II DOMINGO DE ADVIENTO, Ciclo C
Viene la Palabra
+Mons. Enrique Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas.
Baruc 5, 1-9: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”
Filipenses 1, 4-6. 8-11: “Llenos de frutos de justicia”
San Lucas 3, 1-6: “Hagan rectos sus senderos
Esas amenazas las había escuchado muchas veces y le preocupaban, pero a
su esposo no parecían afectarle o quizás disimulaba. Él siempre decía que lo
más importante era la verdad. Cuando aparecían las estadísticas y en
especial aquellas noticias: “México es uno de los países más peligrosos del
mundo para los periodistas; las amenazas y los asesinatos a manos del
crimen organizado, o de las autoridades corruptas, son cosa de todos los
días. Este clima de miedo, junto con la impunidad que prevalece, genera
autocensura, perjudicial para la libertad de información” y se daban cifras
concretas, él sólo sonreía y decía: “Alguien tiene que hablar y alguno
escuchará”. Ahora, frente al cadáver de su esposo, ella está convencida que
su muerte no fue “un accidente”, como dicen los informes oficiales, ella
está convencida que “lo han silenciado”. Han asesinado a un periodista más
pero ¿se puede silenciar la verdad?
Dios muestra siempre su misericordia y sale en búsqueda del ser humano.
El pasaje que hoy nos presenta San Lucas tiene un alto contenido teológico.
Abre el relato de la predicación de Juan, y de la llegada de la Palabra,
situándola tanto en la historia del mundo pagano como en la historia del
pueblo de Israel. Y aunque todos los datos que enmarcan este comienzo
son verificables, él está más interesado en hacer resaltar todo el símbolo
que representan: por una parte el poder civil estructurado a modo de
pirámide; y por otra el poder religioso representado por dos personajes
emparentados entre sí, Caifás, sacerdote en activo, títere de Anás que
había sido destituido. Poder político y religión judía no son capaces de dar
respuesta a los anhelos del pueblo pobre y humilde. En un punto de la
historia, marcado por estos dos poderes, en tiempos del emperador Tiberio,
Dios envía su mensaje a Juan, hijo de Zacarías. Y se resaltan las
contradicciones y llamadas de atención: Juan, hijo de aquel que había sido
mudo, recibe ahora la Palabra; el hijo de la mujer que había sido estéril,
ahora tiene la misión de presentar la vida. Y junto a la solemnidad y
precisión del comienzo, llama la atención la imprecisión respecto al lugar:
“en el desierto”. La llegada de Jesús no es pura casualidad en la historia, ni
está al margen de la historia concreta de los hombres. Está encarnada,
llega silenciosa, callada, en algún lugar muy concreto. La Palabra sale en
búsqueda de quien quiera escucharla. En el principio está la Palabra.
Quizás hoy se quiera silenciar la Palabra. Nuevas contradicciones: vivimos
en un mundo de gran comunicación, estamos cada día mejor informados, y
sin embargo cada día escuchamos menos y tenemos menos posibilidades de
comunicarnos. Quedamos aislados y somos menos capaces de entablar
relaciones de amor y amistad. El poder y un mundo materialista han
substituido al Dios de la vida y el hombre se encuentra vacío y aunque
quiere balbucear y comunicarse, no encuentra nada en su corazón porque
no ha escuchado la Palabra. También para el hombre de hoy llega la
Palabra, también para quienes se sienten abrumados y cargando
penosamente su silencio, hay razones de esperanza. En la primera lectura
el profeta Baruc escribe a un pueblo que está desterrado y disperso y le
dirige palabras de esperanza. El deseo de Dios es que cambie sus vestidos
de luto y aflicción y se vista de esplendor, que vuelva a reunirse, camine
seguro y con alegría. A tal punto espera este nuevo retorno que le ofrece un
nuevo nombre: “Paz en la justicia y gloria en la piedad”, que al mismo
tiempo es una meta y un camino para alcanzar la transformación. La
amenazante guerra que parecía distante y se ha hecho presente en medio
de nosotros, grita a nuestro corazón y a nuestras conciencias. No podemos
permanecer impasibles. Construir la paz también es tarea nuestra. Sin una
verdadera paz donde se enderecen los caminos no podrá haber justicia, no
se puede llegar a Dios si no se establecen nuevas relaciones entre los
hermanos, si no se tienden puentes entre los que se han dividido y si no
reconocen los derechos de quienes han sido marginados. La gloria de Dios
se manifiesta en la armonía de los hombres y la Palabra que hoy llega a
nosotros nos ofrece esa posibilidad de reconstruir relaciones y encontrar
esta paz en la justicia.
El tiempo de Adviento es tiempo de la Palabra, tiempo de escucha. Para ello
tendremos también nosotros que vivir nuestro desierto, nuestro silencio y
nuestra soledad. Necesitamos espacios para escuchar la Palabra que hoy
llega a nosotros y solamente después podremos pronunciarla, vivirla y
transformar nuestros ambientes. El camino del Adviento requiere allanar los
senderos, enderezar los caminos torcidos y rellenar los profundos huecos
que se han formado en nuestras vidas al margen de Dios. Para que la causa
de la paz se abra camino en la mente y en el corazón de todos los hombres
y, de modo especial, en el de aquellos que están llamados a servir a sus
ciudadanos, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales,
en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la
búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial.
Solamente abriendo el corazón podremos hacer fructificar la Palabra. Pero la
Palabra no debe quedar estéril, sino penetrar y transformar. El criterio para
saber que ha llegado la Palabra es que nos abra a cada persona, sobre todo
a los más pobres para que puedan ponerse de pie y caminar con dignidad,
para que puedan participar del banquete mismo de la vida.
La Palabra que escucha en su corazón el Bautista, exige una conversión.
Sólo así alcanzaremos la verdadera paz que se nos ofrece en Baruc. La
consecución de la paz requiere la lucha contra la pobreza y la corrupción, el
acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico
solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia
y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños, requiere
además la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la
dignidad del ser humano en plenitud.
¿Qué estamos haciendo para escuchar la Palabra? ¿Cómo estamos
construyendo esa nueva paz? ¿Escucharemos el mensaje o silenciaremos la
Palabra?
Padre Bueno, que nos has enviado a tu Hijo Jesucristo como Palabra
de vida, abre nuestros oídos y nuestros corazones, para que,
escuchándolo y siguiéndolo, transformemos nuestro mundo en una
comunidad, “Paz en la justicia y gloria en la Piedad”. Amén.