XXXIV Domingo Ordinario, Ciclo B
Rey misericordioso
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Daniel 7, 13-14: “Su poder es eterno”
Salmo 92: “Se￱or, tú eres nuestro rey”
Apocalipsis 1, 5-8: “El soberano de los reyes de la tierra ha hecho de nosotros un
reino de sacerdotes para su Dios y Padre”
San Juan 18, 33-37: “Tú lo has dicho. Soy rey”
Les llamaban “jefes de zona” y son los coordinadores de muchas comunidades y
entregan su vida a favor de sus servidores y catequistas. Se preocupan cuando
alguien ha faltado, si uno está enfermo o tiene algún problema. En la pasada visita
pastoral a la parroquia de Tenejapa me sorprendieron cuando resueltamente de
dijeron: “Ya no queremos ser jefes de zona”. Conociendo su generosidad y disposici￳n
me quedé sorprendido. Pero mi sorpresa y fue mayor cuando continuaron: “El jefe es
el que manda y a quien le tienen que servir; el que ordena y muchas veces ni conoce;
el que busca su provecho. Mejor nos queremos llamar “jCananzona” que quiere decir
el cuidador y servidor de la zona. Porque queremos de verdad servir a los hombres y
mujeres de nuestra regi￳n, especialmente a los más débiles”. No sé si sea muy feliz
esta nueva palabra mezcla de tseltal y español. Mi admiración y respeto para quienes
generosamente se disponen a servir viviendo a contra corriente an un mundo de
ambición y de poder.
Hoy es el último domingo del año y celebramos una fiesta que quiere dar sentido y
culmen a todo este tiempo: Cristo Rey. Pero ¿de qué rey se trata? Juan parece darnos
la respuesta. El relato del proceso de Jesús ante Pilato tiene un gran relieve en el
evangelio de Juan. La reflexión sobre la realeza está presente en todo el episodio
hasta llegar a la declaraci￳n de Pilato a los judíos: “¡Aquí tienen a su rey!”, que unida
a la declaraci￳n de que es “Hijo de Dios”, son las causas que se aducen para su
condena. Es una imagen plástica que confronta dos estilos de realeza: por una parte
la político militar que sostiene la ideología del imperio romano, y por otra la realeza
soñada por los judíos que esperaban la venida de un mesías que debería liberarlos del
yugo militar. Jesús no encaja en ninguna de las dos. Y en este día que celebramos la
fiesta de Cristo Rey, Jesús nos ofrece un concepto de realeza muy diferente al que
esperaríamos humanamente. La realeza de Jesús, como aparece en este texto es de
otra forma, a tal grado que aunque es el condenado y golpeado, sigue apareciendo
como el verdadero rey frente a la caricatura de poder que ofrece Pilato. Parecería que
quiere unirse a todas víctimas humilladas, vejadas y despreciadas a causa de la
verdad y la justicia.
Entre las ambiciones que más ciegan el corazón de la persona está el poder. El poder
que dispone arbitrariamente de bienes y personas, la autoridad que debe ser
obedecida y ser tomada siempre en cuenta. Es uno de esos virus que ataca y deforma
a las personas. Hace que se olvide de los lazos de fraternidad y solidaridad con los
hermanos y se asume como un privilegio para buscar los propios beneficios sin
importar el pueblo. De hecho, sufrimos con frecuencia los mandatos despóticos de
personas que antes se mostraban amables, interesadas y humanas. Se hace realidad
aquella parábola bíblica (Jueces 9, 7s) que nos presenta a los árboles que querían
elegirse un rey; ninguno de ellos acepta para no perder su posibilidad de dar frutos.
Solamente lo acepta la zarza que al abrazarlos a todos con sus ramas, los pincha y
lastima. El poder se encarama sobre el pueblo que sufre y que padece hambre. Un
pueblo que además de todas las calamidades propias, tiene que ir cargando con una
estructura autoritaria que, como parásito, acaba chupando al que ya no aguanta más.
La autoridad debe dar vida y protegerla, está para ayudar y buscar justicia.
Solamente entonces será verdadera autoridad.
Cuando Cristo afirma :“Mi reino no es de este mundo”, algunos erróneamente han
considerado que a Él no le interesa el bienestar de los necesitados y que solamente
se situa en el ámbito espiritual. Pero Jesús mismo continúa con su aclaración: “Si mi
Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en
manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí” . Es decir, no actuará al estilo de
este mundo que se rige por la fuerza y la violencia. Para Juan, “mundo” con
frecuencia no tiene el sentido de cosmos, sino designa las fuerzas del mal y del
pecado. Así nos expresa que no ha venido a dominar ni infundir terror, sino a servir a
la verdad y a la justicia. No se desconecta de todo compromiso con el orden temporal.
Muy al contrario, Jesús se empeña apasionadamente por la justicia y quiere cambiar
el mundo.
Justicia en la Biblia implica mucho más que leyes y derechos: es el atributo
fundamental de Dios. Justicia y misericordia en Dios están estrechamente unidas.
Justicia es comprometerse por los que no tienen protección, es proteger y salvar su
vida, es luchar contra todo desorden. Es intervenir de forma activa y tomar iniciativas
a favor de una convivencia donde todos vivan en paz. La justicia debe velar por el
derecho a una existencia digna para todos los hombres. Jesús entregó su vida por la
justicia y el letrero de la cruz declara la causa de su muerte: “Jesús Nazareno Rey de
los judíos”. Un rey que va más allá, hasta dar la vida por su pueblo. Cuando el
Apocalipsis lo proclama soberano de los reyes de la tierra es porque “nos amó y nos
purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de
sacerdotes para su Dios y Padre” . Jesús mismo afirma que es rey y que esa es su
vocación. Pero es el rey de la justicia y de la misericordia.
Hoy que las estructuras nacionales y mundiales tiemblan y amenazan con
derrumbarse porque han perdido el verdadero sentido de autoridad, ¿no convendría
que miráramos a Jesús y el reino que Él nos propone? Él nos da el verdadero sentido
del reinado y del servicio. A Jesús se le enternecía el corazón frente a las ovejas
descarriadas que sufrían el hambre y se comprometía en serio con ellas aunque fuera
perseguido y criticado. Sus discípulos no pueden hacerse desentendidos y pasar de
lado ante tantas formas de opresión y sufrimiento. No debemos habituarnos a los
pecados globales que son un reto y un desafío: las catástrofes del medio ambiente y
el hambre, la pobreza, las guerras y la miseria de los migrantes, los niños que no
tienen acceso a la salud y a la educación, las mujeres maltratadas, las víctimas y
tantas otras formas de dolor. El verdadero discípulo, al igual que Jesús misericordioso,
dejará enternecer su corazón, se unirá al que vive en el dolor y se comprometerá en
serio en la construcci￳n de un “reino mejor”. La oraci￳n, la mirada atenta a las
necesidades y el servicio fraternal, serán las señales de un discípulo de este Rey que
quiere construir su reinado de justicia y de paz. ¿Qué estamos haciendo? ¿A qué nos
compromete nuestro seguimiento de Cristo Rey?
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy
amado, Rey del universo, haz que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu
majestad y te alabe eternamente. Amén.