1a. Semana de Adviento, Miércoles
Pasando de allí Jesús vino junto al mar de Galilea; subió al monte y se
sentó allí. Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados,
ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó. De
suerte que la gente quedó maravillada al ver que los mudos hablaban, los
lisiados quedaban curados, los cojos caminaban y los ciegos veían; y
glorificaron al Dios de Israel. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
"Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen
conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea
que desfallezcan en el camino". Le dicen los discípulos: "¿Cómo hacernos
en un desierto con pan suficiente para saciar a una multitud tan grande?"
Díceles Jesús: "¿Cuántos panes tienen?" Ellos dijeron: "Siete, y unos pocos
pececillos". El mandó a la gente acomodarse en el suelo. Tomó luego los
siete panes y los peces y, dando gracias, los partió e iba dándolos a los
discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y de
los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas. (Mateo 15,29-37).
En el versículo 21 del capitulo 15, Mateo dice que Jesús se encontraba en la región
de Tiro y Sidón, cerca de la Decápolis, o las Diez Ciudades. Ahora, sin más, nos dice
que vino junto al mar de Galilea.
Marcos nos ayuda a aclarar esto. En 7,31 nos dice: Se marchó de la región de Tiro
y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
Es de entender, por tanto, que la última parte de su viaje la hizo por mar,
desembarcando en algún lugar no específico de la costa oriental del lago.
Recordemos que los judíos llamaban “mar” al lago de Genesaret o de Galilea.Ya en
tierra se fue a un monte, que no sabemos cuál fuese, quizás con la intención de
estar tranquilo y orar. Pero al enterarse la gente de su presencia, se fueron
acercando, más que nada buscando que el Señor les curase a sus enfermos.
Eso siempre ha pasado. La gente busca primero lo que le resuelva sus problemas
inmediatos, dejando la salud del alma para más adelante.
Parece como si el cuerpo fuera lo más importante para nosotros los humanos, pues
es en el cuerpo donde sentimos los dolores y padecimientos, y aunque el alma
también sufre, como que le damos menos importancia, pues sus dolores no son los
que se curan con analgésicos.
Es así que tenemos tanta gente con su alma enferma, y aunque algunos tratan de
resolver sus problemas con siquiatras y sicólogos, por este medio podrán mejorar y
hasta curar enfermedades mentales, pero lo del alma es más profundo, pues se
trata de que esté limpia de una lepra que sólo Dios puede sanar, si el enfermo
reconoce sus pecados y se arrepiente de ellos.
Jesús, con todo, tenía compasión de la gente y veía en ellos la buena voluntad de
acudir a Dios para sanarse. Podemos estar seguros que las manos de Jesús
posadas en las cabezas de los enfermos, no sólo conseguían la curación física, sino
también dejaban el alma transformada y bien dispuesta a la gracia de Dios.
Esto lo experimentan hoy muchos cuando se acercan a la confesión o reciben, si
están enfermos, el sacramento de la Unción. Junto al alivio de la enfermedad se
une también la sanación del alma.
Padre Arnaldo Bazan