan