DOMINGO II DEL TIEMPO DE ADVIENTO, CICLO C
Bar 5, 1-9; Sal 125; Flp 1, 4-6.8-11; Lc 3, 1-
En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio
Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, Filipo,
su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias
tetrarca de Abilene, y durante el pontificado de Anás y Caifás,
Juan, hijo de Zacarías, recibió en el desierto la palabra de
Dios. Y fue por toda la región del Jordán proclamando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está
escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad
sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina
será rebajado, lo tortuoso se volverá recto y las asperezas
serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.
El Tiempo de Adviento, es un tiempo que nos invita a vivir en una firme esperanza
porque esta es una de las características de la vida cristiana, una vida de esperanza,
como dice San Pablo: “…aún no vemos plenamente lo que con la fe anhelamos…”;
pues la vida del creyente está llamada a vivir cada día contemplando las garantías
de Dios, o sea, ver como Dios acontece en la vida de las personas y en nuestra propia
vida, que hace presente que Dios es un Dios vivo, es una persona que se nos ha
revelado y que es Jesucristo muerto y resucitado para nosotros. Este Tiempo de
Adviento es un tiempo de Gracia, porque si el hombre se abre a la esperanza, la vida
no es rutinaria, la vida no es un círculo vicioso, porque la esperanza nos abre a la
eternidad; porque la verdadera esperanza no es esperar en algo concreto, sino que
la verdadera esperanza cristiana es vivir una vida nueva que viene de Dios, y es así
que en cada celebración de la Santa Eucaristía nos introduce en esta esperanza
amorosa de Dios que se fundamenta, se enriquece en la Eucaristía, Memorial de la
Pascua de Nuestro Señor Jesucristo.
Es importante remarcar c￳mo San Pablo empieza la segunda lectura diciendo: “…rezo
por ustedes lo hago con gran alegría…”, en estos tiempos nuestro Papa Francisco con
mucha insistencia está invitando a la oración, pero esta expresión de San Pablo,
donde hace referencia a la oración, la línea que quiere remarcar es como la oración
está llamada a expresar la comunión entre los hermanos, pues si el Espíritu de Dios
habita en nosotros y obra en nosotros, lo primero a lo que lleva es a la comunión con
Dios y los hermanos, como dice San Juan en su primera carta: “…somos mentirosos
si decimos amamos a Dios y no amamos a los hermanos…”. El mismo San Pablo
manifiesta, unas líneas más adelante, que la comunión incluso en la oración es obra
de Dios, de la acci￳n de Dios en nosotros, pues dice San Pablo: “…Dios ha iniciado
en ustedes su obra y la llevará a término…”. Muchos cristianos cat￳licos que se
encuentran en la Iglesia creen que su vida cristiana está basada y sostenida en sus
buenas costumbres aprendidas, y en sus conocimientos; cuando esto es acción de
Dios, y esta gran aventura de la vida cristiana se inicia con el Santo Bautismo: “puerta
que se abre para la gracia y vida en santidad”; es así que en la primera lectura ya el
profeta Baruc con una inspiraci￳n divina dice:”…Jerusalén desp￳jate de tu vestido de
luto y aflicci￳n, y vístete de gala para siempre con la gracia que Dios te da…”; en
esta profecía, San Pablo, en la segunda carta a los corintios hace presente, como en
Cristo esta profecía se ha cumplido, cuando dice: “…en Cristo somos una Nueva
Creaci￳n, pas￳ lo viejo y todo es nuevo…”. Las profecías hechas en el Antiguo
Testamento, la Iglesia las interpreta como en Cristo tienen plenamente su
cumplimiento. Hemos dicho líneas anteriores, que cuando San Pablo dice: “…rezo por
ustedes y lo hago con alegría…”, es porque ve la obra de Dios en los miembros de la
comunidad cristiana, y al mismo tiempo pide a Dios para que los preserve en la vida
nueva.
El profeta Baruc, hace una profecía cuyo sentido es el que también anuncia el profeta
Isaías, cita a la que hace referencia el evangelista San Lucas en el presente Evangelio,
cuando dice: “…todo barranco será rellenado, todo monte, lo tortuoso será recto…”;
estas profecías hechas por estos profetas, el evangelista las pone en boca de Juan el
Bautista, como signo que Cristo es el cumplimiento de lo anunciado desde antiguo
por los patriarcas y profetas; y así, las palabras de Jesús, en el Evangelio de San
Juan tienen gran profundidad, cuando dice: “…ha llegado mi hora…”, “…para esto he
nacido, para esto he venido al mundo…”; así tenemos que la venida de Cristo y su
vida nos hace presente y nos desvela como el amor del Padre, a través de Cristo su
Hijo, llega a plenitud; entonces las palabras del profeta Malaquías: “…que yo Yahveh
no cambio…”.
El evangelista Lucas, cuya audiencia es de origen pagano, al inicio del Evangelio,
comienza presentando a personajes y fechas, y es una forma de decir, que Cristo ha
entrado en la historia, que Dios se ha hecho historia, y que la historia de la humanidad
no va de manera paralela a la historia de amor y salvación, que Dios ha anunciado,
y ha llevado a cumplimiento con la venida de su Hijo; sino que la historia de la
humanidad entra en un sentido pleno hacia la eternidad, cuando contemplamos que
el Verbo de Dios se ha hecho historia. Esto es importante, porque cuántos hermanos
que están en la Iglesia Católica, que muchas veces viven separando la vida de la fe,
cuando la plenitud de la vida está en que Dios haga de nuestra vida, como dice San
Mateo: “…vosotros sois la luz y la sal de la tierra…”.
San Lucas en la figura de Juan el Bautista, nos está presentando un signo potente de
lo que es el Tiempo de Adviento: “…voz que clama en el desierto: preparad el camino
del Se￱or…”; a través de esta expresi￳n se nos está haciendo una llamada profunda
a la conversión, y también al mismo tiempo la Iglesia vive su misión, que Cristo ha
dado a su Iglesia: “…Id y anunciad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he dicho…”; así vemos que el anuncio del Evangelio se debe entender no
solo a que los hombres acepten a Dios en su vida a través del anuncio de la Buena
Nueva, sino también que aquellos que ya estamos en la Iglesia, la Iglesia como una
maestra para nosotros nos debe llevar en una pedagogía para vivir y enseñarnos a
sostenernos en la fe adulta. Por ello, que en nuestros días la figura del catequista en
nuestras parroquias está un tanto devaluada, porque parece que es una persona de
buena intención que solamente debe repetir una doctrina, cuando el catequista debe
ser un testigo de Dios; en el Antiguo Testamento los hombres de Dios eran los
profetas, en nuestros días no solo el catequista, sino los religiosos, los ministros
ordenados, estamos llamados a ser Juan Bautista en nuestra generación. En nuestros
días, el desierto donde Juan Bautista desarrolla su misión profética, en el hombre
posmoderno se presenta de muchas maneras, el desierto de: la pobreza, el vacío del
alma de tantos hombres, la frustración sentimental de tantas personas, la ancianidad,
etc.; en estos desiertos modernos, la Iglesia nos envía a anunciar este pregón de la
Buena Nueva, para que las palabras del profeta Baruc, como hemos escuchado en la
primera lectura se cumpla: “…desp￳jate de tu vestidura de luto (…), envuélvete en
el manto de la justicia de Dios y ponte como corona la gloria de lo eterno, porque
Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo…”.
Reza por mí.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar