Fiesta de la Sagrada Familia
Jesús en familia
+Enrique Díaz Díaz
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
I Samuel 1, 20-22. 24-28: “Samuel quedará consagrado de por vida al Señor”
Salmo 83: “Señor, dichosos los que viven en tu casa”
I San Juan 3, 1-2. 21-24: “Nos llamaremos hijos de Dios y lo somos”
San Lucas 2,41-52: “Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los doctores”
¿Cómo está tu familia? Hice la pregunta como la forma más natural para iniciar una
conversación y ganar confianza. El adolescente bajó el rostro, se le humedecieron los
ojos y permaneci￳ largo rato en silencio… “¿C￳mo está mi familia? ¿Acaso tengo
familia? ¿Se puede considerar familia a quienes viven bajo el mismo techo en medio
de pleitos, odios, reproches e insultos? Eso era mi familia, ahora no tengo a nadie,
vivo con las personas para las que trabajo y sé que se aprovechan de mí pero al
menos tengo un lugar donde dormir”. Me cuenta su historia: hijo de una muy joven
madre soltera, con sucesivos padrastros, problemas de alcoholismo, violencia y
agresiones… hermanos que no eran hermanos, familia que no era familia… S￳lo
recuerda con cari￱o a su abuelita pero pronto los dej￳… un día se cans￳ de “su
familia” y tom￳ la calle por casa. ¿C￳mo vive Jesús en estas familias?
La persona es, en gran parte, el fruto de la familia. Jesús también tiene una familia.
San Lucas nos presenta a Jesús de doce años, iniciando su vida religiosa
responsablemente como le tocaría a todo niño judío. Pero detrás de esta
peregrinación al Templo de Jerusalén, podemos descubrir la vida íntima de la familia
de Nazaret y valiosas reflexiones para nuestra familia actual. Alguien podría decir
que no tiene ninguna referencia, ya que una familia judía de aquel tiempo y una
familia moderna del siglo XXI no tendrán punto de comparación. Y sin embargo, no
es así. Hay elementos que no cambian y que sostienen la célula familiar y que cuando
fallan, ponen en grave riesgo la propia familia. Quizás esto es lo primero que
tendríamos que rescatar: reconocer y revalorar la centralidad que tiene la familia.
Muchas de las propuestas educativas se olvidan descaradamente de este principio y
buscan al individuo solo, como si estuviera aislado. Así quebrantan la célula familiar
y con ella a toda la sociedad. Lo primero que tenemos que rescatar es pues esta
importancia primordial de la familia ¿Qué lugar le estamos dando?
El Papa Francisco ha insistido en que para conocer a Dios el mejor lugar es la familia.
Jesús adolescente va a reconocer y a encontrar la casa y las cosas de su Padre. La
familia es la promotora y educadora de la fe. Sólo se puede aprender y asimilar el
verdadero amor de Dios, viviéndolo en comunidad, y la primera y mejor comunidad
es la familia. La familia da la verdadera sustancia de la relación personal con Dios y
con el prójimo; no es sólo el inicio de las relaciones interpersonales más cercanas
como con los parientes, las amistades y el pequeño grupo; sino que también da el
verdadero sentido de la comunidad humana, las relaciones sociales, económicas y
políticas. Jesús encuentra en José y María el pequeño círculo que lo va haciendo
madurar y entender la protección de su Padre Dios. Con ellos aprende las oraciones
de todo judío, las tradiciones y las costumbres, que le descubren a un Dios que es
fiel a su pueblo. Pero al mismo tiempo queda abierto para la nueva experiencia del
servicio, del amor a los demás, de la universalidad del amor de su Padre Dios y del
verdadero culto y adoración al Señor. ¿Qué sentido de Dios vivimos en la familia?
¿Hay una verdadera educación y enseñanza del amor de Dios, de la búsqueda de la
hermandad y del sentido de nuestras prácticas religiosas?
A Jesús se le conoce como “el hijo de José el carpintero”. Como en todos nuestros
pueblos y comunidades campesinas, aprendería desde pequeño el mismo oficio de su
padre José, y sabría la forma de irse ganando la vida, confiando en la Providencia
pero “sudando para llevar el pan a la mesa”. Sin embargo la migraci￳n y el cambio
de sistema, no favorecen ni la convivencia ni la educación para el trabajo. Los niños
y los jóvenes pasan demasiado tiempo ociosos, solos y sin beneficio. O bien, desde
muy pequeños son obligados a sostener y aportar a las familias, no en compañía de
los padres, sino con riesgos y peligros del trabajo en la calle o en economías
informales. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada
de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y
sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y
espiritual. Los salarios, con su raquítico aumento frente a la constante inflación, no
permiten una sana educación, una buena alimentación ni un tiempo de eficaz
convivencia. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica,
seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del
matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad
de la persona. ¿Cómo vivir más y mejores momentos de relación entre padres e hijos
y aun con la misma pareja? Son fuertes retos que tiene que afrontar toda familia.
La educación, el ir creciendo de la mano de los padres, se ha ido perdiendo y va
quedando bajo la responsabilidad de la escuela, de la calle y de los medios de
comunicación. Y aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar
la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la mayoría
de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un bombardeo y
agresiva oferta de pornografía y permisividad que los ahoga y los induce al alcohol,
a la droga y a la vida fácil. No se educa para el amor ni para la responsabilidad. No
se enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un
ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo
personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los
niños?
Nuestras familias tienen miedo. Nos vemos amenazados por graves problemas de
secuestros, de trata de menores, de pornografía, de drogadicción y pandillerismo, y
optamos por encerrarnos y proteger cuanto podemos a los pequeños, pero apenas
se les ofrece libertad, la confunden con libertinaje, con corrupción y ambición. Hoy,
más que nunca, tenemos que buscar caminos que fortalezcan la familia, la pareja, la
relación entre los hermanos o la convivencia con quienes han llegado a conformar
nuestra familia. El modelo de la Sagrada Familia aparece como un ideal al que
debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.
Pero Jesús no rechaza ninguna familia, vive en las más despreciadas, más
desbaratadas y menos humanas. Allí también se encarna Jesús. No tengamos miedo.
Padre, tú nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo, el modelo perfecto,
concédenos experimentar en nuestras familias tu amor misericordioso, el servicio
generoso y la alegría compartida. Amén.