“LA ESPERANZA NOS COMPROMETE”
Carta de Monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el domingo II de Adviento
(6 de dicimbre de 2015)
COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Segundo de Adviento, Ciclo C
Evangelio según San Lucas 3,1-6
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato
gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca
de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y
Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro
del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen
sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán
aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos
desparejos. Entonces, todos los hombres verán la salvación de Dios
ADVIENTO 2: RECONOCER Y COMPRENDER
Acá hay una historia: todos los personajes nombrados en este Evangelio son
históricos, esto está debidamente comprobado, por lo tanto es real y también es
real Juan Bautista, hijo de Zacarías e Isabel. Vemos que es importante reconocer
que Dios no improvisa nada, ya que está todo preparado, indicado, sugerido,
decidido. Por lo tanto cobra importancia la respuesta del ser humano que, en la
medida de su fe, reconoce y comprende.
Reconocer y comprender no es lo mismo que inventar. La fe no inventa a Dios. La
fe reconoce la presencia de Dios, con una mirada sobrenatural, con una mirada
superior a la razón humana; no inventa sino que reconoce lo que ya ES, lo que ya
está.
La actitud de Juan el Bautista: va anunciando un bautismo de conversión,
preparando la venida de Cristo, Aquél del que no era “digno de desatar sus
sandalias”. Juan nos pide un cambio, una transformación, una conversión, una
modificación. El mundo, la Iglesia y cada uno de nosotros, tenemos que darnos
cuenta que esa conversión es personal y todos estamos invitados a lograrlo.
Pero si no nos convertimos, si no cambiamos, no accedemos a la misericordia de
Dios. Y esa misericordia no es mágica, es PURA MISERICORDIA DE DIOS que toma
nuestras miserias y las transforma; pero esas miserias hay que ofrecerlas: miserias
nuestras y misericordia de Dios.
Entremos en el espíritu de este Año Santo. Entremos por la puerta principal. El
mundo no puede seguir así y en la Iglesia hay muchas cosas que tampoco están
bien. Tenemos que reconocer lo más importante, lo esencial, y veremos cómo tiene
que incidir nuestra conversión en el comportamiento humano personal, familiar,
social, profesional, eclesial.
Que Dios nos bendiga y que la Virgen nos ayude no sólo a echar bien sino a
responder mejor
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén